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Con la cara apretada entre los barrotes y los nudillos a punto de reventar, los presidiarios observan taimadamente el deambular de la gente “paqueta” en busca del cuadro o la pieza artesanal que colme sus expectativas.
En efecto: Los corredores y las paredes de los calabozos pintados a nuevo se han recubierto de obras pictóricas y piezas de artesanía de elevada calidad. El olor a pintura del reciclado del edificio aún es penetrante.
Los artistas y los marchands se pasean inquietos por las tres rampas del celdario o forman corrillos a propósito del evento con algunos entendidos; caras rosadas y solemnes absortas en jugar al personaje decorativo y vanidoso que el show convoca. En algún caso aguardan pacientemente el interés de los presentes sentados en la proverbial base de hormigón adosada a una pared en el interior de las celdas.
Algunos penados tirados en el piso fuman despreocupadamente y otros se han trasladado hacia la rampa exterior. Apoyados sobre la barandilla observan el inusitado espectáculo entre guiños y gestos de lascivia. En uno de los calabozos una mujer - o algo parecido- lava los trastos en la miserable palangana colectiva.
La magnitud del edificio contrae a un constante murmullo apagado el cuchicheo reinante en el recinto. La gente entra y sale de los calabozos comentando la calidad de los cuadros y esculturas expuestas, en tanto algunas azafatas de fino porte sirven café con profesionalidad.
Sobre la bóveda superior se proyecta, en giros intermitentes, la potente luz que ilumina las partes altas del penal y sobre un costado discreto bosqueja la sombra discreta del tablado sobre el cual se yergue la horca.
Los guardias, posicionados en la torre de vigilancia, firmemente apoyados en sus fusiles observan todo aquello sin perder de vista la conducta de los reclusos.
Inusitadamente se produce una situación anormal.
Con gestos altisonantes ordenan volver a los calabozos.
Un detenido emprende veloz carrera rumbo a la puerta principal de la cárcel.
Bastaron dos escopetazos para hacer trizas sus intenciones. Pide ayuda desesperadamente extendiendo un brazo ensangrentado.
Una chica, atravesando el cuerpo del moribundo, apoyada sobre el codo de su compañero levanta brevemente una pierna con el objeto de desprender un chicle adherido a una de sus sandalias. La sangre fluye entre las baldosas rotas hasta detenerse al pie de un cartel donde reza: “Espacio de Arte Contemporáneo” (ex Establecimiento de Detención del Nuncamás).

LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Derechos reservados


Texto agregado el 05-08-2010, y leído por 94 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-08-2010 Me impresiono el relato mescla de la realidad actual y los fantasmas del pasado conviviendo en la misma obra... Recuerdos de la realidad Argentina de la epoca de los desaparecidos... Algo q algunos tratan de acallar... BETSYHAAB
 
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