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Los ojos, los ojos....

Toda tú diseñada para el goce, cada movimiento de los dedos, la situación exacta del pie a cada paso, la tensión rítmica de las pantorrillas, la agilidad del brazo que creaba ondas cuando movías las sonajas entre los dedos...formas redondas desplazándose en el espacio, cadencia de la curva que se iniciaba en los dedos diminutos, curvos el vientre los pechos de seda, curvo el trazo acuoso de tu pelo que se desparramaba, creando vuelos marinos en el aire.
Y él miró sin ver la forma suave y redonda, muelle de tu vientre sin recrearse en la loma del pubis, sin recorrer el círculo perfecto de tus senos. Y esa luz recta, directa, firme hacia adentro, te devolvió por un instante la verticalidad del ser, la seguridad luminosa del relámpago. Rectos los ojos, penetrantes, creando líneas ascendentes, rayos de luz sobre las cosas.
Fue como un chasquido, una fogata que se extingue. Los ojos no se ablandaron, ni se hicieron codiciosos; no se ciñeron a las olas de tu cintura...las ondas de Afrodita la griega...las curvas plenas de Astarté la de las múltiples senos...Y él a tu lado cubierto de harapos... uno más entre los locos, esos que se alejaban de la ciudad y buscaban la arena
implacable del desierto para alimentarse de insectos y de miel silvestre; él cubierto apenas con aquella túnica de corteza de árbol con esos músculos flojos por el ayuno y esas cuencas vacías de quien ya está en otro lugar.
Nunca te importaron las polémicas religiosas, las disputas estériles de un salvador que ha de llegar.
Babeaba el viejo mientras tu ibas quitando los velos uno a uno...Tu vientre aquella noche fue como un maremoto que crecía, amenazando con anegar las costas, fue como el acorde suspendido sobre una cuerda elástica que produce vibraciones progresivas, fue la piedra arrojada en el lago que deja la estela circular de su paso, círculos concéntricos que se distendían y confluían, que convocaba y desalentaban, que hipnotizaban al rey y ponían venitas rojas en sus mejillas. Sudaba el rey y resoplaba. Un velo, dos velos... Y ahí estaba tu madre satisfecha, oronda: tú, prolongación suya, instrumento sabiamente adiestrado, para encandilar príncipes y escribas, sacerdotes y cortesanos...
Reía Herodes de tu triunfo y tú dejabas caer los velos mientras soñabas con aquellos ojos, con aquella mirada.
- Pídeme lo que quieras- dijo el rey.
- Los ojos, los ojos...
Y ahora están ahí ante ti en bandeja de plata. Desde hace tres noches y tres días percances muda, sentada a su lado, tuyos para siempre esos dos ojos, esa mirada ahora fija, mirada que no implora, ni desea...la cabeza del Bautista, trofeo-talismán de los sueños, recordatorio.
Los ojos cuentas de cristal, bola del universo, faro, dardo. Y una ráfaga de viento cruel arremolina los cabellos del hombre y pone víboras alborotadas sobre las sienes. Los ojos brillan ahora y concentran como entonces el azul del mar y el tintineo opaco del firmamento. Las palabras del misterio comienzan a sonar, brotan de las pupilas mudas, salpicando el paño blanco bordado, donde ya ha resecado la sangre dejando jeroglíficos entre los bodoques y tú, Salomé, la hija de Herodías, te acercas con el recogimiento que requiere el rito, hincas tus rodillas en el suelo y acercas tus labios a esos labios resecos:
Que la palabra sea en mí.
Y los ojos callados murmuran: Que así sea por siempre y para siempre..

Texto agregado el 21-03-2011, y leído por 117 visitantes. (1 voto)


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