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En el barrio, los socios del club de Fútbol "Libertad" estaban festejando. Celebraban la reposición de los arcos de su cancha de fútbol. Hasta el cura párroco, el padre Joss, estaba invitado para que les bendijera la cancha con sus flamantes arcos recién donados e instalados, y las nuevas camisetas blanquiazules, con franjas rojas en los bordes de las mangas cortas. Al mismo tiempo, querían "diplomar" a los dos socios benefactores que habían regalado los dos arcos.

Eran "proletas". Conseguir nuevos arcos habría demandado demasiadas actividades y, en esos días, todos estaban muy atareados en sus trabajos, o consiguiéndose algunos "suples", porque se acercaban las fiestas patrias, las Fiestas del Dieciocho, y no tenían ánimo ni tiempo para hacer algún beneficio a favor del Club.

Además, recién acababan de lanzar una rifa para adquirir las camise-tas, puesto que las anteriores habían concluido ya largamente su ciclo y no daban para más.

Dos meses antes, tuvo suceso el asunto de los arcos.
Una fría mañana de invierno, el Joaco, presidente casi vitalicio del Club (lo de vitalicio no le gustaba mucho por razones políticas), salió de su casa y atravesó la cancha, camino a su trabajo. Medio distraído, notó algo raro en su trayectoria, algo así como un vacío. Pero no le dio mayor importancia porque iba pensando en otros menesteres.

Una vez en el bus, volvió a la sensación de ese algo extraño que había experimentado, y "cayó en la cuenta": ¡Faltaban los arcos! Mas, ¿cómo iba a ser eso? ¡Tenía que haber mirado mal! ¿Tan distraído pasó por la cancha? ¡No era posible! ¡Sí! ¡No podía ser cierto! Pero..., "talvez, a lo mejor, posiblemente, puede ser", se dijo a sí mismo, repitiendo esta frase que laboriosamente había forjado tiempo atrás y que repetía ante los de-más cuando no había certeza sobre algo.

Era amigo de los dichos: "Amanecerá y veremos", murmuró entre dientes. Al regresar por la tarde, se cercioraría y saldría de las dudas.

Continuó intranquilo.
Si los robaron, ¿quiénes podrían haber sido? ¿Alguien de la población? Era factible, pero... ¡No! Ladrones había en la población. Existía un registro hablado completo de quienes lo eran. Sin embargo, los rateros de la población tenían dignidad. No robaban en su propio barrio, respetaban religiosamente a todos los vecinos y, "les pegaban una correteada " a los afuerinos que venían a robar al sector. En ese sentido, era un barrio seguro.

¿Entonces? Tenían que haber sido los de la San Dimas. ¡Sin duda! "San Dimas" era la población vecina. No se llamaba así, pero el popular cura chuscamente le había puesto ese sobrenombre, recordando al "buen ladrón" que había sido crucificado junto al Señor Jesús. En esa población
el porcentaje de ladrones parecía ser muy superior al término medio nacional. ¡Por Dios que había ladrones! ¡Si allí ni se respetaban entre ellos!
"Son gente sin Dios ni ley", repetían incluso los pungas del Club, porque también en el Club Libertad" había algunos jugadores reconocidos como pertenecientes al "Sindicato de los Doble A", o "Los AdelA", como también apodó el cura, aficionado a los apodos.

¿Qué significa "Doble A"?, padre, le preguntaron ¿Por qué "Los Adela"?
"Alcohólicos Anónimos", repuso alguien que agregó de corrido: pero eso "no pega" con lo que estamos hablando.
"Amigos de lo Ajeno", aclaró el cura, y todos festejaron.

Al anochecer, don Joaco constató la iniquidad. En efecto, los arcos ya no estaban. Habían sido cuidadosamente desenterrados y, muy comedidamente, los malacatosos taparon los hoyos. Talvez para que nadie "metiera la pata" en ellos y se dislocara. "¡Tan buenos chatos!", se dijo a sí mismo con amargura y sadismo. "Robarle a los pobres es un crimen muy grande".

Durante un par de meses tuvieron algunos problemas para el campeonato. Para no interrumpir el calendario debieron aceptar jugar con arcos "pichangueros". Es decir, un par de piedras señalaban los límites laterales de los arcos. El árbitro cobraba al "ojímetro", con los consiguientes recla-mos, empujones y deportivas batallas campales, y los correspondientes lesionados, y algunas renuncias temporales de los hombres de negro.

