Gotas que golpean furiosas el suelo, se arrastran por las escaleras, susurran y bailan como si fuera el comienzo de un nuevo camino,como si estuvieran en pleno carnaval. Un temblor sacude mi cuerpo y empuja hacia mi cuarto, hacia mi cama. Me acomodo el pelo, pongo un abrigo, mis medias hasta las rodillas, apago la luz. Una fabulosa y gran ventana sobre mi cama, un maravilloso vidrio me separa por un instante de alguna tormenta.
Boca abajo, con las manos en mi mentón y los codos hundidos en el colchón observo con serenidad y alucinación el mundo que se abre frente a mí. Los objetos y sensaciones que la noche me regaló, solo yo puedo contemplar, solo yo y mi soledad; mi soledad concurrida, mi soledad compartida que ahora es solo mía, solo por este momento que espero no sea eterno.
Un gigante edificio frente a mis ojos con incontables ventanas con silenciosos balcones; las luces de el segundo departamento de abajo hacia arriba de izquierda a derecha se apagan, las del patio del costado se prenden y sale una señora en un largo ,raro camisón a empaparse bajo la pícara lluvia sintiéndose inmortal, una sombra,dos se mezclan, se juntan, enredan y abrazan furiosamente comenzando a hacer movimientos más rápidos y más despacio, uno apoya avivadamente al otro sobre la ventana de vidrio y se apaga la luz. Un joven de pelo negro hasta los hombros, toma un café y lee un libro de aproximadamente ¿550 páginas? Una luz brillante sigue viva pero nadie se asoma.
Se escucha una insoportable alarma que se confunde con el sonido de los truenos, las persianas se agitan y murmuran entre ellas. Silencio total; la belleza de la noche es perpetua: el cielo ferozmente gris, el viento que todo lo empuja me acaricia el pelo. Las gotas lentamente se van adueñando de la oscuridad completa y de mi esencia,de mi aliento; Y vienen para quedarse y darle lugar al momento más eterno y sincero, donde nadie puede lastimarme, donde nadie puede juzgarme ni reprocharme; para darle lugar a la inmensidad, a la calma de la tempestad en mi alma.