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Inicio / Cuenteros Locales / xwolf / Corrupción y redención (1era parte, El nacer de una obsesión)

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El pasado de cada persona guarda secretos: dolorosos, felices, de buenas obras y de algunas que preferirías no recordar.

La mía empezó hace ya once años, siendo un joven aprendiz de las artes arcanas, las cuales me habían apasionado desde niño, siempre esas hermosas exhibiciones de hechiceros adolescentes en las veraniegas tardes de fin de semana.
Desde los quince, había tomado parte de la institución arcana, patrocinada por la Biblioteca de Alejandría, el director y fundador de esta, Barezk Luminardos, nos la había construido con la intención de extender la creencia en el misticismo de sus artes.
Los primeros cinco años fueron una maravilla, inclusive viviendo el amor de juventud con una de las discípulas, la cual había conocido desde hacía una par de años. Ella era una joven de cabello lacio que caía como una catarata en su nívea espalda, una mirada inocente aunque con cierta chispa de vez en cuando sobresalía de aquel rostro angelical, de cuerpo esbelto y curvilíneo, su belleza sobresalía, aunque lo que me conquistaba era su timidez de inocencia.
Cuando cumplí veinte decidí tomar la aventura que todo hombre más teme (al menos los que tenemos la opción, no como los pobres herederos de sus casas nobles), cuando Hilda escuchó la proposición y aceptó, ese fue el día más feliz de mi existencia.
La consagración se llevó a cabo en la hermosa Iglesia de la capital, gracias de nuevo a la influencia de nuestros director, llegó a ser única, el cual le pidió a sus amigos de los bosques que adornaran la ceremonia con sus hermosas y alegres melodías, nos deleitaron con sus bailes únicos y mágicos a la vista (inclusive tuvimos la suerte de aprender algunos de sus pasos). Un día que marcó en nuestro recuerdo y que sólo se podía repetir cuando este volvía a ser vivido en nuestros sueños.
Los tres años siguientes fueron años felices y tranquilos, y aunque los estudios nos separaban, siempre encontrábamos el rincón temporal para poder compartirlo nosotros.
Pero sabrán que esta historia no está sin manchas de conflicto. El último año trajo demasiados cambios, mis estudios y experimentos me llevaron más y más a los laboratorios de alquimia, y ahí fue donde la vida, con sus vueltas inesperadas, dio la curva.
Un noble empezó a frecuentar nuestro hogar, un hombre que en apariencia parecía una persona de moral inquebrantable, maneras disciplinadas y muy bien educado y sin embargo de un extraño aire de desconfianza, de tez pálida (parecía como que sólo le gustaba salir en la noche), aunque aparentaba una edad de tal vez unos 30, sus ojos oscuros demarcaban una vida mucho más experimentada, su cabello rojo cobrizo y nariz respingada, delgado al punto de que parecía que nunca podría sobrevivir a una guerra aún sí lo mandaran como aguatero de corceles.
Sus constantes visitas incrementaron mi molestia, ya que estas empezaron a darse justamente cuando las diferencias entre Hilda y yo empezaron a darse y estas fueron en aumento conforme pasaba el tiempo.
Una noche, después de una discusión, me fui a bajar el enojo al laboratorio. Cuando regresé a casa, la encontré desierta, no había rastro alguno de ella, esperé toda la noche a que apareciera, arrepentido de la última discusión estaba dispuesto a pedirle perdón por ello, sin embargo, nunca regresó. Al despuntar el alba las primeras personas vecinas de nuestro hogar comentaban sobre una carroza con las características de la del noble había llegado cerca de la medianoche.
Salí a indagar y supe que el carruaje había sido visto salir de la ciudad con rumbo suroeste. Solicitando permiso, fui detrás de ella en busca de una explicación. Cabalgué día y noche, el único descanso lo utilizaba mi montura, mi mente se negaba a aceptar lo acontecido.
Dos días después alcancé el carruaje, el cual estaba en medio campo, el sol se escondía por el horizonte, dando paso a la noche, bajé de mi montura y con rabia me acerqué al transporte, dando fuertes golpes a la armazón, sin escuchar alguna respuesta, de pronto me di cuenta de que no había visto al cochero y los caballos a pesar del estruendo no se movían. Abrí la puerta y lo único que contemplé fue un sarcófago en su interior.
