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Tirado en el suelo se había quedado, sucio, apestando a cerveza y con una aguja que aún seguía en su brazo superior. Max, un labrador de pelo negro de 3 años, era su único compañero. De nuevo había logrado juntar suficiente dinero para otro pincho. De nuevo no le sobraba nada para comer. Le importaba un carajo. Desde que se marchó Miriam, todo el mundo le parecía vacío y gris. Un gris profundo, oscuro, como el cielo durante un aguacero.

Estoico miraba hacia el horizonte. Manifestaba una indiferencia por el placer y el dolor que le debería inquietar, pero en realidad sentía venir una euforia dentro de él que le hacía sonreír. Un sentido de que, por alguna razón, todo se iba a resolver. De eso estaba convencido. Los colores ya no tardarían en llegar. Era cuestión de tiempo para que toda la calle se llenara de flores y pequeños árboles frutales. Ésta era la meta principal, o hasta quizás la única razón de por qué todavía seguía vivo.

Los ruiseñores empezaban a cantar y un arcoíris aparecía en el aire, cuando de súbito vio que un jabalí se había sentado a su lado. Nunca había visto tal criatura, menos en los documentales que solía ver cuando aún tenía casa. Durante su período de celo, el jabalí macho busca hembras receptivas de un modo tan activo que a veces se olvida de su propia alimentación. Para Diego, el celo ya duraba 3 años y la hembra receptiva se llamaba Heroína. De una manera extraña se podía identificar con el mamífero, aunque éste no parecía tener la misma opinión. Gruñía y torció el hocico, cuando Diego le contó sus emociones.

De repente, el ambiente cambió para mal. El jabalí ya no le gruñía, sino que le empezó a ladrar. Los colores se desvanecieron, las flores se marchitaron, el cielo volvió a oscurecerse y un miedo profundo se adueñó del drogadicto. Sacó su navaja, heredada de su padre y francamente la única cosa de valor que aún le quedaba. El sonido del ladrido aumentaba y le molestaba más y más, y mientras tanto el hambre había vuelto. La decisión era fácil al aparecer y la monotonía del jabalí que hasta entonces llenaba el callejón, murió a la primera puñalada. Negro y rojo.

Cerrados, abiertos, cerrados, abiertos. Sus ojos no contestaron a las direcciones que les daba su cerebro. Sus pupilas formaban la mayor parte de sus ojos y cubrían por completo el iris, su boca se había quedado más que seca y sus brazos temblaban. Una sirena ensordecedora le había despertado y se encontró esposado y lleno de sangre. A su lado estaba Max, muerto. ´ ¿Y el jabalí?´, preguntaba desorientado y con desesperación. ´En esta zona no habitan jabalíes señor´.

Texto agregado el 26-02-2010, y leído por 59 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-02-2010 Buen trabajo ronaldxl
 
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