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De nuevo tu, amigo. Tengo tanto que decir que no encuentro palabras para empezar… Debo tener un hueco, un vacío importante que me impide ser feliz a cabalidad. Hace tanto que escribo, y nadie sabe de la existencia de mis textos. Soy uno de los tantos escritores anónimos que suelen entrar en la web con la simple necesidad de expresarse, de abrirse y contarse a sí mismo todo aquello que sucede en su mundo… En estos tiempos me hallo cerca del umbral de la verdad. Las noches suelen ser de cristal. Los días me hacen sentir como si entrara en un húmedo sueño del cual necesito despertar… Las tardes me anuncian algo que contar. Veo el pasado y nada queda de mis tardes… El silencio se encuentra tan a mi lado que me pregunto si es posible entrar en su eternidad. Alguien entró en mis noches. Sus frías manos tocaron mi cabeza. Estaba a punto de gritar, pero esas manos estaban llenas de amor… Tuve visiones. En una de las tantas estabas tú. No sé quién eres, pero es seguro que eras tú. Tus ojos miraban los pasos que dabas. No fingías al caminar hacia tu hogar. En la puerta de tu casa sentiste cansancio, y cuando entraste sentiste que respirabas aire puro. Todo dolor se fue. Los recuerdos se apagaron. De pronto, algo sucedió. Un señor de amplia cara entró en tu casa. Preguntaste quién era, pero este no pronunció una palabra. Caminaba de arriba hacia abajo. Cogía toda tu ropa, y a toda tu familia les hablaba como si siempre hubiera vivido con ellos. Sentiste salir, y saliste. El hombre de amplia cara, de ojos muy grandes, de piel rosada y de pelo muy corto, rubio, te siguió como una sombra. Te detuviste y le preguntaste qué quería. Dijo que deseaba sentirse en paz, al menos con él mismo. Ambos se miraron. Lloraron. Ambos deseaban lo mismo. Espejos de carne, caminando sin un destino claro. Dos más dos son cuatro, dijo uno de ellos, quizá fuiste tú. Ambos rieron. Miraron el lugar donde tú vivías y sintieron volver al hogar. Cuando entraron. Uno de ellos se fue, sí, se fue el de cara muy amplia. Entraste solo. Subiste la escalera. Te sentaste tras la televisión y la encendiste. Te quedaste así por toda la noche hasta que llegó otro día. Cerraste los ojos y no dudaste en seguir con los ojos cerrados… Sabías que la inconsciencia era el mal de todos los males… Tú buscabas la luz, el conocimiento, la verdad encendida en los ojos de cada criatura…

Texto agregado el 02-06-2010, y leído por 189 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
02-06-2010 Me gusto, pero siento, quizás me equivoque, que no terminaste de desarrollar el tema.... Me imagine al hombre ya entrado en años con sus preguntas y soledad. "El silencio se encuentra tan a mi lado que me pregunto si es posible entrar en su eternidad." ¡Que Poética y profunda frase! ¡Saludos! mauro22
02-06-2010 Interesante propuesta. El relato llega. ***** susana-del-rosal
02-06-2010 1* Murov
 
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