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Eric: ¿Tú viste; Joaquín, cuándo el abuelo dio su último respiro, antes de morir?
Bernardo: No preguntes tonteras Eric, Joaquín es chico, está muy impresionado y no se da cuenta aun de estas cosas.
Eric: Pero si ya tiene ocho años, y recuerda que el año pasado enterramos juntos a su hámster. Aunque todos sufrimos, Joaquín fue el que menos lloró.
Joaquín: Gracias hermanos. Es verdad lo que dice Bernardo: aún soy un niño pequeño. Y es verdad lo que sostiene Eric: todos sufrimos con la muerte de Spyke, nuestro hámster. Pero ambos yerran en una cosa: yo me doy cuenta de las cosas, y por esa razón es que lloro menos que ustedes.
Eric: A ver, a ver, mocoso insolente. Soy el hermano mayor, ya tengo doce años. Creo que te estás pasando de la raya, pongamos orden. Yo sólo quiero saber si viste cuando el abuelo murió.
Bernardo: ¿Y para qué quieres saber eso, hermano?
Eric: Porque quiero comprobar mi teoría.
Bernardo: ¿Y cuál es esa teoría tuya?
Eric: Bueno, que los seres humanos somos robots, llegados desde el especio, traídos en una nave espacial por alienígenas que decidieron colonizar el planeta Tierra.
Bernardo: ¡Pero Eric!, ¿te has vuelto loco?, acabamos de sepultar a nuestro abuelito, hemos asistido al funeral y escuchado el sermón en la misa, ¿cómo puedes hablar así?
Joaquín: Yo no creo que nuestro hermano se haya vuelto loco, Berni. Creo que sólo tiene un punto de vista, y puede que esté en lo cierto, aunque suena a un relato de ciencia ficción, creo que no basta para refutar su teoría con negarla como un fanático.
Eric: Pues lo mío es una teoría que puedo probar.
Bernardo: ¿A qué te refieres, hermano?, ¿acaso puedes probar que los seres humanos no tenemos un alma que nos hace únicos e inmortales?
Eric: Vah, son muchas afirmaciones en pocas palabras. Lo que yo creo es que si somos robots o máquinas más sofisticadas, en buenas cuentas somos sólo materia y lloramos la muerte de alguien porque sabemos que no lo volveremos a ver y lo extrañaremos.
Joaquín: ¿Estás seguro de lo que estás diciendo Eric?.
Eric: Cómo que tengo doce años.
Joaquín: Bueno, hermano, déjame decirte que nuevamente tienes razón en una cosa: efectivamente, hay una parte material o corporal en todos nosotros. Pero yerras, negando sin fundamentos la existencia de nuestra dimensión espiritual.
Bernardo: ¿te refieres al alma, Joaquín?
Joaquín: ¡Exacto!.
Eric: ¿Pero cómo pruebas que existe un alma?
Bernardo: No seas tramposo, Eric. A ti te corresponde demostrar que no existe.
Eric: Yo no soy tramposo, sólo utilizo la lógica y el sentido común: el ser humano no es más que un organismo, al igual que un pez, nace, se desarrolla, se duplica y muere. Y san, san, se acabó.
Bernardo: ¡Hereje!, ¿cómo te atreves?
Joaquín: ¡Esperen!, no discutan. La cuestión es simple: Eric afirma que yo he sido el que menos ha llorado con la muerte de nuestra mascota.
Eric: Así es.
Joaquín: Bueno, esa es la prueba de mi Fe.
Joaquín: Bernardo ha afirmado que soy muy chico, llegando a la conclusión que aún no me doy cuenta del fenómeno de la muerte. Yo les digo, la muerte es algo natural y es como la otra cara de la moneda, donde vida y muerte dialogan en un juego infinito. Creo que esto es prueba de mi madurez y permite que me den la posibilidad de dar un último argumento, a favor de demostrar que no he llorado menos por no tener conciencia.
Eric: A ver, enano, ¿qué vas a decir?
Bernardo: ¡Déjalo hablar!, es interesante lo que dice.
Joaquín: Un día, a la mamá se le cayó una taza de té en la cocina. Ustedes no se dieron cuenta porque estaban jugando al Play. Pero yo estaba justo ahí. Mientras mamá fue a buscar una escoba y una pala para recoger los pedazos de la taza, yo cogí un paño y absorví el té, para ayudarla a limpiar el desastre. Cuando limpiaba, me puse a pensar que una taza de té, aunque se rompa la taza, sigue siendo una taza de té, pero sin el té, deja de serlo. Así se comporta el alma. Por eso no estoy tan seguro de no volver a ver a Spyke o a nuestro abuelo, aunque -probablemente- en una "taza" diferente.
Eric: Continúa, por favor…
Joaquín: Bueno. Me di cuenta que aunque los trozos de la taza vayan a dar al basurero, el té no desaparece, ya que al enjuagar la esponja, el té permanece intacto en ella. Tal es así que si la aprieto con fuerza con mi mano empuñada el té aparecerá nuevamente, e incluso podría volver a servirse en una taza nueva.
Bernardo: ¡Es increíble!. Jamás lo había visto de eso modo.
Eric: Es porque sólo crees lo que te dicen sin cuestionar nada y no piensas.
Bernardo: No es cierto. Quieres que te dé una…
Joaquín: Hermanos, la gracia de dialogar es que no necesitamos pelearnos.
Eric y Bernardo: Tienes razón.
Joaquín: ¡Creo que he probado mi punto!: el motivo por el que lloré menos que ustedes tiene que ver más con mi Esperanza que con mi corta edad.
Eric: Es verdad, mocoso endemoniado. ¡Pareces un verdadero filósofo!. Más me valdrá prepararme para nuestra próxima conversación sobre fútbol, si no quiero salir trasquilado.
Bernardo: Gracias hermanos. He aprendido que todos podemos tener nuestros propios puntos de vista. Pero que conversando, podemos ver con mayor claridad y disfrutar mientras miramos juntos. Los quiero mucho.
Joaquín: Yo también.
Eric: Ya, no se me pongan sentimentales, ya que eso es de mujeres.
Joaquín: Estás seguro, hermano, ¿quieres que te demuestre tu error...?
Mamá: ¡Ya niños, vengan a tomar once, que se enfrían sus tazas de la leche…!

Fin


Texto agregado el 14-12-2010, y leído por 232 visitantes. (0 votos)


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