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9 de marzo


Maité dormía en la incomoda cama de acompañante. Espacio limitado, útil para el par de noches que me quedaban. Miraba el cielo raso, buscando un sueño inalcanzable, temeroso del futuro, flotando en la incertidumbre. ¿Qué me esperaba en los meses siguientes, años quizá?, no sé, prefiero alcanzar el día siguiente, nada más, vendrá lo que tenga que venir. No importa qué órgano te instalan o extraen, igual te levantan a pocas horas de la operación. Fue penoso ver colgada una bolsa de plástico que caía en bandolera por mi muslo; la sonda que la alimentaba parecía un alambre incandescente atravesando mi uretra y robotizando mis movimientos. Pasos cortos, al principio, apoyándome en Maité, luego, más largos hasta ocupar los exteriores de la habitación. Silencio en mis pasos, recuento, apuestas y retos. Uno tiende a hacer promesas, revisar objetivos cuando nos visita el infortunio. Lo mío es seguir adelante, continuar trabajando, recuperarme de la debacle.

Las visitas llegaron sin aviso: hermanos, sobrinos, amigos curiosos por saber detalles de la operación, otros que preguntaron poco y dejaron una estela de solidaridad. Una pareja llegó con una torta de cumpleaños para Maité. Apagó la vela diminuta; risas y distensión. Por momentos me silenciaba, abstraía, observaba a Maité, me preguntaba si ella merecía acumular tantas dificultades, enfrentar la distancia de mis hijas, los contratiempos de mi recuperación y todo el embrollo que se requiere remontar cuando la gente mira, juzga, critica. Ajena a todas mis preocupaciones, serena, atenta, riendo, mirándome con paciencia. ¿Porqué seguía conmigo?, me era difícil aceptarlo.

El dolor de la espalda fue cediendo mientras la enfermera ingresaba y salía de la habitación luego de revisar las cánulas y de echar una mirada profesional a mi desnudez. Le dije que regresaría sin ropa para que me reconozca, soltó la carcajada franca y abierta. El segundo día pude dominar mejor la sonda y mis dolencias. Mayté me dijo: estaremos bien, ya verás, tendremos el hijo que queremos. Yo lo quiero, y no me digas de tus dudas. Ten confianza, yo la tengo.

¿Cuánto de mi calma revalorada se debía a la compañía de Maité?, mucho sin duda. Estuvo en el momento del diagnóstico probable, en las pruebas exploratorias, la clínica; día y noche sin apartarse de mi lado, y ahora que íbamos camino a casa, sentía su mano solidaria, su amor, cariño, compromiso. Iba callado, reintegrándome a la ciudad, respirando profundo, valorando lo que se deja de ver cuando nos pensamos invulnerables, vacunados contra la adversidad. Lima no era fea en verdad. Tenía las cicatrices de sus ofensas, pero, mis días estaban reconciliados con sus trampas y avenidas. Era mi ciudad, mi hogar, y de aquí no me movería; así lo sentía después de largos años de desapego a todo lo limeño, sus oscuridades, angustias. En un momento antes de llegar a casa le dije gracias, el amor no conoce esa palabra, tampoco el perdón, sólo se ama, se siente, contestó. Aquí estoy, juntos, extrañamente juntos. Mi unión con ella carece de explicaciones racionales, esta hecha de las formas más deleznables, con menos futuro que cualquier otra. Pero, aquí estábamos en medio del juicio familiar, algunas desconfianzas amicales, sorteando desconfianzas ajenas, viviendo el día a día.

En la primera visita al médico me recibió sonriente, menos almidonado, comunicativo. El bienestar es una realidad que el enfermo acepta con reticencias, queda siempre la duda de estar lejos de la verdad, porque la ocultan por piedad o está muy escondida detrás de las mentiras.

- Salió bien su operación Sr. Montalvo, quedó limpio, cuidamos que los nervios queden intactos. No requerirá de quimioterapia. Los análisis son buenos, está sano, hoy día.

¿Será cierto?, me parecía haberlo soñado. A veces me asistían premoniciones. Sentía que era cierto. Me sentí bendecido. Pero igual el peligro persiste.

- Vea, tenemos que controlarlo cada tres meses y luego cada seis, así, los tres próximos años. La incontinencia urinaria cederá poco a poco. Tiene que realizar los ejercicios indicados. Tiene que hacerlos rutinariamente.

Miré a Maité. Tranquilo, confiado. El médico nos miró inseguro.

- Sus facultades sexuales tendrán que recuperarse también. Para eso se necesita tiempo y paciencia, mucha paciencia. Debo decirle que un alto porcentaje de operados pierden la capacidad sexual. Requiere ejercicios y tomar medicinas.

Los exteriores de la clínica parecían distintos esa tarde. El sol era el mismo pero algo era diferente entre Maité y mis cosas. Fuimos caminando hacia el café acostumbrado. En silencio, como es útil cuando la vida otorga un espacio adicional de vida amigable para vivirlo junto al amor, las flores, la familia, las penas. Nos tomamos de las manos. ¿Me soportarás?, pregunté. Yo sé que sí. No sé si tú. Le arranqué una flor que se asomaba desde un jardín y se la entregué, sin decir palabra. Todas las demás sobraban; así es cuando se besa a la vida. Ella acarició el violeta de la corola y seguimos caminando.



Fin






Texto agregado el 03-05-2010, y leído por 392 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
18-01-2014 Maite es la tregua de Arturo, su motor. ¡Qué hermosa novela! PiaYacuna
21-06-2010 Al fin me di este teimpo para leer el final de la novela, querido Esteban, coom siempre un placer leerte y acompañarte en tus realtos, mis********** nanajua
15-05-2010 asi es su final es tan sabio como bien redactado toda la narrativa eufemia
05-05-2010 Ay, amigo. ¡Qué conmovedor este capítulo! ¡Qué bien has plasmado ese proceso tan doloroso! ¡Cuánta poesía en tus letras! ¡Cuánto amor en la entrega! Solidaridad, amor y compresión, ¿qué mejores herramientas para seguir adelante? Linda tu obra, hermosa e impecable tu narrativa, aleccionador el mensaje que encierra la obra completa. Estoy maravillada y estremecida. Todos mis respetos para tan gran escritor. Un gran abrazo desde el fondo de mi corazón. Sofiama
03-05-2010 Esperaba con muchas ganas este capitulo,no puedo explicarte lo mucho que esta historia toco mi ser .****** shosha
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