Querida amiga, porque así te considero en este tren de la palabra escrita que nos ha traído hasta un edificio ensombrecido por la debilidad de su estructura. Fruto de tu prosa y con voz serena, hoy he escuchado de tus labios la historia de tu Pedro Ruiz. Una historia que me ha llenado de incertidumbre a la vez que de expectación. He percibido de tus palabras una raza descontenta y con anhelos de cambio. Y el escucharte y especular por mi cuenta me ha gustado, pero pensar que Pedro soñaba con ese cambio, compañera prosaica, no, eso me ha apenado. Saboreo la idiosincrasia de toda etnia y por eso mi deseo es que cada pueblo conserve su ser; la piedra siempre piedra como decía Espinoza; y el gitano, pues eso, siempre gitano. Y si al segundo día de su trabajo Pedro no se levantó de la cama, que fuera por su naturaleza, por su temperamento, por ser gitano y no por aparentar ser lo que hasta entonces nadie de su familia lo fue: un payo.
Querida amiga, el payo, payo es, y el gitano será gitano mientras viva y cuando muera lo hará como tal, entre negros y fuertes llantos a la luminosidad de una hoguera encendida durante siglos y traída desde la lejanía en unos carruajes cascabeleros con honor, cansancio y algarabía.