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En ocasiones, cuando me siento demasiado triste como hoy, tomo un poco de agua en un vaso, me siento cómodamente en mi viejo sofá y comienzo a admirar a mi vieja amiga la luna… Recuerdo de pronto, todas las anécdotas ocurridas frente a su presencia. Creo que hoy no es la excepción, pues últimamente, las malas noticias invaden mi existencia. Así que seguiré el antiguo ritual y comenzaré a invocar las historias que aún navegan por mi cabeza…

Recuerdo bien que era miércoles, la noche era fría y enfriaba aún más debido a los nervios que me corroían al pasar cerca de quien no se atrevía a confesar lo que hasta ese momento sentía por mí. Habíamos caminado por un largo rato, hasta que de pronto y sin más, de sus inertes labios surgieron las palabras esperadas y que yo quería escuchar:
-¿Qué pasaría si te pidiera que fueras mi…? En verdad, quise poner toda la atención en ese momento para esperar la terminación de la frase, pero fue inútil, un extraño silencio envolvió de pronto la situación. ¡Dios Mio!, pensé de inmediato, tanto caminar y para nada… Claro está que yo no diré ni haré nada haber que sucede. Con un pesar enorme, nos sentamos en la banca de un jardín, nos miramos a los ojos y… Fue entonces que decidí contarle una historia para haber si terminaba con éxito la frase.

“Dicen que cerca de la ciudad, junto a la última montaña, existía un joven pastor, que como todas las noches, esperaba la oscuridad para ver aparecer por el horizonte a su amada la luna. Durante años, imploró a sus dioses le dieran la oportunidad de hacer posible este amor, de poder acercarse hasta ella y confesarle sus sentimientos. Después de tantas suplicas, los dioses se compadecieron del joven y decidieron ayudarlo, tan solo le pidieron que fuera honesto y externara sus sentimientos a su amada, ya que ella era un poco soberbia. Con todo el ánimo y fe por delante el joven comenzó su viaje y una vez cuando estuvo cerca de su amada y observar su belleza, su pobre corazón desfalleció de tristeza, pues se vio muy poca cosa para tan gran dama, así que con una gran tristeza y una lágrima en sus ojos, retornó a su casa, convencido que sería mejor guardar silencio y seguir observando la belleza de su amada toda las noches.”

Terminando de contar mi historia, nos miramos, quería gritarle afirmativamente a su pregunta, decirle que yo sentía lo mismo, pero algo en el ambiente me lo impedía, sin embargo, algo comenzó a dar vueltas en mi cabeza… ¿Qué pasará mañana?, Sin decirnos nada, caminamos nuevamente, entre cuentos de ranas inconformes y de hadas tontas, entre planes y tal vez… Con la mirada indiscreta de la luna traviesa como testigo.


Texto agregado el 28-11-2010, y leído por 125 visitantes. (0 votos)


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