Lo que la niña no sabía era que esos quilos de más eran solo una escusa.

Que lo que ella más deseaba era sentirse aceptada.

No ser esa tonta estúpida sin nada que decir ni que ofrecer.

Por eso quería adelgazar, porque "siendo delgada podría cambiar también su forma de pensar y actuar y ser como todos aquellos a los que envidiaba en silencio".

Sin embargo, quitándose esos quilos también dejaba de ser ella misma. Se volvió fría, incapaz de contar lo que sentía, arisca, siempre enfadada, sin ganas de arreglarse, se pasaba los días tumbada bajo las mantas y no tenía fuerzas para hacer otra cosa. "Sólo adelgazando cinco o,mejor diez quilos más podría gustar a los de ahí fuera", pensaba.

Hoy en día, la niña ya no lo es tanto. Su peso es un poco superior al del principio de esta historia, algo normal ya que han pasado 10 años. Pero ahora sabe por mucho que deje de comer o haga lo que haga, su cuerpo seguirá siendo el mismo (con más o menos arrugas, o más o menos cicatrices, pero no cambiará). Que en estos 10 años ha bajado y ha subido de peso de formas muy desequilibradas y atentando contra su salud e incluso su vida, y que ahora vuelve a pesar lo mismo.

Y también sabe que, aunque no sea como las chicas que tanto envidiaba, ahora vuelve a ser ella. Con más o menos trasero, más bien bajita (como siempre), con el pelo largo, castaño y liso... y una cosa inalterable, que con todo esre lío había perdido casi por completo: Una sonrisa de ninfa, que esperemos que nunca más se borre de sus labios ni de su vida.