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Podría contar muchas cosas, y opinar de todavía más. Estoy cada vez más consciente del mundo, más curioso de él, pero simultáneamente más retraído y desinteresado en interactuar, pertenecer o formar parte. No sé si me he convertido en un observador pasivo, o en un ciudadano humilde. Lo más probable es que no sea ni lo primero ni lo segundo, sino algo mucho más complejo y menos desafiante, como suele serlo toda la gente. Es difícil que alguien que parece un estereotipo lo sea completamente sin tener resquicios de una complejidad mayor. Lo cierto es que la realidad está llena de errores de juicio de las personas sobre sí mismas y los demás.

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Hace unos meses, cuando acababa de leer La Señora Dalloway, seguida de Las Horas, tuve una repentina necesidad de comentar con alguien lo que estaba pensando. Como La Señora Dalloway es un libro relativamente complicado al inicio, por el ordenamiento de las frases, por la confusión en los acontecimientos o quizás otras razones, no veía accesible la opción de hablar con algún cercano sobre su contenido o su poesía, ya que ninguna persona que estuviese alrededor mío había terminado el libro. Más difícil aún era “conocer gente” exclusivamente para la tarea, obviando, como yo deseaba, toda conversación sobre “nosotros” y concentrarnos en Woolf.

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Hay algo que tengo claro sobre mí. Sé que tengo una necesidad de limpieza y orden que no necesariamente es evidente en mi discurso habitual, aunque sí lo es con mis pensamientos y con la manera en que catalogo mi memoria. Por ratos creo que son rasgos obsesivo-compulsivos, que me hacen insufrible escribir un texto sin lógica interna, o uno en que las ideas no queden claramente expuestas. Por ejemplo, padezco de pequeñas manías como que los párrafos deban tener una extensión similiar de palabras, o con que haya cierta cadencia en las frases que me remita a una especie de vaivén interior, o marea (de mar), que musicalice las sílabas. Cuando eso no sucede me estreso. El sentido del desorden me perturba mucho.

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Recurrí entonces a un foro de internet, donde me creé un usuario que no tenía ninguna seña sobre mí; ni país, ni nombre, ni procedencia, ni link de referencia. No me interesaba hablar de mí, o dejar una idea de quien era. Allí hablé en extenso sobre Virginia Woolf, y pensé todavía más acerca de las conexiones que tuvieron Michael Cunningham al escribir Las Horas, y Stephen Daldry al realizar la película homónima. No me olvidé que los profesores de universidad le llamarían a eso “intertextualidad” o “diálogo entre las distintas obras” –detesto mucho esos conceptos, tan vacuos, tan faltos de pasión-. Hoy, seis meses después de realizado esto, nadie ha comentado lo que escribí. No niego lo decepcionante que resultó la experiencia.

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Para mí es muy importante el concepto de la pureza. Pienso en él como si hablara de mí en tercera persona. ¿No te sucede a ti en algunas ocasiones? Cuando no hay nadie cerca, y te pones a hablar en voz alta, o a gritar si es que estás seguro de que nadie te oirá. Es como si estuvieras muy enamorado del acto mismo de respirar, y la emoción fuera tan intensa que la única descarga aceptable es aquel grito, lleno de furia. Momentos así, en que la inteligencia no tiene nada que ver, son muy hermosos.

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Me interesé particularmente en las interconexiones entre las tres obras. Woolf escribe: Clarissa Dalloway acaba de comprar las flores para la fiesta y ve, de lejos, a un miembro de la realeza británica. Cunningham escribe: Clarissa Vaughan, lectora de Woolf, ve de lejos a Meryl Streep filmando una película en Nueva York. Daldry filma: Clarissa Vaughan, interpretada por Meryl Streep, compra flores para la fiesta, mientras piensa en Dalloway. Bonita superposición de historias. Siempre me han gustado las superposiciones de historias. Así como siempre he buscado “la historia única” del autor, a través de toda su obra; ese algo que arroje claridad sobre su esencia como ser humano, el hálito vital que lo lleve a ser lo que es, a desear lo que desea u obsesionarse con un tema específico.

