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25 de enero


Y, como es usual, se hallan cosas buenas en medio de todo mal. Cuando la broker de seguros pretendía que renovara el mío, lo juzgué innecesario; atravesaba dificultades económicas que demorarían en resolverse y elabore entonces un sinfín de razones para justificar mi negativa: que la suerte estaría de mi lado, que no me ocurriría nada, que las probabilidades me favorecían, mientras, ella insistía con pertinaz propósito. Nada sirvió para desanimarla, hacerla esperar largos minutos, evadirla sin equívocos, nada, ella volvía una y otra vez usando el estribillo: “es mejor tenerlo y no necesitarlo…”, y yo respondía que era suficiente el tiempo que llevaba pagando una seguridad que no necesitaría nunca, que no podía mi presupuesto y, finalmente, un no sin explicaciones. Le recordé la cancelación puntual de mis pagos anuales del seguro, hasta percibir que se trataba de una ruleta que no era la mía. Ella permanecía firme, alargó los plazos, recalculó los montos, toleró algún desplante inofensivo hasta que logró minar la incredulidad y quebrar mi voluntad. Lo renové con cierto desgano y poca convicción. No sabía de la magnitud e importancia de mi decisión. Vaya que cambió el tono de los acontecimientos; desprotegido de este pequeño detalle mi diagnóstico hubiera infectado otros espacios de mi vida, muy precaria en estos días. No he hablado aún con la señorita providencial, pero, lo haré, la buscaré para llevarle un premio, reconocimiento o algún chocolate que premie su tozudez.

Pero, había un pequeño detalle por delante. Para “activar” el seguro requería de trámites previos: declaraciones, auditorias médicas y sobre todo superar la “prueba de la nicotina”. La amable funcionaria me puso un sello encima de unas órdenes que fijaba día y hora para el análisis: ¡no creo pues, señor Montalvo, que haya empezado a fumar!, ¿no?, sabe que perdería toda cobertura de ser así. No, no lo sabía, era la letra menuda del contrato, pero, lo encontré razonable y me hizo analizar mi situación con espanto. La miré con nerviosismo y no le respondí. Mi seguro era “no fumador”, y lo era cuando asumí el seguro por vez primera, pero, en el último año abandoné esa sana costumbre para convertirme en “fumador empedernido”. Adopté el vicio por largos meses, fueron los tiempos difíciles del proyecto de ingeniería que me dejó el hábito que demoré en vencer. Ya no fumaba en verdad, pero, ignoraba en qué tiempo desaparecían las trazas de nicotina en la orina de cualquier ciudadano. ¿Quién hace tales cálculos cuando fuma?, nadie, todos tragamos humo como el penúltimo acto de una vida que nunca se acaba. Alguien me dijo que los residuos se iban en “años” y me puso los nervios de punta. Casi como los desechos nucleares, pero, cómodamente instalados en el fondo de algún alvéolo. ¿Saldría el humo delator en los análisis de orina luego de una abstinencia de cortos meses?, seguro que sí, con la precisión de los instrumentos y equipos modernos. Consulté con un amigo entendido y me sugirió me hiciera un análisis previo e independiente. Sabio consejo pero, fuera de tiempo, mi examen era al día siguiente y a primera hora. ¿Qué hacer? Pensar, pensar, hasta hallar un camino viable pero igual de inapropiado: pensamos en llevar al laboratorio la muestra de un no fumador. Contacté con Alfonso, inteligente viejo amigo que nunca fumó ni fumará; me dijo que sí, que no tendría problemas de asistirme. La euforia inicial despareció con rapidez: la muestra no podía ser “llevada”, era tomada y entregada en el mismo laboratorio, casi asistido por una enfermera. ¡Claro!, ¿cómo podía ser de otra manera? No era un tema menudo pasar la auditoria. Ya escuchaba la voz de la encargada: ¡no, no, no!, no me diga nada, ninguna explicación sirve, señor Montalvo, usted es fumador y mintió, su seguro se va al tacho de basura, lo siento, endéudese y prende lo que no tiene.

Establecimos una breve vigilancia al laboratorio. Era un espacio cómodo dentro del complejo oncológico. Observamos que los pacientes se retiraban a un baño interior para fijar sus muestras. Sí, sí era posible enviar a un sustituto, no pedían identificación, ni hacían preguntas. Llamé a Alfonso y le confirmé mi señal de auxilio. Se vino de inmediato. Tenemos edad, talla y peso similares, podía ser un adecuado sosias. En la cafetería nos tomamos un refresco que aumentara sus ganas de orinar, le quitara su nerviosismo y aumentara el mío. Hicimos algún conjuro y se fue hacia el laboratorio como si se fuera para no volver nunca jamás. Lo observamos por los ventanales. Entregó la documentación, lo miraron con la normal curiosidad que los culpables juzgamos delatoras, recibió el frasco, giró hacia la derecha y se perdió en el servicio. Cruzamos los dedos con Maité, minutos interminables con la realidad de mis gastos inevitables, la ruina añadida a otra ya antigua y casi permanente. Pero no, allí reapareció él, en locomoción retardada, triunfante, con el frasco en la mano, nos miró a la distancia y entregó la muestra a la distraída enfermera; firmó unas boletas y salió. Nos abrazamos con Maité. ¿Ves Arturo?, es una señal que todo saldrá bien. ¿Señal positiva?, había trampeado, engañado, y no podía sentirme bien. La causa es buena Arturo, no te hagas problemas, mereces el seguro, tú no eres fumador. Ese: no eres fumador, me supo a reconocimiento público, limpieza de cutis y de alma manchada por siempre. Alfonso se acercó lento, temeroso, conservando su sonrisa cómplice y culpable. Ya señor, está usted servido, es la orinada más cara de mi vida y espero que el cigarrito que me fumé ayer no aparezca. Vio mi cara de asombro y miedo y de inmediato corrigió sonriendo y palmeándome la espalda. No, todo bien, todo bien. Fue una noche larga y tediosa, imaginado ser descubierto por alguna partícula que solo la tienen los que portan mi mal y luego es llevado ante un jurado de condenas. Bueno, amaneció y acudí por los resultados, preocupado, con poco sueño. Le pedí a Maité que se acercara. Me trajo la buena nueva: orina sin trazas de nicotina. Fue un momento de complejo y pirrico triunfo. Perdida mi conciencia, pero, se habría una ruta de apoyo invalorable y necesaria para no desbarrancarme en toda la línea.

