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& Toreo de Recuerdo &
Lo vi por primera vez sentado en aquel bar. Yo había entrado para tomar un café antes de coger el autobús. Me senté en el taburete que estaba vacío, a su lado. Él volvió sigilosamente la cabeza y me miró con aquellos intensos ojos azules. No pude evitar desviar la mirada, mi corazón comenzó una carrera desenfrenada y turbó por unos minutos mi tranquilidad.
- ¿Qué va a tomar la señorita?- Una voz ronca y aguda fue capaz de hacerme abandonar mi ensueño y volcarme otra vez a la realidad.
- Un cortado, por favor - Le respondí, y sin volver mi cabeza noté otra vez esa mirada en mi. Un veloz escalofrío recorrió mi nuca como si se tratase de un cubito de hielo deslizándose por la curva de mi espalda y estremeciéndome nuevamente. Puse azúcar al café y removí con la agilidad que me permitían mis finos dedos, tomé el primer sorbo intentando volver otra vez a la normalidad. Mi mente intentaba dar explicación a todas aquellas reacciones que mi cuerpo estaba experimentado por primera vez, pero el desconcierto se iba apoderando cada vez más rápido de mi. Cogí el periódico intentando disimular la turbación que sentía por la presencia de aquel hombre sentado a mi derecha. En los titulares aparecía el nombre de "Oscar Sanz", uno de los mejores toreros del momento, anunciando su vuelta a los ruedos en la plaza de toros de Sevilla "La Real Maestranza de Caballería", tras el aparatoso accidente que tuvo meses antes en otra triunfal corrida. Una foto en el artículo de prensa hizo que me sobresaltara en la butaca donde estaba sentada.
- Perdona mi osadía, pero… ¿eres Oscar Sanz?- A la vez que señalaba con mi dedo tembloroso la fotografía del noticiero. Él asintió sin dar más importancia y sin prestarme más atención. Yo quedé avergonzada por mi descaro y volví otra vez a la lectura de aquella noticia. Al cabo de unos minutos oí una voz que decía:
- Mi nombre verdadero es Oscar Martínez, pero mi afición taurina viene gracias a mi abuelo materno Oscar Sanz Guerra. Él fue quien me introdujo en la sangre el deseo de ser torero. Recuerdo cuando de niño me llevaba al matadero, y allí me hacía demostrar todo el valor que ni yo sabía que llevaba dentro, ejerciendo de torero y mostrando esas dotes toreras que él me decía que tenía… - Sus ojos azules mostraban una tristeza desoladora que me rompió el corazón, seguí atenta a sus palabras como si en ello dependiera mi vida.
- …El empeño de mi abuelo por verme en las mejores plazas de España no fue en vano. Juntos recorrimos pueblos y ciudades en busca de una oportunidad para aquel niño de apenas 16 años que soñaba con ver en los carteles taurinos su nombre junto a otros grandes de la lidia. Tuvimos suerte, un día conocimos a Luis Romero, quien decidió apadrinarme después de mostrarle mi habilidad y mi valor para enfrentarme con las reses. De Luis aprendí muchisimo, era un conocedor profundo de la técnica del toreo. No dudó en instruirme la practica, ni pudo evitar sentir orgullo por aquel chaval que aprendía tan veloz con sus palabras, sus consejos y su arte. Su norma era: "Parar los pies y matar o morir", y esa frase quedó grabada en mi memoria como todas las cicatrices que llevo marcadas en el cuerpo de aquellos toros que consiguieron burlar mis dotes. Conseguí torear vaquillas y novillos en todos los pueblos de Andalucía. Alcancé fama y prestigio, y con el dinero que fuimos recaudando de aquellas becerradas y novilladas, mi abuelo consiguió comprarme mi primer traje de luces y apostó por mi para que tomara la alternativa en La Plaza de Toros de Ronda. Recuerdo perfectamente aquel día, los nervios brillaban por su ausencia, mi abuelo y Luis me ayudaron a vestirme.
