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"Se nace joven, se vive joven y se muere joven. "La vida es joven!"


Todos decían que el abuelo pulga ya no podría hacer nada, pero ¿Era justo que no le dejaran hacer nada por su edad? El abuelo pulga estaba impedido al hacer cosas que las demás pulgas debían hacer, él quería sentirse joven, ya no quería ser mandado por los más jóvenes pues él creía que lo sobreprotegían demasiado, así pues harto ya de estos mimos excesivos, decidió una noche largarse de casa, y huyó del perro en que vivía su familia tomando rumbo sin destino para establecer su vida y ser feliz, vivir en soledad, pero feliz.
Él había sido quien asentó a la familia en aquel enorme animal y con ese hecho se sentía seguro de sí mismo en poder encontrar un nuevo hogar para él solo.
Siguiendo su camino, entró a una enorme casa de humanos por un pequeño agujero en la pared, seguía sus instintos. Se posó encima del sofá para contemplar su alrededor. Solamente vio juguetes regados por todas partes, cucharas y tenedores en la mesa y, encima de aquel otro sofá se hallaba recostado un algo de color negro y peludo en el que la pulga fijó su mirada.
—En ese animal, ese es el lugar perfecto—susurró al continuar viendo su próximo destino.
De un salto bajó del mueble en el que estaba hasta llegar al suelo, y con más pequeños saltos y esquivando los juguetes del suelo, llegó al otro sofá para subirse a él. Se mantuvo pensativo un momento mientras más de cerca contemplaba su lugar perfecto, pero este no dejaba de moverse, se sentó un rato, el objeto dejó de moverse y la pulga se dio cuenta que quien se movía eran sus temblorosas piernas y no el apetitoso lugar.
Nuevamente se puso de pie y dio otro brinco, esta vez para posarse en el gran objeto. La vieja pulga paseó un rato por el lugar, por su nuevo hogar para averiguar si satisfacía sus necesidades. De calor no se podía quejar, el lugar era muy caliente lo necesario para una pulga que es lo que más le importaba a la anciana pulga y viendo que se encontraba en el lugar perfecto para una pulga de su edad, solo, sin nadie que lo moleste, sin nadie que lo cuide en exceso, sin nadie con quien compartir ese paraíso ella se decidió a tomar una siesta en su nuevo y cómodo hogar.
— ¡En que gran animal me vine a vivir! —gritó antes de cerrar los ojos.
Y después de exhalar este grito, cerró los ojos y se decidió a dormir en la paz que le dio el saber que él era autosuficiente, a pesar de su larga edad, para encontrar un nuevo animal en donde vivir.
Durmió en aquella paz que tanto inhalaba y deseaba, feliz por vivir ya solo, pero ¿Vale la pena vivir en soledad en un lugar tan pacifico como ese? ¿Vale la pena no compartir el espacio con su familia? ¿Vale la pena vivir en una enorme, negra, cómoda y calientita bola de estambre?

FIN

Texto agregado el 22-05-2010, y leído por 139 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-05-2010 La soledad es muy buena si la sabemos usar, felicito a Don Pulgo, seguramente la disfrutará y eso no quita que visite y lo visite su familia. Jajajaa -Violetta-
22-05-2010 La soledad no es buena consejera, pero hay quienes prefieren estar solos que mal acompañados, ¿será el caso de la pulga? gordinflon
22-05-2010 Me pareciò bastante original el enfoque. Felicitaciones simasima
22-05-2010 buen cuento e inesperado final, me gustó. puchuncha
 
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