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Inicio / Cuenteros Locales / Helanna / La historia de Salomé (parte I)

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Era una atracción reprimida que se convirtió en un experimento constante. Nada comparado con lo que en la vida real traduces como “movimientos conscientes”. Desde que empezaron nuestras citas, ha sido como un ligero “shot” de adrenalina (que creo que él también comparte conmigo) en cada encuentro, en cada mensaje.
Una amistad que no es amistad, después de mucho argumentar, se definió como algo que no se puede definir. La historia es que la atracción nos dio la pauta de empezar algo diferente a lo que la comunidad define como una relación normal. Éste experimento ha sido de gran aprendizaje para ambas partes, han sido tiempos de conocer más sobre la madurez, la ingenuidad, los celos, y otras aristas que forman parte de todo un esquema emocional y físico, lo que ha dado como resultado… una amistad, que no es amistad.
La experiencia ha tenido sus dificultades, gran parte de las oportunidades que se han tratado de corregir por mi parte, han sido de índole sentimental, pero la libertad de elección y la intriga de saber todo lo que podemos aprender ha sido más que un pegamento para nuestra… “amistad”.
Nadie sabe de nosotros, pocos sospechan; los mas cercanos saben que somos amigos, los desconocidos no nos imaginan, y los prospectos no influyen… a menos que exista una sospecha de que puedan ser los “efectivos”, pero no se ha dado el caso.
Compartimos una gama de sentimientos imposibles, cada quien con su respectivo destino, pero con un preliminar definido: estamos inconclusos.
No hemos terminado lo que empezamos hace años, nuestras respectivas historias no se pueden acabar así, por eso seguimos aferrados al azar, al movimiento de los días, a la esperanza tenue de un día abrir los ojos y creer que todo es como sentimos que debería de ser. Mientras tanto, estamos en el mismo espacio, compartiendo invaluables experiencias, creando un vínculo de confianza que no era parte del plan. En realidad… no hay un plan.
Los momentos se planean, no lo que viene después. Momentos para verlo, para sentirlo; esos momentos son de lo que está hecho esto, que definitivamente no es amistad ni nada que se le parezca; yo lo interpreto como un híbrido del disfrute del “Por mientras…” y una sensación de complementariedad. Para él, esto es solo sexo.
A veces tenemos proyectos. Nuestros proyectos nacen de la búsqueda de experiencias, ya sea experiencias que queramos compartir o actividades que nunca hemos vivido, pero que nos gustaría experimentar.

Un ejemplo. Recientemente planeamos todo un escenario para poder ver un alter ego que muy pocos conocen, utilizando un detonante que nos mostraría, más tarde, quienes somos en verdad.
Era una noche muy fría, parte de mi teoría era estar cómoda, dejar de lado los estereotipos y hacer lo que íbamos a hacer… pero no me pude contener. Tenía que estar linda para ese momento, quise sentirme preparada para recibir a mi otro yo. Lo recibí con mis botas negras altas, y el indispensable pantalón de mezclilla. Así también lo recibí a él. Daniel llegó 30 minutos más tarde de la hora programada (de acuerdo a lo que yo solicité). Como siempre, con esa mirada que me causa ansiedad, se acercó a saludarme de beso, indiscutiblemente en la mejilla, listo para iniciar la aventura, pero, previamente (cual caballero) notó mi presencia y me lo hizo saber, cosa que se le agradece.
Nuestras pláticas iníciales tienden a ser un poco torpes, hemos aprendido a saberlas controlar. En esta ocasión nuestro tema fueron los sobrenombres, la familia y los sobrinos, esto como tentempié, solo para retomar la confianza. Cuando llegamos a su casa, en otro gesto de caballero, se movió inmediatamente a abrir mi puerta, -Considero importante recalcar que la caballerosidad es un rasgo que me altera, me gusta, son detalles que me intoxican, y nadie, nadie se da cuenta...-
Al entrar a su casa, fría como una lata de hidrógeno, me sentí fuera de lugar.
Su casa es el santuario improvisado de un estereotipo de soltero, de un soltero bohemio que le gusta rodearse de gente simple, sana, sin trivialidades, gente que disfruta del momento, gente compatible con Daniel. No es la primera vez que estoy en esa casa, siempre que entro ahí, me siento fuera de lugar.
