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Cubre la noche un denso manto de niebla helada. Los faroles de la plazoleta esplenden turbiamente y apenas si se divisa el cono de luz de algún automóvil cauteloso. Sombras y bultos se cruzan y desaparecen inmersos en una nube para villanos.
Sentado sobre una losa de hormigón, sostenida por una larga base de ladrillos aguarda con ansiedad la cita acordada. Se levanta las solapas del gabán; el frío es intenso. Fricciona las manos con fuerza; hace lo propio con los brazos. Tiene prácticamente insensibilizados los pies.
La soledad de páramo le otorga al cuarto de luna menguante la frigidez de un tajo profundo. La lóbrega quietud es apenas turbada por un lejano ulular de sirenas . Un perro husmea aquí y allá, se decide por fin a levantar la pata; un silbido lo alerta y sale presuroso. Han pasado veinte minutos de la hora convenida para el encuentro.
Se habían conocido el día anterior de modo casual. Ella frenó el auto imprevistamente. Él, sorprendido, accionó los frenos a destiempo. Un sonido áspero de metales y espectáculo gratis para los curiosos.
La mujer bajó del auto desplazándose hacia la parte trasera con la elegancia de un felino. Lo sería de algún modo de nos ser por una boina que le cubría sobriamente el cabello rubio y los lentes oscuros. Flotaba en un halo de sensualidad.
Con los brazos en jarras comprobó de un vistazo los daños provocados a su vehículo. Él se acercó.
Miró ambas cosas con indiferencia.
Extrajo una cigarrera, buscó uno sin mirar y lo instaló con elegante displicencia en una de las comisuras, previo sacudirlo un par de veces, con ademán varonil, contra la chapa del auto. La llama del encendedor se inclinaba por la fuerza del viento, haciendo pantalla lo prendió, ladeando como al descuido el cuello de cisne. Se distanció un par de metros, ajena por completo al tumulto de bocinazos. De espaldas a éste apoyó un codo sobre el techo del auto como aguardando una definición rápida del asunto.
Fumaba despreocupadamente.
- No sé como pudo ocurrir, le pido disculpas. Créame que me encargaré de los daños, si lo desea llamamos al Seguro...no sé.
Haciendo caso omiso detuvo la mirada en un letrero de propaganda. Al parecer había llegado a una decisión.
Los ocupantes de un coche de la policía procedieron a despejar la zona. Uno de los oficiales esgrimiendo un cartapacio se fue acercando a ellos con ese andar hamacado de los que portan revólver.
Ella introdujo medio cuerpo en la ventanilla del conductor en busca del celular. Los glúteos firmes y el medio muslo puesto a consideración negligentemente, encendieron una chispa imaginativa. Con mirada aplicada accionó las teclas del minúsculo aparato y se comunicó reservadamente.
El hombre en cambio se aprestó a colaborar con el policía relatando los detalles de lo acontecido. Con cara de aburrido el policía apuntó los datos necesarios solicitándole que firmara la planilla. Inmediatamente se abocó a tomar la otra declaración. Por primera vez habló la mujer despojándose de los lentes y aplastando el cigarrillo en el piso.
- Señor oficial…tenga a bien aguardar unos minutos; me he comunicado con mi apoderado quien arreglará con usted este minúsculo episodio. El guardián de la ley quedó hechizado por aquellos ojos de un azul frío y cortante.
- Usted disculpará estimada señorita pero es mi deb…
- Ahí viene.- Sonrió francamente.
Efectivamente a pocos metros frenó un coche última generación. De él descendió un hombre de baja estatura, pasado en carnes y con una corona de pelos sobre la nuca.-
- Señor Oficial, si me permite he de encargarme de los pormenores en nombre de la señora. Le muestra un documento ostentoso.
- No hay problema. Comencemos…
Al cabo de cumplir con su obligación los policías se despidieron.
Jugando con una de las patillas le impuso.-
- Quiero despedirme de usted no sin antes expresarle que se comportó como un caballero. Estas cosas ocurren a menudo pero es infrecuente salvar una estúpida discusión.
- Por mi parte le diré que no todos los días uno se encuentra con una dama tan “especial” Me gustaría celebrarlo. Antes de ir cada cual por su lado sería para mí un placer aceptase la invitación a tomar un café en el bar de ahí enfrente.
- ¡ Oh ¡…Lo lamento, tengo compromisos ineludibles que me lo impiden. No puedo.
- ¡Insisto¡…A lo mejor otro día. Mañana por ejemplo, donde usted disponga…
- Tal vez…tal vez. Yo vivo de noche y mis compromisos los cumplo en la oscuridad. Actualmente circunstancias reservadas me han puesto en contacto con el sol, de otro modo…
- No creo que sea un inconveniente insalvable la hora. No opondré reparos a la que usted elija; cumpliré con las reglas impuestas por el ganador. En respuesta le sonrió con los ojos. Él tuvo que bajar la vista imperiosamente.
- Bien, entonces podría ser que nos encontrásemos mañana a las veintidós horas en la plaza que está ubicada por detrás del Edificio de las Naciones ¿le parece bien?
- Magnífico. Ahí estaré.
Al extenderle la mano observó la refulgencia de un gran diamante engarzado sobre un anillo de dimensiones regulares, y sobre la muñeca, una pulsera de oro macizo, artesanada en arabescos difusos. Él le mantuvo la mano apretada dando muestras de inocente asombro.
- Bueno…creo que por hoy es bastante. Hasta mañana caballero.
- Hasta mañana.
El movimiento deleitoso de las caderas le susurró al oído lejanas melodías de Billy Holiday.

