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Recuerdo que ahí estaba el Hilário, sentado hacia adentro aunque entero retorcido y con el cogote mirando hacia atrás, hacia la calle, como si tratara de localizar algún hombre que quisiera trepársele como a él le gusta. Si, lo recuerdo porque aquella fue una semana de calenturas, en que todo el mundo estaba para encajarse, para cruzarse. Y fue en esos días que apareció Edileuza quejándose que ya llevaba tres meses de casada y su marido ni luces daba de dejarla de requerir todos los días, y a las horas más imprevistas. Yo ni me asombré cuando la tía le señaló que debía utilizar la antigua técnica del “pídele más” cada vez que él eyacule, “ para que te tome respeto”. “Ahí verás un hombre en apuros”. No me asombré porque en lugar de reparar en aquellas artimañas de mujer, imaginé lo feliz que sería el Hilario con un fulano de esas virtudes, ya que siempre andaba escaso escaso y haciendo de un todo para meter hombres a su cuarto a escondidas. “ Estos mariquitas no quieren dar la cara”,reclamaba, “quieren que nadie los vea metidos conmigo”,decía. Ese fue el tiempo de las calenturas y nadie escapó de él, ni siquiera aquellos en castidad, pues ellos también se sintieron alterados. Y tanto se les despertó el apetito, que fue por esos días en que mataron al obispo Heleno, ya que en su caso él no pudo entender que la farra había terminado. Yo me entendía con Edileuza antes de que ella se casara, y ella me contó el estilo desaforado del obispo Heleno. A él le gustaba hacerlo parecido a mi, y comenzaba dando una lambida de esas buenas en pleno tesoro que la mujer tiene entre las piernas, un poco en el clitorcito y otro poco en el pinguelo, alternativamente. Trabajaba esas zonas por mucho rato, nada más que para que las mujeres se enamoraran de él. “ Tú sí que no eres miserable...tú si sabes ser hombre”, le decían, suspirando. Pero lo que ellas no se imaginaban era que ni bien decían eso, y lo comenzaban a llamar a uno de “ mi amor”, ya este dedito estaba escarbando un poquito más atrás, haciéndose el disimulado. A algunas eso no les gustaba y le decían a uno que era un descarado, pero eso ya es otra cosa. Bueno, yendo al asunto, por ahí dicen que el obispo Heleno tuvo algunos hijos y que ellos ni lloraron cuando lo mataron. Su relación con Dios Nuestro Señor por cierto que no la conocemos y mucho menos la juzgaríamos, pero lo que sí era cierto es que para nosotros los humanos el pastor Heleno era lo que se llama un reverendo hijo de puta. Gordo y colorado, se valía de supuestos mandatos divinos para desvestir a las muchachas y comerlas enteritas, además de sus incursiones en política, donde se ocupaba de desviar para sus arcas personales cuando dinero público pasaba cerca de él. Inventaba cuanta pirueta existía para su delirante choreo.Y, viéndolo agonizar y luego morir tendido en la vereda, pudimos comprobar que no se llevó ni un solo centavo para el otro mundo, ni hubo dinero alguno que valiera para resucitarlo. El obispo Heleno ya hacía tiempo que no vivía en la realidad, de manera que sufría mucho su soledad, y su forma de ser, muy atolondrada con las mujeres, fue lo que realmente al final de cuentas lo acabó.
La verdad es que el que le enseñó esto y esto otro a la Edileuza, modestamente, fui yo. Y cómo fue de voraz para aprender. Lo hacía de una manera tan devota, que yo llegué a pensar que ella nunca me dejaría. Me equivoqué, por supuesto, ya que se fue poniendo tan puta, que le comenzaron a llover los enamorados de ella y los nuevos pretendientes. Cualquiera que compartiera desnudos con ella resultaba completamente enloquecido por ella y entero cebado de amores. Ella francamente estaba convencida que los hombres sólo amaban de verdad a las mujeres pacatas, y fui yo el que la saqué del error. Le hice comprobar que mientras más diestra y desenfadada se manifestara con los fulanos, más deslumbrados y cautivados por ella quedarían. Yo le hablé eso y mucho más para sacarla del fondo del pozo donde ella llegó a caer a causa de una pena de amor que le terminó aniquilando su amor propio. Pueden tener la absoluta certeza de que yo fui el que la instruyó en estas materias, y pueden tener la misma seguridad de que ella siempre lo negará. Y es que ser agradecida nunca fue una de sus mejores cualidades. Las dos veces que tiempo después me la quise comer y me la comí, fue gracias a que le restregué en la cara cada detalle de su instrucción para que se acordara, y aunque fuera por puro agradecimiento me diera esas dos noches que yo ansiaba y que de cualquier modo le terminé robando para mi. Después fue que se casó con el fulado insaciable, pero igual no más él sabía y todos sabíamos que todos la queríamos, casada o no, y que esperaríamos cualquier descuido de él para volver a atacarla. De cualquier manera al marido yo lo conocía bien, y hasta era mi amigo, y puedo asegurar que no se trataba tanto de un gran fornicador, sino que de un mejor impostor, pues simulaba las eyaculaciones como él solo sabía hacerlo. Ellas no percibían, y eran muy pocas las que se daban el trabajo de comprobar la existencia del líquido seminal, de modo que ese era su simple secreto, y lo usó para darle tanto trabajo a la Edileuza. Eso lo cuento ahora, por que no me gustan las habladuría y todo esto que aconteció ya no reviste ninguna importancia, y cada vez que conseguí una mujer nunca me valí del recurso de los rumores ajenos. La única que lograba mermar mis ansiedades era justamente la Edileuza, pero nunca lo conseguí a costa de otros hombres. Al Hilario alguna vez también le gustaron las mujeres, o tal vez una sola, y por cierto que fue la Edileuza la que consiguió la hazaña de hacerlo hombrecito aunque sea un par de veces. Nunca quedó claro por qué fue el Hilario el único que siempre visitó en la cárcel al marido de la Edileuza, dado que pasó tantos años preso por haber matado al obispo Heleno a palos después de haberlo pillado en cueros junto a la Edileuza.

Texto agregado el 20-02-2010, y leído por 157 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-02-2010 1* Arpegio
 
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