porque me gusta el jazz escribo. lo había abandonado a su suerte en una habitación que no era la mía sino más bien un asiento en un bus al oriente. no temíamos discutirlo todo siempre con Parker por detrás como fondo, como si fuéramos un lienzo en donde tal vez ese Coleman nos pudiera dibujar entre altos y bajos, lonely woman, sonando siempre tan lastimoso como si fuera un último estertor, un sax desgarrado por los días siempre tan apagados, tan iguales al anterior.
sucede a veces que si cierras los ojos puedes ver la forma de ese jazz por venir y todo queda siempre en una oscuridad tan hermosa, en la más aguda de las ausencias.

la situación, entonces, era la siguiente: el esbozo de los recuerdos satisfacían plenamente un oído entrenado para escuchar cualquier cosa que fuera la métrica rítmica de ese hombre que plasmó en ese disco, en esa canción en particular una desolación tal que se quedaba impregnada hasta en los huesos. no habían más burlas, era pura ánima, puras deshoras atrapadas en esos cinco minutos de desvastación.
no había nada más en que pensar tampoco, sólo un free jazz tan liberador para haberse desligado de la esclavitud negra, de las humillaciones ancestrales... impaciente, lonely woman es como una herida que no para de sangrar. una herida majestuosa que es mejor nunca dejarla cicatrizar.