Estaba algo nerviosa, él también. Me senté en el sillón más grande de la sala, justo cerca de la televisión, a ver los artículos de una revista psicodélica post moderna con tintes retros que, no está de mas decir, se veía de buena presentación, donde sobresalían relieves de brillos y mates en la portada que me hicieron pensar en la calidad con la que puedes plasmar una idea. Por un momento me involucré en la revista; mientras tanto, Daniel daba vueltas por toda la casa, haciendo no se que, y yo, tratando de ignorarlo.
Acercó una silla a lado de mí y de una pequeña mesa cuadrada, donde acostumbra poner un cenicero, sus lentes y a veces, algún material de lectura. Su mano sostenía lo que era la base de toda la travesía, el material tangible del proyecto: un pequeño cigarro verde.
Todo empezó por una plática de esas que acostumbramos Daniel y yo; en ellas a veces decimos lo que sentimos y lo que nos gustaría sentir. Fue ahí donde yo le puse al tanto de mi fallido intento de haber probado un cigarro de mariguana, donde no sentí absolutamente nada más que un hambre tremenda. Su experiencia con esa sustancia, fue diferente.
Surgió un nuevo plan. Fumar juntos y ver el resultado. Gran parte de este proyecto estaba basado en la delgada pero resistente línea de confianza que hemos dibujado.
Antes de comenzar, Daniel me hizo algunas observaciones. Primero, fumar y retener, luego, sentir. Seguí todas las recomendaciones para obtener una experiencia agradable, hasta la música que elegí estaba predeterminada para el momento. Todo era parte del plan.
Estilosamente encendió el cigarrillo, como si fuera un experto. Un toque cada uno; yo moría de frio pero aún así me quité el saco, le pasé el cigarro y de regreso. En el vaivén del cigarro seguía nerviosa, probablemente porque mi naturaleza es así, o simplemente deseaba tanto la experiencia que la ansiedad me invadió. Intenté unificarme para que él no lo notara, me senté a la orilla del sillón en posición masculina y dejé que el tiempo siguiera su curso, total… en la escena éramos dos adolecentes experimentando una droga de bajo impacto.
Después del tercer o cuarto toque, le pregunté:
-¿Qué sientes?
-Veo todo en cámara lenta, como que todo se detiene a veces ¿sabes?
- ¿Y qué piensas?
-En este momento… en lo bien que te ves con esas botas...
Después de medio cigarro, la risa fue inminente. Sin decir del impactante dolor de garganta que me estaba provocando yo sola por no saber “fumar”.
“Pues yo no siento nada”. Fue lo que dije en un ataque de risa al ver a Daniel tan indefenso, tan simple. Jamás lo había visto tan desarmado. Su risa me causaba risa.
Fueron instantes, pero los disfruté como enana, todo me daba risa, La actitud de Daniel me hizo sentir como si estuviera con el mejor de mis mejores amigos. Inmediatamente detecté el efecto de la droga, lo sentí en mi equilibrio. Es algo que nunca había sentido, es incomparable con algún reflejo que pueda causar el alcohol. Yo estaba presente, pero era mi verdadero yo. Ligera, sin prejuicios, infantil, con algunos momentos de ingenuidad, flotante, elevada.
No quería que se acabara, pero el tiempo pasó muy rápido. Daniel era otro completamente, no podía yo creer que mi ejemplo de aprendizaje, de madurez, que la persona que admiro por su entereza y su estilo de responsabilidad, estuviera actuando como un niño de ocho años. Era fascinante.
Todos mis sentidos estaban alterados, sobre todo la vista. Mis ojos tenían algo raro, unas cosas las veía a relieve, otras no. Daniel en su papel de “Sensei” me hacia notar los síntomas conforme el los iba sintiendo, yo negada seguía en la lucha contra el humo que me habían prometido era emocionante. El frio se intensificó, yo temblaba cada vez más. Daniel se acercó a abrazarme y forcejeamos, éramos dos niños jugando.
Luego, planteó la maravillosa idea de ir al segundo piso (donde esta la recamara) porque el calentón estaba allá. Plan con maña. Abajo también había uno.
Al subir las escaleras corroboré la falta de equilibrio, de ambos. Me sentía como Bambi en sus primeros pasos. Pero, mi premisa seguía siendo…” ¡Yo no siento nada!” No quería mostrarle a Daniel lo indefensa que podría llegar a ser, era algo así como mi escudo protector.
Ya en la recamara, mi instinto me lanzó sobre la primera cobija que estaba a la mano y me tape inmediatamente, el frio era absurdo, esa recamara siempre ha sido templada y ese día ni el calentón me ayudaba.
