Bailábame acaso la
Desconocida miel de las
Pieles del agua,

Celeste el cuerpo del
río hundíase en mis
manos superfluas
de risueñas somnolencias,
con los pechos acalambrados
de tanto amamantar
a las serpientes venideras.

Los gastos de la semana
anterior en mis actas no
fueron contados
so pena de corregir en
errores poéticamente
inconclusos un par de
palabras menospreciativas.

No hay voz, solo un lánguido
silbido culebrino que trina en el
aire de cartón.

No hay aliento, solo el calor
entumecido de las aves de
goma en los árboles
de cenizas.

¡Que manos tan amadas son
las que descuelgan de mis
murmullos aplazados por
las regaderas del dolor!

Esos pies que se conocieron
en pintorescos parajes
de océano angelical caído
hoy demuestran cimientos de
una casa quemada tras el
oscuro remanso de la niebla.

Había pocas palabras que
me ayudasen a sonreír,
tan pocas como el

Sol.