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Recuerdo que todo era blanco o negro. Recuerdo que las preguntas contestadas eran menos que las respuestas imaginadas. Recuerdo que un día era la eternidad, era cúmulo y era diversidad. Recuerdo que los techos llegaban al cielo y que los salones eran universos. Recuerdo oír cantar a mi madre en sus labores. Recuerdo a mi padre lavándose las manos de grasa, la grasa del trabajo, la grasa de la pobreza y el cansancio, la grasa del obrero honrado. Recuerdo cubos de arena que se convertían en castillos. Recuerdo las olas tenaces llevándose en su resaca muro tras muro en la pleamar, igual que la vida se ha ido llevando capa tras capa de mi inocencia. Recuerdo a un recién llegado, todo miedo y dulzura, de orejas gachas y rabo escondido. Recuerdo luego su amor, su entrega desinteresada, su alegría. Recuerdo también su marcha, mi primer impuesto revolucionario de dolor y llanto a la guadaña. Recuerdo una abuela paterna calva, severa y siempre enferma. Recuerdo mi desasosiego al entrar en su habitación, ese olor a viejo, a medicamentos. Recuerdo, en contrapunto, las comidas en casa de mis abuelos maternos, siempre regadas de alegría, alboroto y argumentos de sobremesa. Recuerdo mis trastadas nocturnas yendo a la cocina y bebiendo vino del porrón imitando el porte de mi abuelo. Lo recuerdo a él tallándome figurillas de madera con su tosca navaja de antiguo rojo encarcelado. Recuerdo sus historias de la mina y de la Guerra Civil, anécdotas siempre exacerbadas y exageradas, por eso, también, maravillosas. Recuerdo los cumpleaños en la huerta de mis tíos, cumpleaños de gorros de papel, refrescos y piñatas. Recuerdo los sedales rasgando el mar en la estela de la Chata, aquella barca chiquita en la que iba con mi hermano y mis primos hasta la isla de la aventura, Cortegada. Sí, desde luego recuerdo aquella isla en mi infancia. Era tan enorme... Había caballos que parecían gigantes a cuatro patas y chivos que amenazaban con sus infinitas cornamentas, balando su desprecio a los invasores. Recuerdo el esqueleto descomunal de un barco embarrancado en la orilla, evocador idílico de nuestras fantasías de piratas. Recuerdo juegos de escondite por las ruinas de casas en otro tiempo habitadas. Recuerdo el interior arbóreo de la isla, todo penumbra y misterio. Recuerdo que, en aquellos días, la risa aún no era ironía ni el llanto disimulo. Recuerdo que los colores eran más intensos, los espacios más abiertos. Recuerdo que una moneda no era dinero, sino una golosina, un cromo, una canica. Recuerdo, en fin, sí que recuerdo... que alguna vez yo he sido un niño.

Texto agregado el 28-04-2003, y leído por 443 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-04-2003 ..."Con su tosca navaja de antiguo rojo encarcelado", me encantó esa frase, como la que dice Claraluz también preciosa, muy bonito relato Vlado, estos son los que me gustan de ti, un besito, Ana C. AnaCecilia
28-04-2003 Magistral la forma tan natural y agradable en que aparecen tus recuerdos.Toda una historia vivida :-) Hay una frase que me gustó de forma especial "....En aquellos días la risa aún no era ironía ni el llanto disimulo". Muy bueno Vlado. Claraluz
 
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