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Por un momento le dio la impresión de que ella le estaba observando mientras él la observaba. Sintió un poco de vergüenza y un mínimo de pudor, acalorándosele el rostro.
Mirarla era casi (para embellecer la realidad) una obsesión, un vicio que había asumido y que pensaba remediar. Muchas veces luchó con este impulso que iba más allá de la razón y del carácter. Era algo en el territorio de los sentimientos y lo espiritual.
Podía parecer superficial, si. La obsesión con la belleza exterior de ella era mayor que con la de su belleza interior. Le fascinaba… y su interior, su personalidad (encantadora o no, benigna o malévola) poco le interesaba.
Pensaba en tantas cosas cuando la veía. Cosas abstractas para la mente del que pudiera (pero en realidad nadie lo hizo) verlas. Sus pensamientos iban más allá de una atracción meramente carnal o sensual… es algo que ningún psicólogo, psiquiatra o incluso expertos en la materia paranormal podrían llegar a entender.
Lo ocultaba, sin embargo, bajo una máscara de repulsión, de cierto desprecio respetuoso y de una distancia de solo conocidos de vista, como un psicópata que ama y odia a su víctima, confundido por su… como sea que se llame psicológico.
Sus brazos desnudos, tanto como sus piernas dejaban ver su piel blanca, suavemente lisa, tan bien cuidada y fascinante. Su cabello revuelto y despeinado, goteante aún por la reciente ducha, extenso hasta el final de sus costillas y el comienzo de su abdomen. Su rostro semi oculto, de perfil, con el cabello cubriéndole hasta la nariz, dejando libre a la vista su boca, sus labios rosados entre abiertos… una boca perfecta, de la que muchas veces quiso adueñarse por la razón o la fuerza.
Si, así la veía ahora, envuelta en aquella toalla rojo carmesí, que recalcaba su esbelta figura femenina aún humeante por el vapor de la ducha. Sus pies pequeños y delicados. ¿Qué ve? Una vendita en su pulgar del pie izquierdo, un corte quizás, una herida leve.
Vuelve a sentirse observado. Como si ella supiera que está ahí, como si ella lo viera en ese mismo instante.
La luz tenue apenas le deja apreciar los detalles con exactitud. Apenas distingue su lunar en la espalda, mas a la altura del hombro izquierdo. El pelo cubre sus ojos marrones. La cicatriz en una de las muñecas se pierde entre la piel ahora sombría y la moqueta azul marino.
El piso está algo mojado por las gotas que aún corren de su cuerpo ya enfriado. Y el aún lo observa de cerca, con aquella obsesión de siempre que lo viene persiguiendo hace buen tiempo ya.
Puede oler su cabello, si, y palpar su exquisita piel a la escasa distancia. Puede saborear sus labios y visualizar sus ojazos ocultos entre la caballera desordenada y la oscuridad del pasillo. Pero no puede oír su corazón. No, ya no porque yace en el piso la figura de su hermosa pasión a la que le arrebató el aliento con sus propias manos en las sombras de su casa.
Está incompleto… ¿fue un error?
Aún en sus manos están las gotas de agua que acariciaban el cuello de la hermosa obsesión atormentadora.
Tiene su aroma, su textura, su sabor y su belleza, pero no sus gemidos, su risa, su voz, su palpitar. Su corazón yace muerto en la alfombra azul, mojada por el cuerpo húmedo y frío de la bella maldición. El cuerpo hermoso envuelto en la toalla rojo carmesí, con el cabello revuelto tapando sus ojos perdidos que no ven al que les quito la vida.
Ya le queda poco ahí, y comienza a retroceder, al tiempo incalculable después, hacia las escaleras que dan al primer piso. Lento, para aprovechar cada instante que le queda cerca de aquel cuerpo. No quiere olvidar su fragancia, su suavidad, su delicia, su magnificencia.
El sonido de su corazón en cambio, ya es materia perdida, un tesoro que debería olvidar al esfumarse ya de sus manos.
Pensó que quizás al fin sería libre de ella, su vicio. Pero se dio cuenta más tarde que su necesidad por ella era infinita, e imposible de remover.
Ya no podría hallarla otra vez, al menos no en esta vida, y debía tenerla al menos frente a ella, para olerla, palparla, saborearla y observarla. Así que decidió seguirla hasta donde él creía que había ido a parar.
Una cuerda lo llevó hasta el paradero equivocado, y luego se dio cuenta que ya no había vuelta atrás… así que quedó atrapado para siempre en la maldición de su obsesión

Texto agregado el 20-10-2010, y leído por 264 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-01-2011 Hola.No siempre amamos lo que necesitamos....megusta tu tematica felicitaciones atte perres perres
20-10-2010 Me encantó, mató el objeto de su obsesión pero con ella su antídoto, muy bueno, espero que sea ficción, mis ***** pensamiento6
 
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