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Cuando él llegó ya la fila era infinita. Se acomodó apretado con sus ojos mirando al frente, sin advertir a su derecha o su izquierda. Pero la sombra del tiempo lo tocó, y poco a poco el peso de las miradas lo hicieron andar cabizbajo.

La primera lluvia le hizo sentir el frio en la piel, las luces se prendian en la tarde y se apagaban en el amanecer. Pudo asimilar los conceptos cotidianos de su entorno. En sus venas, las corrientes del deseo rompieron con los esquemas y le hicieron ver el mundo más dulce y placentero.

El polvo flotaba con tonos café frente a un cielo fundido con naranjas y celestes. Todas las formas adquirian tonos dorados al ser tocados por el sol de las cinco de la tarde. Aun aquello que carece de virtud se veía divino ante aquel toque milagroso. No recuerdo cuando fue la primera vez que la vi, llegó con una maleta negra y con los zapatos teñidos de tierra, sus ojos tenian un brillo extraño, aquellas cejas mostraban un arco relajado, y sus labios carecían de maquillaje, aun así mostraban una frescura de un natural rosado que hacia palpitar mi pecho. Su cuello era elegante, y su andar el de una mujer educada. Gente así, solo en los sueños había conocido y ninguno de ellos con un despertar felíz.

Se detuvo frente a la casona de doña Gloria preguntando por habitaciones a orillas del portón, el sol del tropico le daba una apariencia inmaculada, sus ojos adquirieron un tono ambarino, no tardó en advertir que alguien la observaba. Y me miró.

En la vida hay momentos que perduran eternos flotando en el alma. Momentos que causan un vacío en el pecho y una separación del cuerpo y el espiritu. Como el primer día de clase en la niñez, o la ocasión en que me pincharon el dedo para sacarme sangre, la vez aquella en que decidí no asistir a mi graduación, la primera entrevista de trabajo; más dificil de olvidar aún fue aquel discurso a un público de unas cincuenta personas, y por supuesto, esa ocasión en que ella me miró.
Juro que sentí la fragancia del mar en el viento, a pesar de que vivía a más de cien kilometros de la playa más cercana. Advertí que los colores se volvian intensos, y que el sonido más fuerte se apagaba como un eco lejano. Estaba desnudo ante su mirada, no podía disimularlo. Lo más penoso fue que ella se dio cuenta de todo...

Camino a casa de el profesor Gerardo Lumbi, experto en psicología, me encontre con algunos amigos que me saludaron. Todos venían de jugar futbol en los campos de trigo que en epoca de verano utilizaban como estadio. Caminé unas cuadras más y llegué a la casa de ese querido viejo y muy amigo mío. Era una casa estilo colonial, con tejas rojas ya desteñidas por el polvo y el tiempo, igual a mi querido amigo, aun con todo esa costra encima conserva el clacisismo y la elegancia de una cultura inmortal.

-¡Hola profesor Lumbi! le salude mientras el cortaba unas flores blancas ligeramente teñidas de lila.
-Vaya, mi amigo. Dijo al fin el profesor despues de observarme unos segundos, su sonrisa se dibujaba como una forma depurada, su piel era palida, pues jamas salía de casa, decía que vivia muy ocupado. Pero todo el pueblo se dio cuenta de que desde la muerte de doña Martha Lumbi, él perdió el interés por la vida social en absoluto.
Se acercó para darme la mano, su mano era firme a pesar de su edad, su mirada era penetrante y sincera. Despues de un momento nos sentamos, nos tomamos unos refrescos y disfrutanos la tranquilidad que se podia apreciar siempre en su patio trasero.
-Jovencito. Dijo dirigiendose a mi, rompiendo el silencio. ¿Sabes como se llaman esas flores? -señaló las flores que había cortado y que se encontraban aun frescas en la mesa embarnizada.
-No Profesor, como cree. Tienen un bonito color.
-Jaja. rio el profesor, mientras miraba el cielo.
-Son flores de menta, y crecen muy raras veces. Es un milagro que hayan crecido despues de tanto tiempo sin cuidado. Martha era un angel sabes. Ella cuidaba del jardín y era muy gentil con las flores, principalmente con las menta. Decía que eran flores misticas, llenas de gracia y de vida.
Ahora que miro las mentas floreadas y solitarias con su aroma dulce, sin el angel que las cuidaba, me siento triste. ¿Hueles? ¡Huelen a Martha!
El profesor se levantó y entró a la casa, me quedé viendo las flores, sintiendo el aroma aquel que penetraba fuertemente, y me quede sentado viendo las estrellas. Al poco tiempo el profesor encendió las luces, prendió una pipa de madera y despues de darle varias inhalaciones empezó a salir el humo, solo entonces se sintió más tranquilo.

-Cuentame más sobre ese personaje que ves muy seguido. Ya sabes esa persona que te sigue en los autobuses, que miras en ciertas oficinas de trabajo, y en algunas casas y tiendas.
El profesor había tomado nuevamente el aire de maestro, con su mirada clavada en su propio pensamiento.
-Ah, ¿que desea saber profesor Lumbi? No tengo animo de hablar de esa persona.
-Vamos, podemos descubrir quien es, y dejar que deje de frecuentarte.
-Bueno, esta mañana mientras abordé el autobus, me senté a la orilla de la ventana, y mientras nos dirigiamos hacia la capital las luces doradas iban desapareciendo, pronto oscureció y el calor se esfumo y por las ventanas entró poco a poco el frío gris, y ahí sentado a mi lado esa persona triste, de cabellos negros mi miraba cabizbajo y con una mirada sombria.

Texto agregado el 04-04-2010, y leído por 139 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
05-04-2010 Buena estampa, hay fluidez churruka
04-04-2010 Muy buenoo, espero continue, impecable como lo has narrado!****** nanajua
04-04-2010 me gusta como narras divinaluna
04-04-2010 ¿El comienzo de una historia??? muy buena narrativa... susana-del-rosal
 
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