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El juicio fue sumario: la colmena acusaba al zángano Birrio Lamemiel de faltar a sus obligaciones consecutiva y descaradamente; las pruebas eran sólidas y se basaban en hechos observados por el público en general.

Birrio nació zángano redomado: lo único que deseaba todo el día era volar y saltar de flor en flor, de néctar en néctar y tener siempre su celda limpia y ordenada esperando por él, para que pase la noche, lejos de los peligros, el trabajo y el esfuerzo común.

Como todos ellos, sabía que la colmena confiaba en sus machos alados para que llegado el gran día, realice la gran maratón reproductiva y vuele tras una princesa nubil, con quién debería fundar una colonia y garantizar la rueda hexagonal de la vida himenóptera.

Incluso antes de terminar su metamorfosis, las nobles abejas obreras le soportaron extremos particulares, se creía Elvis Prizzly, tenían antojos caprichosos (como desayunar los lunes y jueves con dos gotas de miel de diente de león y un poco de nectar de nenúfar) y nunca se dignó limpiar sus propios desechos.

El caso es que llegada la fecha de primavera definida para la gran carrera nupcial, el engreído zángano brilló por su ausencia: se había pasado en un néctar de Datura y por quedarse dormido, jamás se ubicó en la línea de partida, quedando en una situación por demás delicada.

La defensora del pueblo del enjambre evitó que las furibundas obreras que soportaron su insolencia pasada lo lincharan. Se decidió brindarle un juicio justo y oportunidad de ejercer su derecho de defenderse.

El juicio fue expedito y condenó a Birrio Lamemiel de por vida: debería responsabilizarse de la limpieza de las celdas de larvas o exponerse a ser deportado a la intemperie (lo que para un zángano equivale a la pena capital).

Como reza el dicho de que “no hay tonto sin suerte”, Birrio se libró de su condena a la semana de su reclusión, al ser obligado por la reina madre a desposar a la princesa más irresponsable y descerebrada de la colmena, que por resaca, tampoco llegó a partir el dia de las nupcias oficiales.

Aprendió que una abeja, mucho más si es zángano, debe cuidar lo que hace y jamás pecar de soberbia, poniendose a continuación a traer larvas al mundo con extremo entusiasmo.
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Texto agregado el 11-03-2010, y leído por 557 visitantes. (15 votos)


Lectores Opinan
14-07-2015 como de costumbre ingenioso***** guero
19-10-2013 Somos iguales, príncipes y plebellos. Rentass
19-08-2011 bueno, yo siempre digo que las mujeres tenemos una suerte parecida...nacemos princesas, tenemos un corto período de reinas y el resto de nuestras vidas, brujas...excelente tu relato!! bellaboo
05-10-2010 Jájajaaa...muy ingenioso y gracioso. Besitos. ***** MujerDiosa
23-08-2010 me gustó tu cuento del zángano...hay varios por ahí. Sique así. saludos gatoligia
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