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En otros momentos todo parece desmoronarse a mis ojos. No sé qué hacer con aquello que siento, tan perentorio, poderoso y deprimente. No se trata de desmerecer la felicidad, sino de lidiar con una especie de ahogo en la garganta, como un nudo que dificulta la visión, que distorsiona la perspectiva de los hechos. Porque es un hecho que mi vida es tan normal como cualquiera. Es un hecho que los eventos buenos se equilibran con los malos. Que las estabilidades usuales están, que no hay grandes necesidades objetivas. No es razonable dejar de pensar en actos “buenos” y “malos”, y meterlos todos en un absoluto de incerteza. No es razonable.

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Más conexiones: Woolf experimentó el lesbianismo, Cunningham y Daldry son homosexuales. Pero el gusto en sí no radicaba en hallar esos guiños, sino quizás el tiempo en que abordé todo. Leí los libros en el invierno, unos días que llovió mucho. Fueron momentos de intensa soledad, en que abría la ventana de la habitación en que estaba, respirando profundamente, buscando la pureza en el aire, la transparencia del agua en la oscuridad. Porque me gustaba leer en la tarde, cuando el cielo se ponía azul-negro, un azul muy intenso en comparación a la escuálida concentración del alumbrado público. Me gustaba el salpicar del agua de lluvia en mi cara y en las hojas del libro, que al secarse quedaban rígidas. Era una sensación muy hogareña, muy de enamoramiento adolescente.

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Pese a no tener certeza, y hacer de ello un dogma, me faculto para sentir amor. Si no, ¿qué explicación tendría tanta necesidad por entender a los otros?, ¿por ser parte (sin serlo)?, ¿por sumergirme con completa devoción a conocer ese animal ruinoso y roto? ¿O es un espejo de mí mismo confrontado ante un narcicismo retorcido que no me deja consumir energías en nada más que la misma causa? Ah, qué fascinación por lanzar preguntas sin respuestas; qué clase magistral de declaración de intereses sin fundamento. Qué exhibición patética de indignidad.

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En algunos momentos de La Señora Dalloway todo era confusión, lío, paja molida. Y aburrimiento también. Especialmente en los pasajes en que Woolf se dedicaba a narrar situaciones que parecían carecer de todo interés humano, con descripciones muy detalladas sobre objetos, rituales y otros. No recuerdo con especificidad a qué me refiero, ya que sólo queda en mi memoria la sensación en sí de avanzar desequilibradamente por el libro, como a tropezones. Muy rápido en aquellos pasajes llenos de vértigo lírico, y muy lento en los haberes de la descripción vanguardística vacía o los detalles de la fiesta.

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Pero qué petulancia, podría decir un viejo conocido. Qué buena es la memoria para retener los comentarios ácidos, y mala para resucitar la belleza. Es cierto que en los aspectos oscuros de la gente suele haber una gran fuerza. La maldad y la crueldad mueven montañas con sólo desearlo. Mira, hablando de eso, recordé una frase que me dijo una mujer una vez: “todo lo que quieres en la vida, sólo tienes que desearlo y se logrará”. Qué absurdo, pensaba yo, porque lo único que deseaba era estar con ella y al final no fue. Ese festín le evité a mi profesor hace un tiempo, cuando desesperado buscaba trancas emocionales sin resolver.

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Quizás esos episodios sin gracia eran la expresión de sinceros estados febriles de la autora. Estados muy profundos que se perciben en todo su apogeo en los momentos bellos. Una suerte de fragilidad psicológica, que mezcla claridad a ratos, y confusión en otras (y más confusión que claridad). Porque es muy cierto, hay una belleza recóndita y muy pura en las palabras de Virginia, especialmente en las escenas que describe la configuración racional-emocional de Clarissa Dalloway, o cuando habla del loco (que Cunningham y Daldry rescatan en el personaje del escritor con sida).

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¿Cómo juzgar la sinceridad finalmente? ¿A qué “tranca” se refiere usted? (¿Debería haber utilizado comillas para toda la frase en vez de sólo la palabra? Ya no lo hice, si lo hiciera ahora estaría manipulando la frase, lo que es lícito; mas no todo lo que te es lícito te conviene, dice la Biblia.)

