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“(…) Pero no dijo nada. Se quedó mirando un punto fijo sobre la mesa donde los comejenes ya sin sus alas rondaban como gusanitos desnudos. Afuera seguía oyéndose como avanzaba la noche. El chaporroteo del río contra los troncos de los camichines… el griterío muy lejano de los niños. Por el pequeño cielo de la puerta se asomaban las estrellas. El hombre que miraba a los comejenes se recostó sobre la piedra y se quedó dormido”.
“El llano en llamas” Juan Rulfo

El tuerto recela de la penumbra. Un rechinar de frenos, gritos de espanto, ráfagas de papel y el relámpago satinado de una hoja de puñal. La noche es un canon intemporal, de caracteres gruesos e indeseados. El lastre hunde al desdichado que se quita quitando. Mata al blanco lo instantáneo, la cantiga es deplorable y aún así, gime su pena el poseso. Una sombra centelleante se ocupa del sancochado. Titila la luz del pueblo, se vigoriza el escarnio. La lejana, la más bella amada, corre el riesgo de flaquear contra un amor mal vencido. Se confunden los tiranos, rugen su confesión las dudas y trepida el zigzag de una culebra. Estañada, la sirena afila la cola. Y los colmillos. Juegan su suerte los dados. El timón con la quilla conversa historias de copas rotas. Un borracho balbuce, lo golpean donde duele. Mira la bala el suicida y regurgita un sapo. Orillas de una calle, páramos de desgracia. El gallo apela a la desconfianza visto el mar de penitencias. Del sórdido sueño despierta el infame encadenado. Un ordenanza pide disculpas. Confunde la época y la distancia. Cierran las celosías, los fantasmas y los fantoches, con paso apresurado, tambaleante. Mami no he menstruado. Los inconfesos toman partido y la verdad pega duro. El anciano de ojos débiles registra la última constelación. Ladran los perros al lúgubre aletear. Por ese hueco chista una lechuza. Entrará sin permiso quien habrá de llevárselo. Él lo sabe y se alisa el pelo, toma un cuello de botella. Cortante filo; se sienta en la silla vieja y cruza las piernas. El tuerto recela de la penumbra. Un rechinar de frenos, gritos de espanto, ráfagas de papel y el relámpago satinado de una hoja de puñal…


LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Derechos reservados

Texto agregado el 20-02-2010, y leído por 98 visitantes. (0 votos)


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