Felizmente, nunca falta gente generosa y solidaria, -dijo don Joaco en su discurso al comenzar el festejo-, como don Lucho y don Samuel. Ellos, aprovechando un trabajo que les llegó, le sacaron una buena punta al billete recibido y, siendo buenos carpinteros, ellos mismos fabricaron estos arcos tan buenos y firmes como los sustraídos, y lo donaron al Club de sus amores. Por eso, a nombre de todos, les agradecemos. Además, como ellos son socios fundadores del Club de Fútbol "Libertad", los nombramos ahora "Socios Honorarios". Les pido que se acerquen para darles el diploma de reconocimiento como bienhechores del Club. ¡Un cariñoso aplauso para ellos!

Los dos compadres se adelantaron, mientras estruendosos aplausos y gritos de júbilo popular hendieron los aires primaverales de septiembre. Entrega de diplomas con los correspondientes abrazos bien palmoteados, y renovados aplausos. A continuación, las palabras simpáticas de don Lucho que habló a nombre de los dos, expresando su cariño por la pobla-ción y, muy especialmente, por el Club, del cual en sus años mozos habían sido socios fundadores y goleadores.
Nuevos aplausos, hasta que el Presidente anunció la bendición de la cancha, arcos incluidos, y de las camisetas que darían nuevos triunfos al Club.

El padre Joss llevaba años en la parroquia y era muy apreciado. Los conocía a casi todos. Hombre campechano, jovial y pintoresco.
Con mucho gusto vine a estar con ustedes, como de costumbre, para bendecir esta cancha, los nuevos arcos, y las nuevas camisetas. Sin embargo, falta algo, señor presidente, don Joaco.
¿Qué nos faltó, padre?, preguntó azorado don Joaco. ¡Ah, ya! El agua bendita! "Al tiro" se la traemos, padre.
¡No, no es eso!, continuó el cura. Faltan los pantalones. ¿No ven que si no tienen pantalones, el árbitro va a pitear y decirles: "Pelota afuera"?

Y así, luego de unas predicación corta, enjundiosa y seria del padre, y la oración fervorosa de todos los asistentes, continuaron los festejos con canapés y bebidas. Coca Colas abiertas para todos y una Coca Cola cerrada para el padre.
Pero, ¿por qué abren otra botella cuando ya hay algunas abiertas? preguntó el buen cura con picardía, cuando le iban a servir. A lo que todos rieron. Él sabía que "por respeto, pues, padre", no le daban "Jote", vino con Coca Cola, aunque él gustoso la habría saboreado.

Con esa fiesta inolvidable, un partido amistoso y tragos finales, los ánimos quedaron firmes para continuar la brega de cada día y, además, preparados para las fiestas dieciocheras de la semana siguiente.

Poco más de dos meses atrás, a nuestros héroes benefactores les habían
encargado un trabajo, hacer un mueble. Eran socios en la carpintería. Cobraron bien, recibiendo un anticipo para comprar materiales.
Como el invierno había comenzado muy frío, decidieron tomarse uno traguitos para calentar el cuerpo. Se les "calentó la jeta" como reza el dicho popular. Sin darse cuenta, tomaron más de lo conveniente y... se quedaron sin el dinero que les habían adelantado para los materiales.
¡Puchas!, ¿qué hacemos, compadre?, preguntó don Samuel.
De veras, compadre. Ahora sí que la embarramos. ¿De dónde vamos a sacar para comprar las tablas?

Fue así como habían desaparecido los arcos.

Texto agregado el 30-05-2010, y leído por 236 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
21-04-2013 jajajajajaj maravilloso! nicasso
06-03-2012 Hermoso relato.Mi marido era arquero del Lautaro Atletico, dice que jugaban en la misma liga. pantera1
13-07-2010 Exquisita descripción, me parece ver a ciertos personajes de mi pobla en la cancha del Carlos Lazo León, club que llevaba el nombre de uno de sus fundadores, claro que fue un benefactor sin tanta ironía. NeweN
08-07-2010 Leí la primera y la segunda parte. Si no entendí mal, los benefactores habían robado los arcos para poder hacer su mueble, y con el dinero que cobraron por el mueble, los repusieron. No eran tan mala gente, después de todo... sólo lo tomaron prestados. Anazul
19-06-2010 Muy bien escrito. Interesante historia grata de leer. 5* catman
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