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Pese a ser un libro tan racional por momentos es capaz de llegar a estados de absoluta angustia; de completa impotencia de su lógica por encontrarle un sentido práctico a lo que describe (o vive). Bajo esa lectura, el posterior suicidio de Virginia Woolf es algo completamente previsible, y es el verdadero final de La Señora Dalloway. Allí estaban los antecedentes; el resto sólo fue la consumación de lo que debía suceder. "No podía ser de otra forma."

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Creo que la obsesión viene de la estética. Estética que busca producir algo hermoso. Creo que es el mismo principio que me lleva a clasificar las imágenes capturadas del monitor del computador, ordenándolas no por alfabeto ni tema, sino por fecha y hora, como un museo instantáneo que me recuerda dónde estuve, qué hice y qué pensé antes. Gasto tanto tiempo en ello. También en sacar fotografías sin mayor gracia, completamente difuminadas. Gasto tanto tiempo en pensar en ti, y en los otros, y en nuestras miserias compartidas, que llega el punto en que sólo me tomo la cabeza y cierro los ojos, e intento dejarme llevar afuera por una fuerza desconocida, muy lejos, drogado por la imaginación.

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Virginia Woolf a Leonard Woolf, carta de despedida, 1941: “Siento que voy a enloquecer de nuevo. Creo que no podemos pasar otra vez por una de esas épocas terribles. Y no puedo recuperarme esta vez. Comienzo a oír voces, y no puedo concentrarme. Así que hago lo que me parece lo mejor que puedo hacer. Tú me has dado la máxima felicidad posible. Has sido en todos los sentidos todo lo que cualquiera podría ser. Creo que dos personas no pueden ser más felices hasta que vino esta terrible enfermedad. No puedo luchar más (…)”

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La recompensa de todo es la paz. El silencio es demoledor y pacífico. Me gusta mucho, y si destruye partes de mí no me importa. Prefiero el silencio al ruido y la interferencia. La nada a la búsqueda frenética por los actos per se, que intento hallar en la vida ajena. Leo la declaración de principios de Virginia en Clarissa Dalloway, pero también, aunque en menor grado, la vida de Cunningham en Las Horas. En su caso es evidente la devoción por Virginia, pero también, en la interpretación del libro, se ve a Cunningham y un resquicio de su vida, sus temas y sus manías.

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“(…)Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí tú podrás trabajar. Lo harás, lo sé. Ya ves que no puedo ni siquiera escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que debo toda la felicidad de mi vida a ti. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirlo, todo el mundo lo sabe. Si alguien podía haberme salvado habrías sido tú. Todo lo he perdido excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo. No creo que dos personas pudieran ser más felices que lo que hemos sido tú y yo. V.”

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Hoy podría contarte sobre el placer que me entrega el silencio. Decirte que quizás ya no quiera hablar más nada. Quizás ya perdí la habilidad de hablar, de relacionarme, de ser. Aunque a ratos parece que me encamino hacia un error, conscientemente rechazo oportunidades para abandonar mi estado, para volver a ser una persona decente e íntegra. No niego que me gustaría tener el poder, eso sí, de lograr salir de aquí cuando lo desee, y encontrarme con un presente diferente, o ser capaz de dejar un rastro que te permita hallarme en el futuro. Mis habilidades son distintas ahora, son habilidades de espía de la vida de los otros, de investigador privado, de buzo de espíritus ajenos. Tengo la perspectiva de un mundo visto desde el fondo de un pozo bien iluminado, con vista directa a un cielo despejado y dolorosamente claro. Soy feliz allí. Porque me he ido acostumbrando cada vez más y mejor a la soledad. En las paredes húmedas de piedra, en la negrura de la roca, me reconozco.

6.12.10

Texto agregado el 17-02-2011, y leído por 400 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-02-2011 Cualquier cosa que uno escriba, con o sin lógica, tienen belleza. Respira profundo, desordenate el cabello, ve al mar y vive. El mundo para que sea bello, tiene que tener desorden. Ya me imagino un mundo ordenado...para eso mejor me enrolo en el ejército y eso si que es una lata. Serotonina
 
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