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Caramba, nunca termino de aprender las infinitas lecciones que la vida me viene dando. Las disfruto cada vez que las comparto con mis hijos antes de que se vayan a dormir.

- Cuéntanos mamá, que te sucedió cuando tenías tus quince años?.

-Porqué nuestro abuelito Cosme dejó sola a mi abuelita con ustedes, que eran nueve hermanos?.

- No, mejor explica cómo te sentías siendo la mayor. !Qué horrible debe ser eso de cuidar a todos tus hermanitos, trabajar en la casa como si fueras una segunda mamá, cambiar pañales y apenas tener tiempo para estudiar.

"!Calma con todos!", recuerdo haberles dicho a mis tres hijos que me apabullaban para que les cuente la historia de mi niñez. No podía contestar a todos al mismo tiempo, de modo que lo hice a mi estilo, mientras que ellos engullían unos pastelitos de chocolate. Era la mejor forma de tenerlos callados mientras pensaba cómo empezar.

Bueno chicos, en esos años yo vivía en un edificio elegante del barrio más aristocrático de Lima, llamado El Olivar, habitado por gente de mucho dinero. Ya hubiera querido que mis padres fueran los dueños de ese departamento, pero lamento decirles que ellos eran los guardianes, encargados de la limpieza de sus quince pisos. Nosotros ocupábamos, como es lógico, el sótano que era el lugar mas oscuro, pero el mas fresco y alegre del edificio.

Mi padre se había ganado la confianza y el gran aprecio del dueño, don Paulino Menacho quien a pesar de ser un hombre adinerado, no dejaba de ser bondadoso con mi familia; fue un honorable congresista, amante de viajar por medio mundo.

Su hogar lo formó en la hermosa casa, colindante al edificio donde vivíamos. Su esposa le dedicó durante sus cuarenta años de matrimonio toda su amor, su devoción. La fidelidad fue su mejor vocación. Tenía, don Paulino cuatro hijos que eran contemporáneos míos y de mis hermanitos menores. Todos fuimos creciendo, compartiendo nuestros juegos, nuestros dulces, nuestros peluches y, por supuesto, nuestras peleas. La diferencia de clases era lo de menos. En nuestra inocencia nos sentíamos "todos como hermanos".

Solíamos jugar en ese amplio parque de El Olivar e inventábamos muchos juegos que eran el atractivo de las personas que nos miraban con agrado. Tuvimos un mundo infantil grabado con un sin numero de escenas que hasta el día de hoy las llevo grabadas con un fino cincel en los bordes de mi corazón.

Lo mismo sucedía con las dos amas de casa. Mi madre y doña Dora -esposa del Congresista- se hicieron tan buenas amigas que no pasaba un día sin que se dejaran de visitar. Intercambiaban recetas de cocina, una ayudaba a la otra en los postres, en el cuidado de los mas pequeñitos; ambas se deleitaban cuando escuchaban con atención de niñas anciosas, la radionovela de la tarde "el derecho de nacer".

Cada vez que pasaba a coger alguna fruta de la cocina, de pasadita, escuchaba "alguito" de las conversaciones. El tema favorito era lo bien que ambas se sentían con sus respectivos esposos. En ellas predominaba una conversación muy femenina, agradable, apacible, propia de las señoras "de su casa".

Esos dias plenos de alegría y de magia infantil fueron cortados con una tijera filuda, cuando don Paulino Menacho, preocupado por afrontar una deuda acumulada de sus continuos viajes al extranjero, tomó la decisión de vender el edificio de El Olivar. Los nuevos dueños, antes de tomar posesión, trajeron a su gente de confianza para que trabajen, en vez de mis padres.

- Cosme, me apena decirte que tienes que desocupar el sótano. Te daré una semana para que puedas buscar otro lugar. Yo tengo un camión, si gustas te lo presto para el traslado, sentenció el nuevo ricachón, que se mostraba impaciente para que de una vez nos fuéramos con nuestras cosas y nuestro familión, a otra parte.

Mis padres pasaron por uno de los momentos más adversos que el destinó les presentó con toda su crudeza. Ahora que yo también soy madre, y frente a una noticia como aquella, me hubiera vuelto loca. Pero mi padre supo resistir con valentía el reto. Ya encontraría alguna forma de salir de tan oscura encrucijada.

Fíjense niños, el abuelo Cosme estaba desesperado con nueve hijos menores, desprovisto de un techo que le diera seguridad y, lo mas grave, sin un trabajo que cubriera el alimento diario de tremenda familia que éramos.

-¿Qué vamos a hacer, Cosmecito?. Nos hemos quedado en la calle, no tenemos ni un huequito en donde cobijarnos.

- Calma, Asunción. No hay mal que dure toda la vida. Estuve pensando que éste es el momento para tomar una decisión radical. Tengo que viajar a Virginia donde está mi primo Jesus. Le diré que me ayude con el pasaje y me brinde su techo solo por unos dias, nada más. Allá trabajaré en lo que sea para que mi familia no pase hambre. Soy el hombre de la casa. Ya verás cómo saldremos airosos de esta situación.

- Eso significa que yo me quedaría sola, sin ti?

- Así es. En tus manos dejo toda la responsabilidad de la crianza de nuestros hijos. Este es el sacrificio que tenemos que afrontar. De lo contrario, nos hundimos, mi linda Asunción, nos hundimos. Más adelante ustedes me darán el encuentro, conforme consiga juntar el dinero. Dentro de poco tendremos que separarnos. Tal vez pasen muchos años sin que nos veamos. Demostremos que somos fuertes ante el mundo. Somos dos contra un solo destino. Fuerza, querida, fuerza y no me llore más.

