El pleno desierto, el sano momento
la convicción misma, discontínua, frágil y tránfuga.
A veces, sola, desnuda el pensamiento y lo hace libre.
Libre de los miedos y sollozos, de la muerte infantil
que estés a mi lado nuevamente, caminando.

Anohe la luna, llena y conspicua
me reveló cinco secretos y una confesión.
Deslumbrante, encandiló mis ojos y los abrió.
Brillante y cósmica sedució mis consuelos,
estremecida, insaciable, tocó mi corazón
ahuyentó la soledad y me enamoró con sus encantos.

A ella me hice fiel, me hice de piel y carne
juntos esa noche estrellada junto al mar caímos
en la fría arena de una noche de domingo.
Las olas hacían perfecta armonía con el vaiven de mis ojos,
la brisa, las ínfimas y delicadas gotas de agua
bañaban mi escandaloso rostro.
Sutiles, refrescaban el aliento,
juguetonas se aferraban a mis pestañas
para luego bañar mis pupilas
y hacerlas soñar.

Donde fuera que mirase, ahí estaba ella
reflejada en el inmenso mar, la luna.
Era el amante más feliz de la tierra
pués ella no me abandonaría,
solo la tendría de noche,
cuando el radiante rey sol se oculte
para caer en descanso eterno
y asegurar un mañana,
cuando las nubes de mi ser lo permitan,
cuando el mar esté plagado de ella
ahí estaré, inconsciente, perpetuo;
ferozmente tenaz, una nueva noche de domingo
junto a ti, Oh! bella luna, preciosa e inmortal.