No puedes llegar a imaginar cuánta pena siento por la pobre Eduardita, Merileide, hoy me pasé la tarde toda observándola, y pude observar, quizás hasta padecer la enorme carga que ella debe sentir sobre sus hombros. Bueno, digo sobre los hombros para que no parezca otra cosa de parte mía. Sabes a lo que me refiero. Es verdad : los pechos y el trasero se le desarrollaron de manera demasiado provocante, aunque por supuesto de ella no es la culpa. Y no fue de interesado ni de intruso que me la quedé mirando, sino que simplemente no tenía yo outra cosa que hacer. Eduardita ya está por los 17 años,¿ no es así ? Bueno, tú no dices nada por que eres mujer, y habrás sufrido algo parecido cuando eras moza, más a mi nada me has contado de eso, pero lo concreto es que la pobre Eduardita ya lleva más de tres años, tal vez cuatro, esquivando a los hombres. Se le van encima uno tras outro. Es demasiado bonita la mentada, y eso es lo que la condena. Los hombres se le acercan con todo tipo de pretextos y moviendo sus plumas igual que los pavos. Ni siquiera son capaces de disimular que lo llevan duro debajo de sus bermudas. Feos y lindos le caen, jóvenes y viejos la cortejan. Es como una carrera contra el tiempo de quién es el que la preña primero.

- Los viejos son los peores. Ustedes los hombres son verdaderos animales. No me cabe ninguna duda que si acaso el uso de la fuerza fuese un arma lícita en nuestros tiempos, mucho babosos por ella caerían empapados en sangre.

- No voy a negar que abrigo una ilusión con ella y que yo también le arrastro el pañuelo.
- Descarado, eso es lo que eres, y peor todavía que yo soy tu mujer.

- Eras, Merileide, eras mi mujer. Hace ya tiempo que no me quieres dar tus carnes, de modo que no tienes de qué quejarte. Y uno se acumula y sueña con esas jovencitas de acá,¿ por qué no ? Si al final, las de acá son únicas en el mundo.