Era tanta mi insistencia en que no sentía nada, que hasta yo misma me cansé de decirlo. Daniel presentaba síntomas deliciosos, yo quería ser tan feliz como él. Me daba envidia no haber aprovechado bien el cigarro y eso que fumé más que él. Mi teoría es que al parecer tengo más resistencia que otros para ese tipo de sustancias. Así que, para ponerme a tono, decidí tomar una pastilla extra. El Tafil ha causado una buena impresión en mi vida, cosa que quise mezclar par ver si así me elevaba un poco más.
El efecto fue inmediato. Todo tenía sentido. Todo era parte del plan. El único inconveniente: el frio.
Luego de intentar templar la habitación con un segundo calentón, y después de poner un CD noventero (hecho exclusivamente para vivir una experiencia más intensa) nos dedicamos a analizar el paso del tiempo en su reloj despertador. Era extraordinario el ver que los minutos se detenían, era irreal el compartir ese tiempo y ese espacio conmigo misma. Daniel ayudó a la experiencia, abrazándome de una manera que solo los osos saben hacer.
El movimiento de mi mano izquierda me impactó, se veía como una silueta multiplicada, la vista me jugaba trucos divertidos, el color azul de la pantalla era electrizante, la risa de Daniel era hipnotizante, y todo objeto inanimado me estaba sonriendo. Tuve que taparme hasta la cabeza para dejar de ver, no lo creía.
Su insistencia por grabar todo lo que decíamos me asustó, pero su destreza con los celulares se vio comprometida al no encontrar la herramienta de “grabar voz”. En otras circunstancias la hubiera encontrado con los ojos cerrados, pero no fue así. Me tranquilizó.
Yo estaba en mi momento, todo estaba alineado con mis sentidos, las luces rojas del despertador, la canción de Lithium de Nirvana de fondo, el ambiente relajado que intentaban producir los dos calentones eléctricos, Daniel abrazándome como si en verdad me sintiera. Luego…
Se fue la luz.
En ese momento me perdí. Perdí a Daniel. Eran las 12 de la noche y nos quedamos dormidos.
Mi preocupación era llegar temprano a casa, pero mi intención era quedarme con él y seguir disfrutado del paseo.
A las 3:00 a.m. desperté. Le mandé un mensaje a mi madre: “Estoy bien, me voy a quedar a dormir en casa de una amiga, no puedo manejar”. Lo gracioso es que, mi carro estaba en mi casa, Daniel había pasado por mí.
Es comprensible que en ese momento no estaba conectada con la sensatez. Estaba ida. No sabía lo que decía o lo que hacía. Pero nunca perdí el hilo de mis acciones, siento que lo recuerdo todo.

***
Daniel es un hombre entrado en los treintas, y en lo que respecta a su estructura física, está de buen ver. Sus ojos claros reflejan madurez e inexperiencia a la vez. Parece que ha vivido mucho, pero no es así. Es un hombre muy precavido. Tiene una calidad innata de liderazgo, eso es admirable por el respeto que inspira en sus amigos y en sus compañeros de trabajo. Daniel es muy espiritual, se puede decir que hasta religioso, siempre esta dispuesto a ayudar a otros. Su cabello es corto y muy fino, con ligeros toques de canas que, combinadas con su peinado, te da la sensación de estar tratando con un adulto con espíritu de adolecente. Esconde su mirada detrás de unos lentes que le dan un aire de intelectual. No los necesita. Su estilo de vida lo han hecho constante, disciplinado y muy familiar. Repele las falsedades deliberadas, eso le causa conflicto.
Es algo raro, no es mi tipo de hombre pero siento una irreal atracción hacia él, es probable que su edad influya, el psicoanálisis freudiano lo define como algún tipo de “el complejo de Electra”… yo solo le llamo interés por la madurez. Algo que siempre lo he visto en mí.
Recuerdo cuando Daniel despertó. Su ansiedad de entrar en mi lo despertó. Sabía que tarde o temprano íbamos a hacerlo. Solo era cuestión de tiempo.
Me tomó de la cadera, me desvistió y yo le ayudé, con ambas manos tocó cada centímetro de mí, sus manos siempre dirigen mi posición, no importa donde esté, en cualquier punto encuentro una satisfacción detallada, el secreto esta en el movimiento de sus caricias. Como es de esperarse, otra vez me hizo suya. También era parte del plan. Comprobamos que bajo el influjo de la mariguana, todo es diferente. El proyecto había sido todo un éxito. Volvimos a quedarnos dormidos, sobre todo ya con la tranquilidad de haber avisado a tiempo de mi llegada tardía a la casa. Dormí como hace muchas noches no lo hacía.