Cuando nosotros recibimos la noticia, todo nuestro mundo de ilusiones en torno a nuestro héroe familiar, se nos vino por los suelos. Ya no estaría nuestro padre para colgarnos de su cuello al traer el pan por las mañanas, ya no lo tumbaríamos al suelo, jugando a que era un espía.

Su partida nos laceró el alma, nos dejó una huella más profunda que el forado de una herida. Esa tarde, nos dejamos caer por la sombra oscura del silencio.

-Chicos, les confieso, no hay dolor tan grande como las despedidas. No hay consuelo que llene ese vacío sin límites.

- Madre, y donde se fueron a vivir?.

Nos fuimos a ocupar una vivienda abandonada, muy cerca del rio Rímac. Tan pronto la vimos a lo lejos, supimos que ahí sería el lugar adecuado para fundar la continuidad de nuestra vida familiar. El lugar era horroroso, nos rodeaba el fango del rio. A pocos metros había un socavón donde los personas de otros vecindarios venían a tirar su desmonte y basura.

Desde ahí, tuvieron que pasar seis años para que mi padre nos llamara a todos. La magia del amor familiar nos volvió a unir aquel veinte de diciembre. Parecía increíble volver a sentir el calor de un padre. !Había pasado tanto tiempo que apenas lo pude reconocer!. Se veía tan cansado, el peso de los años no pasaron en vano. Dejó sus huellas en las arrugas profundas que surcaban su rostro, ajado como un alfajor.

Fue difícil adaptarnos a un padre que el tiempo se encargo de sentirlo tan lejano...pero todos hicimos el esfuerzo para superar esa gran brecha y amoldarnos a nuestra nueva vida.

- Chicos, todo el sacrificio de sus abuelos fue recompensado con creces. Cada uno de nosotros, a fuerza de lucha constante, logramos alcanzar nuestros objetivos. Yo logré ser una arquitecta de renombre en este país que no es el mío pero que llegué a quererlo porque dio a mi familia la oportunidad de salir del fango. Todos hemos pagado un precio muy alto, pero hemos logrado lo que ahora tenemos.

-¿Cuál fue el premio después que el abuelo Cosme los dejó?

- Ustedes lo están viendo. Los nueve hermanos hemos formado nuestras familias en este país; tenemos una vida decorosa gracias a la fortuna que cada uno hemos logrado; todos tenemos un titulo profesional de una universidad americana, cosa que es un privilegio.

- ¿Y qué hay de nuestros abuelitos?

Ellos viven tranquilos viendo que todo ese pasado de miseria cambió, desde el día en que mi padre tomó la dolorosa pero valiente decisión de venir a trabajar. De no haberlo hecho, no estuvieran ustedes aquí, sentados en esta casa confortable, gozando de todo este ambiente que muchos desearían tener.

- Les diré un secreto antes de que se acuesten. Debe quedar entre nosotros. !Sus abuelos, por el momento, no deben enterarse de esto!.

- Suelta la lengua, de una vez, mamá. No te hagas la interesante. Estamos inquietos por compartir ese "secretito".

No me han preguntado qué pasó con el Congresista Paulino Menacho y su familia. Bueno, esa es la otra parte de la historia que quiero que la conozcan.

Resulta que durante mis vacaciones del mes pasado, me fui a Lima, después de veinticinco años. Lo primero que se me vino a la mente fue ir a mi antiguo barrio de El Olivar para recorrer los mismos lugares de mi infancia y visitar a la familia Menacho.

Antes de tocar el timbre, me vinieron de golpe todos los recuerdos que en su momento, llenaron a plenitud mi alma de niña. Con mi mano sudorosa lo hice, sintiendo una sensación extraña. A los pocos minutos salió la empleada Katita y me dijo "ya mis patrones han fallecido y mis pequeños amos se fueron a vivir al extranjero".

Le pedí que me hiciera entrar a la casa para transportarme en el tiempo, quería hacerlo porque lo necesitaba. !Tantos recuerdos vinieron a mi memoria apenas ingresé a la sala!. Ya en la cocina, se me vinieron a la mente el suave susurro de la telenovela que "las señoras de la casa" escuchaban con atención. No resistí mas el momento. Una cascada de lágrimas cristalinas asomaron a mi rostro. Me quedé atrapada en el tiempo. No podía volver a la realidad.

Gracias a la voz sonora de Katita, reaccioné para decirle

- Si, Katita, no te preocupes, me encuentro bien. Es natural que me ponga así. Ya, enseguida me repongo.

- Y que pasó con esa casa, mami?

- Estaba en venta. Se la compré a los herederos de los Menacho, a mis antiguos amigos de infancia. Ahora soy dueña de esa casa. Es una de las pocas que quedan en El Olivar. Está rodeada de muchos edificios edificados sobre lo que antes eran las casas del vecindario.

- Increíble, madre, eso significa que ahora tienes en tus manos lo que antes perteneció a los patrones de mis abuelos?

-Eso mismo.

- Ese es el regalo que daré a sus abuelos para esta navidad.

Un veinte de diciembre, Cosme y Asunción entraron, como dueños de esa hermosa casa completamente renovada, llenos de un nuevo aire familiar, entusiasta y próspero, a la flamante casa de El Olivar.

Texto agregado el 25-06-2010, y leído por 448 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
28-10-2010 De la admirable sobriedad de las ilusiones más bellas. Egon
17-10-2010 Es una esperanza que no hay que perder. piara
03-10-2010 Conmovedor relato. Te admiro y felicito. pantera1
17-07-2010 Una larga historia bien escrita. Filiberto
16-07-2010 Excelente relato que nos atrapa por las penurias que pasaron los protagonistas hasta lograr salir adelante. Gran ejemplo a seguir. Un gusto conocerte y un abrazote apretadito. flop
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