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Título por determinar (de una historia por determinar)



La historia podría empezar así: una pareja se separa. No tiene hijos, con lo que el proceso de divorcio apenas resulta traumático. En realidad, la ausencia de dolor nada tiene que ver con los hijos; no les duele separarse porque creen que ya no se quieren. Lo único que tienen en común es una casa en un suburbio de Barcelona (aunque no es necesario que sea una casa en las afueras. No; mejor se trata de un piso justo en el centro de la ciudad). Han vendido todos los muebles, tan sólo les queda un armario, en cuyo interior permanecen todos los recuerdos de su vida en común y esos sueños no cumplidos que les han llevado a su situación actual. Están amontonados junto a la ropa de la temporada anterior.
Ahora la casa (aunque ya sabemos que no se trata de una casa, sino de un piso céntrico) está en venta. Mientras tanto, la pareja ha decidido que lo mejor sería que cada uno volviera a la casa de sus padres. No tienen suficiente dinero ahorrado para permitirse un hotel o el alquiler, ya no de una casa en las afueras o un piso céntrico, sino de dos casas o dos pisos. Quizá hubiera sido mejor no precipitarse, aguantar un poco más la distancia y el silencio que, desde hace ya mucho tiempo, han ocupado el lugar de esos hijos que nunca llegaron a tener.
Los padres de Miguel, que es como se podría llamar el marido, o ex marido para ser más exactos, han tomado el retorno de su hijo como un verdadero milagro. De hecho, la habitación de Miguel ha permanecido idéntica desde de que éste se marchó; no sólo el mobiliario, también quedan piezas de ropa en cajones y armarios, sobretodo calcetines, calzoncillos y pijamas que le había ido regalando su madre durante muchas navidades. La madre piensa (o quiere pensar) que Miguel las dejó para no ofender a su mujer, puesto que a partir de entonces sería ella la encargada de comprar ese tipo de prendas. En el centro de la habitación continúa también intacta una estrecha cama con las sábanas aún puestas y una manta colocada a los pies. Miguel se marchó con la llegada del otoño y ahora, siete años más tarde, lo primero que hace al entrar en esa habitación, la que pacientemente le ha estado aguardando durante todo ese tiempo, es enfrentarse a todo lo que quedó de él (y no se refiere a sus pertenencias, sino a todo aquello que olvidó de sí mismo y que, para sorpresa de Miguel, aún permanece allí, junto a los calcetines y a los pijamas).
Para Carmen, que es como se podría llamar la mujer, o ex mujer para ser más exactos, su vuelta al hogar de la infancia resulta algo más complicada. Su madre murió cuando ella era una adolescente y su padre se había vuelto a casar con una mujer viuda que tenía una niña. Cuando Carmen se casó, su hermanastra ocupó su lugar. La pequeña se trasladó a la que había sido su habitación de siempre, se quedó con sus muñecas, sus vestidos, incluso con su colección de gomas de borrar, todas de distintas formas: un autobús de dos pisos, de esos que dicen que hay en Londres; una familia de pingüinos y otra de tortugas, de tamaño escalonado; un reloj de cuco detallado al milímetro; unas con forma de frutas, cada una con su propio aroma; otras que subían y bajaban, las preferidas de Carmen, como si fueran pintalabios… Las había reunido tras años de dedicación y constancia; eran la recompensa por traer buenas notas, por fregar los platos los fines de semana o por mantener ordenada la habitación; en ocasiones, el esfuerzo era menor y sólo tenía que esperar a que se le cayera algún diente.
Cuando Carmen llega a casa de sus padres (sabe que desde que se murió su madre ya no nunca fue la casa de sus padres, pero no sabe llamarla de otra forma) no hay nadie. Han salido de fin de semana. Lo primero que hace Carmen es entrar a su habitación, que ya no es su habitación, aunque permanezca casi idéntica a cuando la dejó. Se sienta frente al escritorio y observa las fotografías que están expuestas sobre éste. Ella no aparece en ninguna. Sabe que en el recibidor, y en el mueble del comedor, incluso en la mesita de su madrastra, sí que aparece, pero ella quiere estar sobre su escritorio, junto a las cajas que albergan su colección de gomas de borrar. Abandona su habitación (ahora la habitación de la hermanastra) y se instala en la salita de estar.