Estaba a punto de marcharse; ya se había cerrado la cremallera del gabán, aterido y sin esperanzas.
La limusina negra se detuvo a pocos metros. Los focos se apagaron inmediatamente excepto las luces de posición. Un farol cercano derramaba luz opaca sobre el capot del automóvil produciendo un efecto de vidrio delicado y quebradizo.
Lenta y silenciosamente se abrió una de las puertas traseras. Asomó una mano enguantada sugiriendo, con un suave aletear de dedos, que se acercase. Se levantó dificultosamente. No sentía sus pasos sobre el césped. El frío había transformado en témpanos las extremidades.
- Entre por favor.
Se introdujo con algunas prevenciones; algo le decía que no debía trasponer esa puerta pero eludió la recomendación del instinto.
La puerta se cerró tras de si tal como había sido abierta.
- Lamento haberle hecho esperar…inconvenientes de último momento, en fin…
- ¿Quién es usted señora?
La pregunta era pertinente. Cubierto de densos tules negros que resbalaban como en cascada desde un sombrero estrecho y cilíndrico, se advertía un rostro envejecido, de muchos años. El atuendo de tonalidades oscuras acentuaba la fisonomía magra y menuda de la extraña figura, asomando apenas la punta del calzado afinado en las punteras. Se apoyaba con ambas manos sobre un bastón de puño con la vara recubierta de plaquetas de bronce, surcadas de inexpresivos cortes labrados. La pulsera que lo deslumbrara el día anterior rodeaba holgadamente los huesos de la muñeca, del igual modo que el anillo sobre el mismo dedo.
- ¿Quién soy?...Me extraña la pregunta. Creo que ayer concertamos una cita…
- Pero…usted. Digo…Fue con otra persona que yo…
- ¿Con otra persona?... ¿Acaso quiere eludir su responsabilidad respecto a la lamentable circunstancia? Puedo ver desde acá – ladeó el rostro – las abolladuras de su coche. Creí que trataba con un caballero.
- Bien, creo que aunque usted abrigue alguna duda… lo soy, pero a fuer de sinceros su figura no se asemeja en absoluto con la que ayer tuve el gusto de conocer…sin desmerecer lo presente…
- Entiendo su azoro, es parte de una incómoda confusión. Le diré que nuestro encuentro en horas de la tarde de ayer originó una dramática alteración entre el conflicto de la visualidad y la sombra. Es como un retorcerse y salirse de quicio de las cosas visibles. La tarde es la inquietud de la jornada y por eso se acuerda con nosotros que también somos inquietud…
- Sin embargo no creo…
- La noche es el milagro y el tiempo en que la objetividad palpable se hace menos insolente. Nuestro insignificante incidente es pródigo respecto a su demostración.
Estupefacto optó por bajar la mirada tratando de convencerse que no atravesaba por una pesadilla.
- Esta situación me excede respetable dama por lo cual aquí concluye nuestro encuentro. Volvamos a nuestros tiempos y la intensa armonía de lo inexplicable.
- Coincido con usted acerca de esta expectativa ahondada por el sentir de muertos, sin paraíso y sin fecha. Efectivamente aquí concluye una noche de misterios incomprensibles, redes de seda y reflejos de diamantes.
- Señora: Ha sido un placer.
Estira el brazo para saludarla. Inusitadamente un montón de encajes se apeñusca sobre el extremo del asiento. Sobre ellos el bastón, y los zapatos. El anillo y la pulsera desaparecen con la portadora..
La puerta se abre lentamente para cerrarse de igual manera una vez que el sorprendido ocupante hubiese apoyado los ateridos pies en la realidad. Siente escalofríos y la necesidad de salir cuanto antes de ese lugar
Contempla con azoro el inmenso vehículo que parte lentamente y se pierde en el recodo de la acera empedrada. Las potentes bujías iluminan el frente de las casas. Las señales traseras perforan con un rojo desvaído la tenebrosa penumbra.
Inadvertidamente un dolor de cuchillada le atraviesa el pecho, pierde el aliento y se le vela la visión. Se desgarra por dentro, la sangre fluye por la boca y la nariz. Los dedos se aferran al gabán semiabierto sellando el nunca más. Cae exánime golpeándose la cabeza contra el tronco de un árbol.
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¡Oh¡… La hora que es y Bruno sigue dormido. Vamos Bruno…levántate hombre. Vamos. Lo sacude con fuerza y no responde. Le toma el brazo rígido y lo nota frío. Lo da vuelta…
¡¡¡¡BRUNO¡¡¡¡…
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Humildemente dedicado a Jorge Luis Borges. Se ha escuchado por ahí que ha regresado de la eternidad. Los dialogados de la misteriosa señora han sido extraídos, en versión libre y desconsiderada de “Otras Inquisiciones”. El resto del relato es un abominable aporte del autor.



LUIS ALBERTO GONTADE ORSIN I
Derechos reservados.

Texto agregado el 30-01-2010, y leído por 99 visitantes. (1 voto)


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