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Los gatos no pertenecen a ningun lugar. La tierra que hayan bajo sus zarpas les es siempre extraña y muchas veces hostil. Por eso, los gatos caminan entre dos mundos.

Cuando se dan una vuelta por la ciudad, observan con desprecio a los irracionales humanos. La mayoría de ellos le provocan una sensación de superficialidad inmensa, como si al arañar su piel fuesen a desinflarse como globos. Los humanos portan ropas y, de alguna manera, le dan mayor importancia a estas que a lo que hay debajo. Y las ropas pueden ser cambiadas, como si de un inocente juego de disfraces se tratase. Pero cuando uno lleva puesto su traje durante demasiado tiempo, cuando se duerme con él puesto y se despierta con el puesto, llega un momento que el traje se adhiere a la piel y absorbe al individuo, que pasa a ser poco mas que un disfraz andante. Por eso hace tiempo que el gato abandono la ciudad y se echó al monte acompañado de los suyos.

El bosque, en contraste, parece un lugar agradable. En el habitan los cuervos, pájaros de mal agujero a los que los humanos han dado la espalda y fingen no ver. Los cuervos ven desde la lejanía, y se ríen, sabiéndose mejores. Y, sin embargo, no se diferencian tanto de los humanos: han logrado replicar a la perfección parte de los errores de la ciudad y sus habitantes, como si con teñirlo de plumas negras pudiesen cambiar su espíritu. Por eso los gatos tampoco acaban de encontrar su lugar en el bosque.

Y así, los gatos caminan entre dos mundos, y mientras los observan por encima del hombro, se preguntan si no estarán cometiendo el mismo error que los cuervos, que a su vez es el mismo de los humanos. Y se plantean si, quizás, no deberían haberse pedido un wishky que anulara un poco mas su individualidad y su capacidad de razonar, para poder ser otro elemento mas de la Ciudad o del Bosque. Pero no lo han hecho, y conservan en la boca el sucio sabor a arena y cenizas que desprenden las palabras, las miradas, las poses y las normas sociales.

Y se preguntan en que callejón o en que matorral se habrá quedado prendida su inocencia ciega, y que estarían dispuestos a entregar si estuviese en su mano recuperarla.

Porque lo que atormenta los gatos es su falta de pluralidad: el Gato agoniza en la dicotomía de saberse el único de su especie y, al mismo tiempo, tan solo un animal mas.

Por eso, el Gato camina entre dos mundos que le son ajenos.

Texto agregado el 31-01-2010, y leído por 87 visitantes. (0 votos)


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