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Apagé un cigarrillo y me senté a mirar el sol que caía terriblemente redondo sobre un mar pálido. Pensé que no podía ser tan redondo, o que el mar ese horrible era gris, o que el cielo extrañamente tenía unas figuras irregulares demasiado geométricas para ser nubes. ¿Odiaba a mi hijo? No, tal vez únicamente a sus manifestaciones artísticas. -Sí me gusta. Dije sin levantar la vista de la mesa, de algún punto alejado del temible papel que ya comenzaba a generarme esa sensación que se iba con otro cigarrillo y con salir afuera, salir de ahí.
Curioso, mirándolo bien es cierto que el sol en esta desolada playa de Mar del Plata en invierno se pone terriblemente rojo y redondo y araña así al mar gris. Será que uno tiene la expectativa de que el arte mejore a la realidad o por lo menos que la vele de alguna manera. Pero no: ahí está esa bola insulsa, cobarde, asomando en el agua indiferente a su opacidad rojiza.
Con Paula fue exactamente lo mismo, nunca la amé. Llegué a esa conclusión gracias a Pancho. Francisco, ella eligió el nombre. Lo vi salir por ahí, por donde tantas veces había pasado mis labios. Por ahí, lugar sagrado, han llegado a decirle en algún poema algo así como “granada que ha rasgado de plenitud su boca” pero lo que ví ese día... No, no voy a culpar enteramente a su vagina por tener la capacidad de superar mi imaginación y abrirse más allá de lo sospechado por mi ilusa mente. Creo que juega en contra que haya tenido dieciséis años al momento de enterarme que esta estaba allí para otra cosa.
Pero me habían dicho que el amor existía y siendo que hasta ahora sólo había amado a la “Trémula zarzamora suavemente dentada donde vivía arrojado” y esta me había decepcionado tan estrepitosamente, decidí que el amor era otra cosa. No me fui. Amé a mi hijo. Aunque siempre extranjero, acepté.
Algo acepté.
Dejé el cigarrillo. Pancho tenía 13 y ya estaba empezando a pelearse con la vida, con nosotros. Paula lo soportaba más, siempre lo quiso con ese amor desinteresado de las madres que existe y por momentos es escandalosamente desinteresado. El escándalo me llevó a tomar la decisión del pucho primero, después de que yo no tenía que seguir ahí.
El pucho:
Paula se lo encontró a Pancho –nunca me sentí cómodo con el apodo, pero nunca pensé en otro- fumando en el baño en casa. Normal, todos hacemos eso, yo empecé a fumar de esa manera. Pero en el momento en que llegué a casa y ví que era uno de mis Lucky el que estaba apagado en el piso del baño y los gritos del pibe, pobre, sintiéndose tan grande en frente de Paula que lo miraba con una mueca enojada que claramente intentaba sostener más allá de lo que daba su enojo. Sentí una rabia tremenda, lo quería matar, pero matar en serio, porque ella no lo hacía. Porque ella en el fondo se estaba riendo. Entonces tuve que dejar el pucho porque entre todas las pelotudeces que le grité ese día le dije que el pucho mataba y lo creí. Bah, no era ejemplo fumarle en frente al pibe después de semejante sermón tampoco. Cuestión que dejé el pucho.
Me fui a los tres meses. Hoy a la mañana.
No voy a decir que mi búsqueda del amor, de esa sensación estupefaciente de entrega total a otra persona no haya dado con muchos cabos sueltos en el transcurso de esos años. Pero nunca me decepcionó lo suficiente como aquella primera decepción. Siempre fue estéticamente rescatable algún momento y mirando en retrospectiva hasta estuve convencido que amé a Paula. Quiero decir, más allá del cuerpo. No sé, la aprendía a amar de otra manera creo.
Con Sole fue diferente. No hubo tales momentos. No hubo tiempo. La conocí en la guardia del Fernández. Fui porque me había torcido un tobillo jugando al fútbol. Había habido un accidente automovilístico y la madre había muerto, ella tuvo que venir desde Mar del Plata a reconocer el cadáver. Y como llegó tarde terminó en la guardia preguntando por alguien que supiera dónde estaba la morgue.
La acompañé toda la noche, tomamos algo por ahí, una noche interminable en la que me contó historias de su familia, de ella, me hablaba como si me conociera. O yo sentí que la conocía.
No quiso quedarse, a la madre la cremaría un hermano con el que habló en algún momento esa noche. Con el que se peleó y luego de cortar el teléfono llorando me dijo que la acompañe a la terminal. La dejé en Retiro con el auto, estaba amaneciendo y me sentí perdido, no sabía qué hacer, eran como las seis de la mañana, demasiado temprano para ir a trabajar pero tarde para ir a casa. Entonces fue la primera vez que pensé en Paula. No la había llamado; siempre la llamaba para decirle que me quedaba un rato más con los chicos, que no me esperara, alguna otra cosa para que se fuera a dormir y no me viera entrar tarde a la madrugada. Aunque en el fondo sabía que ella estaba al tanto del momento en que entraba a la cama y también de lo que habría pasado aquellas noches.
Lo que me asombraba es que todo ese tiempo mi mente había estado en otro lado, transportado a escenas ajenas y en ningún momento había surgido nada, nada como lo que sentía ahora. Vacío. Necesitaba a Sole, su sonrisa la única que esbozó cuando se topó conmigo en el pasillo, comenzó a rondar en mi cabeza. Era esa sonrisa la que me contaba esas cosas terribles que la habían hecho llorar. Pensé en tomarme un micro, el que saliera, seguirla, seguramente podría preguntarle a algún taxista en la terminal si la habían visto. Tal vez tenía suerte y el micro se atrasaba y los dos llegaban al mismo tiempo. Tal vez cuando llegara la podía buscar en la guía, ver donde vivía. Tenía algunos datos, los suficientes como para tomarme el micro de las ocho de la mañana.
Di con su casa: no me abrió la puerta, desde una ventanita que tenía me dijo que era un enfermo. Que no podía haber creído que porque ella estaba mal yo tenía derecho a entrar en su casa. Que me fuera, que iba a llamar a la policía.
Me fui.
Dormí esa noche a orillas del mar.
Es cierto que el sol en esta desolada playa, en invierno se pone terriblemente rojo y redondo y araña así al mar gris.

Texto agregado el 30-09-2010, y leído por 165 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
18-12-2010 Siento que cediste a un capricho con el título, que no se vincula con el buen cuento que entregas. Me gustó mucho, en parte porque asumes la visión de un hombre, y no se siente distorsión. Lo que me produce ruido, quizás por mi ignorancia de Mar del Plata, es que el Sol no "se pone" en el Atlántico a no ser que estés en Africa, Europa o las Malvinas Argentinas. NeweN
11-10-2010 Me gusto eso de mas alla del cuerpo..suena bien.buena tu historia.saludos cordiales atte perres perres
30-09-2010 Como el perro de las dos tortas, que se queda con ninguna, estupenda historia, felicitaciones********* JAGOMEZ
 
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