La luz del sol todavía daba rastros de vida, pero las sombras creadas por las montañas ya protegían ese signo de muerte y maldad. Hilda no se veía por ningún lado, lo cual me hizo pensar en lo peor... o al menos hasta lo que para ese momento pensaba que era lo más funesto. Abrí el sarcófago y para mi horror, no sólo estaba el cuerpo de Hilda, sino también el del noble.
Los dos estaban abrazados en una broma macabra del destino; mi amada tenía dos marcas en el su cuello y su dulce piel había perdido toda coloración, blanca como la luna que se empezaba a mostrar.
Las lágrimas empezaron a recorrer mi rostro, pensando en que las últimas palabras que había cruzado con mi amada habían sido de reproches. Pero la realidad era todavía era más cruel.
Los ojos de ambos se abrieron y mostraron un rostro poco humano, el miedo se apoderó de mi cuerpo, negándose a moverse a mi voluntad, mi caballo con mejor instinto corrió despavorido.
Ambos se levantaron con tranquilidad, y me ignoraban como si yo fuera cualquier animal silvestre, la rabia me invadió ante la osadía de aquel desgraciado ser, de pronto mi cuerpo reaccionó y sacando la daga que portaba en mi cinturón, me abalancé sobre él clavándole la mortal hoja en su pecho.
Él se quedó inmóvil, pero aún de pie, mi ataque parecía que no había sido más que un soplido de viento y su risa empezó a llenar aquel silencio no natural, y se reveló ante mí como uno de los muertos que caminan, mejor conocidos como vampiros y que ahora Hilda formaba también de tal raza abominable.
Los ojos de ella habían cambiado, su mirada tierna era ahora vacía como la promesa de un tramposo, ahora tenía el mismo aire maligno de él. Ella simplemente abrazó al noble y arrancó la daga de su pecho y la lanzó hacia mis pies, mientras acariciaba cariñosamente el lugar donde debía existir la herida, pero donde no quedaba ni una marca de recuerdo. Finalmente reaccionando, corrí, viendo la fatalidad de cualquier acto que pudiera realizar
Tardé una semana en regresar y fui recibido por mis compañeros quienes habían temido lo peor después de ver que el caballo había regresado sin su jinete, ellos inmediatamente me llevaron a nuestra escuela, para ser curado de lo sufrido.
El señor Luminardos me ayudó con esas noches difíciles y me aconsejó que buscara ayuda en la iglesia, la cual contaba con más información que él, sin embargo, de alguna manera sentí que no me había dicho toda la verdad, tal vez presintiendo lo que sería mi futuro y mis decisiones con respecto a ella.
Al llegar ahí, fui recibido por una hermosa clériga, de nombre Victoria, una dulce joven de cabellos dorados y rizados y con unos hermosos ojos color miel y una sonrisa que te traía la paz con sólo contemplarla. Ella me guió a la Biblioteca y con los expertos sobre el tema.
Como buen lector, devoré aquellos libros que hablaban de las nefastas criaturas de la noche, y cuando tenía oportunidad y ella había terminado sus servicios religiosos, me conversaba de los guerreros de la iglesia. Aquellos conocidos como templarios o paladines elegidos por la Diosa Goldmoon para pelear en la defensa del bien.
Me tomó algo de tiempo y estudios (además del miedo a aventurarme) por cambiar los libros y las artes mágicas, por la espada y la fe a una diosa. Después de dos años terminé mi entrenamiento (el cual fue mucho más rápido, dado a mi amplio conocimiento en varias áreas gracias a mis conocimientos adquiridos) y fui armado paladín.
Fui a ofrecerle disculpas a Barezk, pero él ya sabía que mi camino iba a ser diferente al de la magia, aunque le prometí que algún día volvería, sonriéndome contestó que tuviera tranquilidad y que llevara mi vida con la menor cantidad de compromisos, ya que mi elección era ya suficientemente pesada.
He salido ya de Citadle, con un objetivo en mente, liberar a mi amada de la corrupción y maldición que es ser vampiro y además tomar venganza y destruir al otro corrupto ser... Aunque una de las realidades...
Una de las realidades más difíciles de aceptar, y que me comentó la joven Victoria, fue saber que el acto del “abrazo”, acto en donde el vampiro convierte a su víctima en un hereje y ser de la noche, lleva como parte de su conversión, la aceptación por parte del humano (o cualquier raza victimada). Por lo tanto, Hilda, mi esposa amada, había aceptado el ritual.

Texto agregado el 01-07-2004, y leído por 231 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-07-2004 Increiblemente lindo, pero tragico final. Te amo mi vida!! Ana20
07-07-2004 Creo que tienes mucha imaginación. MAAD
06-07-2004 muy buen texto, mi admiracion y estrellitas son para ti, besitos lorenap
 
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