Eran las siete de la mañana cuando sonó el despertador del celular. Cosa curiosa, compartimos el mismo tipo de celular, es muy peligroso que se puedan confundir.
Su disciplinado estilo de vida por poco se ve comprometido por la deliciosa comodidad de estar en cama después de una noche muy agitada. Era tarde, pero no perdimos la oportunidad de volverlo a hacer.
Esta vez me monté en su cuerpo desnudo, yaciente, mi cabello cubría parte de mis pechos, comencé un ritmo que tuvo que ser interrumpido por el ruido que causaba el golpeteo de la cama en la pared, ese tipo de nimiedades son controladas fácilmente, continué mi cabalgata; Daniel solo me observaba, yo me concentraba. Su mano izquierda en mis glúteos marcaban mi ritmo, su mano derecha tomaba la mía para darme equilibrio, mi mente se cerró y exploté en él. De nuevo, fue extraordinario.
Lo abracé a manera de agradecimiento y despedida, luego contó hasta tres y se levantó, se dirigió al baño y me quedé sola, distraída y aún con frio pero decidida a vestirme inmediatamente. No perdí tiempo en cambiarme.
Se vistió, ya era tarde, bajamos las escaleras aún tambaleando pero muy contentos de haber vivido la experiencia, fue interesante el sentir que puedo despertar ese tipo de bajas pasiones en alguien que ha dedicado su vida a hacer lo correcto. En teoría.
Daniel me llevó de regreso a mi casa, y como siempre, no faltó el beso en la mejilla de despedida. Se fue tan rápido como paso todo. Ya iba tarde a su trabajo, llegó cuatro minutos antes de las nueve a sus labores de Supervisor.
Yo por mi parte me quité la ropa y me metí a bañar inmediatamente. El olor a mariguana en mi cabello era intoxicante y no podía dejar que alguien lo notara. Mientras me bañaba, estaba inventando en mi cabeza las historias que contaría para justificar mí llegada al día siguiente, a la vez, recordaba escenas de nuestro pequeño experimento, me reí sola como loca.
Salí de bañarme, me puse el pijama y a dormir. Estaba exhausta. Físicamente desvalida, mentalmente cansada de procesar toda la aventura una y otra vez. Gracias a Dios era domingo.
Recuerdo que fui a comer con mamá y al cine con papá, desde hace mucho tiempo no tenía niveles de estrés tan bajos como ese día. Daniel me dijo en la tarde que todavía se sentía “Apendejado”, y esa era la palabra correcta, porque yo también me sentía así.
El contacto directo con Daniel es a través de nuestros celulares, desde que iniciamos nuestras “visitas” el celular se ha vuelto una extensión de mí.
Está comprobado, un blackberry es adictivo, sobre todo cuando compartes esta adicción con un oso abrazable que se dedica continuamente a levantarte el ego, y una que otra vez, el autoestima. Se que suena como una moderna fábula de Esopo, pero es así.
Ahora estamos listos. Ya sabemos que se siente. Nadie nos platica. La siguiente misión está indefinida, no se que va a pasar, a lo mejor es nuestra última experiencia, a lo mejor no.
Lo que si es un hecho, es que elegí a la persona correcta para comprobar las mas bajas y estimulantes teorías que nos obligan a vivir en un mundo paralelo, donde los excesos no están prohibidos.
Cuando regrese a mi vida normal, cuando deje de ser una persona inconclusa, sólo habrá quedado en mi memoria el recuerdo de las aventuras que viví con un oso irremediablemente abrazable, que, sin proponérselo, me ayudó a liberar mi mente, a dejar las pantallas, me enseñó a entender que todo es efímero si tu así lo deseas; en pocas palabras, me ayudó a descubrir una parte de mi verdadero yo, sin falsedades.

Texto agregado el 24-01-2010, y leído por 93 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-01-2010 No es por nada, pero tal como aquí está escrito, la protagonista sólo es un objeto solitario al servicio de quien pueda darle compañía. Quizá para Daniel ella sea tan fea que, para un simple polvo, deba drogarse y, ¿cómo no?, ofrecerle un porro a ella. No me gustó el texto, capté uno que otro descuido ortográfico. Kodiak
 
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