Podría acabar aquí la historia, con Miguel reanudando su papel de hijo pródigo y con Carmen observando como es otra la que hace el papel de hija ideal. Pero quizá no tenga ningún interés. Mejor retrocedamos. Miguel y Carmen se separan. Miguel nunca se ha llevado muy bien con sus padres y Carmen tampoco, o quizá se llevan bien, pero no están dispuestos a desandar tantos pasos en su vida. No quieren ser meras fichas de parchís que cuando otra les come no tienen otra opción que la de volver a casa. Sería más interesante, aunque se corra el riesgo de la inverosimilitud, que Carmen no volviera a su casa, sino que se trasladara a la casa de los padres de Miguel; con lo que éste no tendría habitación a la que volver, así que se instalaría en la salita de estar de casa de sus suegros. En realidad, los padres de Miguel siempre desearon tener una hija, y allí está Carmen, dispuesta a encarnar esa ilusión.
Carmen se instala en la habitación de Miguel. Para poder acomodar sus cosas, reagrupa todas esas piezas de ropa que aún quedan de su ex marido, los calcetines, los calzoncillos, los pijamas, y mientras los reordena en un huequecito del armario de pronto se siente invadida por todo aquello que había sido Miguel, matices de su carácter, sus sueños de niños, las cosas por las que reía o por las que lloraba. Todo permanece allí, olvidado, casi intacto.
Miguel, por su parte, cuando llega a casa de sus suegros, éstos no están (podrían estar de escapada de fin de semana, aunque resulte repetitivo). Lo primero que hace es entrar en la habitación de su ex mujer. Abre el armario y observa las falditas y los vestiditos colgados. Lástima que siempre lleve pantalón, se sorprende pensando de pronto, con lo bonitas que tiene las piernas. Ignora que esas prendas ya no pertenecen a Carmen, sino a su hermanastra; y por eso, porque piensan que son de su mujer (y esta vez no rectifica añadiendo el ex), acerca su mano hasta rozar el tacto de la tela. Quiere creer que aún queda algo de la piel de Carmen impregnando el tejido. Al volver la vista, se percata de las fotografías. Busca a Carmen, pero no la encuentra. Se siente agraviado, nadie sustituirá a su mujer, no está dispuesto a permitirlo. Busca por toda la casa fotografías de ella y, efectivamente, las encuentra en el recibidor, y en el mueble del comedor, incluso en la mesita de su madrastra. Con cuidado, recorta el rostro de Carmen, luego, se dirige de nueva a la habitación, coge cada una de las fotografías y engancha el rostro de su mujer sobre el rostro de la hermanastra.
En ese mismo momento, Carmen está sentada en un vagón del metro. Están parados en una estación recientemente restaurada. A Carmen no le gusta, le parece fría e inhóspita, a pesar de que está atestada de gente. El metro reprende su marcha y, al adentrarse en el túnel, las ventanas del vagón se vuelven de pronto espejos a los que nadie presta atención. No es el caso de Carmen que, sin rastro de pudor, se contempla, admitiendo que nunca ha estado más hermosa.

La historia podría acabar así: un día Carmen y Miguel se reúnen para ultimar la venta del piso. Hace meses que no se ven. Es por la mañana (o mejor al caer la tarde, justo cuando los focos de la ciudad poco a poco se van encendiendo, como advirtiendo que la obra está a punto de empezar) y han quedado en el bar de la esquina de su antigua casa (que ya no es un piso céntrico, sino una casa en un suburbio de Barcelona). El camarero les reconoce, incluso se acuerda de lo que pedían siempre, ella una cola sin hielo ni limón y él un carajillo bien cargado de whisky. Pero cuando lleva el pedido a la mesa, Carmen se da cuenta de que nunca le ha gustado la cola, mientras Miguel aborrece el sabor del whisky, incluso del café. Se ríen ante el desconcierto del camarero y por primera vez en mucho tiempo no hablan de la venta de la casa, ni de los trámites del divorcio, ni siquiera del armario en cuyo interior permanecen todos los recuerdos de su vida en común y esos sueños no cumplidos.
Miguel se percata de que Carmen ha elegido ponerse un vestido y se muere por pasar sus dedos por sus piernas de formas rollizas. Carmen tiene una sorpresa para él. Abre su bolso y le devuelve todo lo que quedó en la habitación de casa de sus padres (y no se refiere a sus pertenencias, sino a todo aquello que olvidó de sí mismo).

Luego, ya imaginamos lo que pasa. Finalmente no venden la casa, echan marcha atrás los trámites del divorcio y lo primero que hacen al entrar de nuevo en su hogar es despolvar todo lo que quedó en el interior del armario. Pero como los finales felices desmerecen cualquier historia, lo que realmente ocurre es que el día que deciden volver a vivir juntos, mientras Miguel la espera en la terraza del bar de la esquina, aparece Carmen, con su vestido y cargada con las cajas que albergan su colección de gomas de borrar. Entonces un motorista pierde el control de su vehículo, que acaba llevándose el cuerpo de Carmen. Miguel corre hacia ella, pero es incapaz de hacer nada. Resignado mira hacia el suelo y observa el autobús de dos pisos, de esos que dicen que hay en Londres, y la familia de pingüinos y de tortugas, y el reloj de cuco detallado al milímetro, y las frutas y los pintalabios (los preferidos de Carmen, de esos que suben y bajan) bañados completamente en sangre.
Pero supongamos que…

Texto agregado el 30-03-2011, y leído por 256 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
20-08-2011 Buen ejercicio sobre la construcción de una historia que sirve, de paso, para escribir una historia de personajes reales, verosímiles y tiernos. Felicidades! moebiux
17-08-2011 Es un ejercicio! El tejer una historia es ver las posibilidades de una situación, y en esta historia discurres en varias de las muchas que podrían desglosarse. Yo lo descubrí el día que no me gustó el final de un cuento de Poe y, para mi deleite personal, lo cambié a lo que me hubiera gustado leer. Ese día supe que yo también podía escribir (no tan bien como Poe, claro, pero para mi deleite personal :) ) ikalinen
30-03-2011 Es genial como vas optando dentro de la historia y las posibilidades de los personajes. Todo es verosímil, incluso, el final de película, de esas películas que entre quieren provocar pena y hacer de moraleja. Finalmente, otra cosa sería con hijos, definitivamente. NeweN
 
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