Pude entonces programar la biopsia. Fue un procedimiento complicado y ciertamente doloroso. Desde la preparación para “limpiar” mi estomago, porque la muestra la toman ingresando por el conducto que muchos evitamos llamar por su propio nombre. Maité se convirtió en mi enfermera. Me tragué la mucha vergüenza y acepté ser auxiliado para instalarme la lavativa correspondiente, y por partida doble. Pude hacerlo solo, pero, lo hicimos juntos, ¿cómo decirle que no cuando se ofreció con la cercanía que lo hizo? Ceremonia privada y secretos compartidos, sí, ella y yo éramos una pareja en todos los preceptos exigidos. Si una compañera te observa en tales menesteres y te sigue queriendo, están ambos para enfrentar cualquier cosa. Quedé más limpio que ropa blanca y con una línea de comunicación con Maité que creí inalterable.

Cuando ingresé al pequeño quirófano me echaron de costado mirando a la pared, casi como un condenado a morir con una inyección envenenada. Me introdujeron una especie de tenaza de la guerra de las galaxias. Esbelta, sí, pero igual de amenazadora. Dolió el procedimiento. Cada muestra extraída registraba su hazaña con una detonación que sonaba a balazo disparado por un enemigo interno del que nunca supiste de su existencia previa. Los resultados corrieron por conducto interno. Tenía la convicción de estar atacado por el mal. Bueno, ya son conocidos los resultados: cáncer que requiere intervención inmediata.

Miré de nuevo las pruebas adicionales: una gamagrafía, radiografías del tórax y resonancia magnética en la zona pélvica. Había que seguir, ni modo, aún cuando lo que mas deseaba era perderme en el infinito o pegarme un tiro y desaparecer. Para el primer examen me hincaron una inyección con una sustancia de contraste que se fijaba en los huesos en tres horas. Ocasión para seguir con la rutina de ajetreos y trámites mientras mi esqueleto iba delatando sus males. Cuando estas cosas ocurren hay que seguir y seguir, no hay mejor alternativa. Al regreso me instalaron en una sala enorme con una especie de radar recorriendo mi cuerpo apenas protegido por una bata blanca. Soledad perpetua, aislamiento brutal del sol veraniego, arena, semáforos. ¿Así sería mi vida en los próximos meses, hasta cuando?, ¿porqué no apreciamos los pequeños detalles del diario devenir antes de enfermarnos? Al terminar la prueba el técnico me preguntó si reconocía una lesión o un golpe reciente en la novena costilla. Le dije que no, que ninguna. Indagué por las razones de la pregunta. Con poco ánimo dijo que “algo así aparece en una porción de la costilla”. No quise insistir, pero me dejó preocupado. La prueba de resonancia fue en un sótano que parecía de premeditado aislamiento a pesar de su comodidad y colorido. Se desarrolla una hipersensibilidad para las segregaciones, todo me conduce a ser señalado, etiquetado, analizado. “Respire, no respire” mientras el túnel por el que me deslizan me recuerda que la humanidad ha recorrido un largo trayecto desde las cuevas de Altamira. En la radiografía del tórax la amabilidad de la radióloga no evita que pregunte, ¿razones para la prueba, señor Montalvo?, cáncer a la próstata doctora, ah bueno, desvístase y espere un segundo. ¿Por qué no se evitan esas preguntas, acaso no está la historia clínica? De nuevo la descripción de la enfermedad, de nuevo resetear la realidad que quiero ignorar con frecuencia. Felizmente limpios los pulmones, toda la zona del estómago y los apéndices, era una buena noticia. Pero, ¿y esa mancha en la novena costilla?






Texto agregado el 16-02-2010, y leído por 373 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
18-01-2014 La última pregunta... es clave... Todo el relato es dulcemente descriptivo, real, doloroso... pero resignado. PiaYacuna
20-03-2010 una narración excelente, realmente te mantiene a la expectativa el siguiente renglon y el siguiente y el siguiente. una capacidad descriptiva bárbara...se siente lo que siente el personaje, las albricias por un buen asesor de seguros (ahhh claro son ellos importantísiiiiimos) los pudores por la lavativa y finalmente esa pregunta que lo deja a uno con los ojos mas enormes y en suspenso...sale pues felicidades vamos por el siguiente eufemia
06-03-2010 solo el que pasó por eso entiende lo humillante que es la situacion divinaluna
23-02-2010 Muy bueno y te sigo,me dejas pensando en mil cosas personales.Para mi un capitulo muy especial******* shosha
21-02-2010 Un túnel tremendo está capturando al personaje, con ese enemigo oscuro que se anida no sólo en lo orgánico, y que se va llevando, poco apoco el sol, la arena, los semáforos. Saludos! manndrugo
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