Salí al ruedo al toque del clarín, cruzando con cada espada al hilo de las tablas y en direcciones opuestas, encabezamos el paseillo, yo al descubierto y a la derecha. Saludamos al presidente y me dirigí al burladero esperando mi oportunidad. Fue todo un éxito, salí por la puerta grande con las dos orejas entre las manos y el reconocimiento del público. - Su voz quebró y sus ojos se apoyaron en los míos. En ese preciso momento supe que me había enamorado de aquel torero, pero un desolado presentimiento oprimía mi pecho y me embargaba de temores, tal vez impuestos por un sentenciado destino. Pasamos horas y horas hablando. Supe que su abuelo había muerto hacía unos días, por eso la nostalgia en su voz y el peso de los recuerdos. Por unos minutos acogí ese dolor como parte de mi propia vida, dejando un hueco en mi memoria para aquel abuelo. Todos aquellos recuerdos que Oscar quiso compartir conmigo, se hicieron tan mios que llegué a sentir a su antecesor como parte de mi propio linaje. Cobijé la pena de la muerte de un desconocido, solo por el amor que sentía en aquellos momentos.
Me confesó que volvía a los ruedos otra vez, pero que tenía miedo. La motivación que siempre tuvo ahora estaba sepultada bajo tierra y sus ánimos con él. Sus ojos estaban hinchados, húmedos y rojos y buscaron desesperadamente los míos.
- ¿Te apetece pasear? - Le pregunté con voz tímida. Pagamos la cuenta y él se levantó, cogió mi mano y salimos de aquel bar. Estuvimos paseando toda la tarde por los jardines de la ciudad. En aquellas cortas horas iba creciendo dentro de mi el amor a una velocidad increíble. Me cobijé entre sus brazos sintiéndome protegida y amada. Fue como volver a nacer, como la felicidad, el deseo, la pasión que ya creía olvidadas volvían otra vez a mi y me aferré a ellas intentando que no se volviesen a ir de mi vida. Me besó varias veces en los labios y quise apretarlo entre mis brazos para que no pudiese escapar nunca más de ellos. Quise robar esas horas que el destino me estaba dejando disfrutar.
A veces dudo si fue un sueño o un brutal despertar de mi existencia. Nos despedimos esa tarde, prometiéndonos volver a vernos dos días después en aquel mismo bar y a la misma hora.
Pero el destino no dejo que ese amor echara raíces. Al día siguiente, Oscar Sanz volvía a los ruedos, a la "Real Maestranza de Caballería". El aforo de más de 12.500 espectadores estaba completo. Miles de personas fueron a verlo torear, a que les demostrara el valor que llevaba en las entrañas. Entre todas esas personas faltaba yo, inquieta en mi pequeño apartamento de Sevilla. Sintiendo cada minuto eternizarse y sintiendo la desoladora tristeza de lo que brutalmente quería arrancarme de las manos y de mi corazón el destino.
Al día siguiente, mientras lo esperaba a la misma hora y en el mismo bar de aquella primera vez. Leí otra vez los titulares en la prensa:
"OSCAR SANZ FALLECE TRAS UNA CORNADA MORTAL EN EL CUELLO"
Mi cuerpo tembló de impotencia, mientras leía torpemente la noticia a través de mis ojos inundados de lágrimas. Le odié por unos minutos por faltar a nuestra cita pero lo amé eternamente en mi corazón.
Esa vuelta al ruedo la vistió de negro mostrando a la plaza entera el luto que llevaba en el corazón tras la muerte de su abuelo. Su traje de luces era negro azabache pero quedó teñido del rojo de la sangre que corría por sus venas, minutos más tarde de salir al ruedo. Murió al instante, aquella tarde soleada de Abril, con la vista fija en el cielo azul. Ese toro de pelaje mulato lo acompañó brutalmente al lado del verdadero "Oscar Sanz".

Texto agregado el 08-09-2002, y leído por 602 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-09-2002 El relato es conmovedor y muestra la fuerza del amor paseandote de los confines de la vida hasta los senderos de muerte. ME gustó PoetaSuburbano
 
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