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Dos tres cuatro cinco, doblo a la derecha, uno dos tres cuatro, a mi izquierda está la llave de luz… ¿para qué?, avanzo recto tres pasos más y estoy frente a la pileta del baño; me lavo la cara y cepillo mis dientes mientras escucho la radio que informa la hora: siete de la mañana, debo apresurarme, cierro la canilla, plic; salgo del baño y avanzo por el corredor, plic; tres cuatro cinco, doblo a mi izquierda, plic; ya estoy en el dormitorio y comienzo a vestirme, plic; salgo del cuarto con rumbo a la puerta de calle, plic; saco las llaves de mi bolsillo y abro, plic; ¿qué es ese ruido?, plic.
Por fin terminó mi entrenamiento, fue duro, pero he aprendido mucho en estos meses… y no me puedo quejar, me han tratado bien. Ahora tengo un tiempo libre y puedo socializar con mis compañeros. Parece que soy la única hembra aquí, ¡deja ya de olfatearme el trasero!, que se ha creído este Sultán.
¡Puta… la canilla otra vez!, plic; no tengo tiempo ahora de cerrarla, debo ir por mi perro, plic; cierro la puerta, tres cuatro cinco, llego al ascensor, presiono el botón, no escucho el sonido de los engranajes, debe estar en mi piso, abro, entro y busco el botón de planta baja… que ya no es más redondo… ahora son todos cuadrados… y parecen estar como hundidos, los cuento…, este debe ser, presiono; salgo del ascensor y me invade un fuerte olor a café; esta es mi vecina Olga y su café de filtro, estoy en el primero, vuelvo al ascensor y presiono el botón de más abajo. Gano la calle y despliego mi bastón.
Estamos todos muy nerviosos, ayer escuchamos a nuestro entrenador hablando por teléfono, parece que vendrá alguien a buscar un lazarillo… ¿qué olor es ese?: comida; nos acercamos despacio, no debemos correr, cada uno a su plato moviendo la cola. Nuestro entrenador es flaco y alto, un muchacho joven de calzado deportivo, vaquero, remera, y huele como nosotros; termino de comer y lo observo, tengo ganas de pararme en dos patas, apoyar mis delanteras sobre su pecho y lamerle la cara, pero me contengo; por cierto… ¿a cual de nosotros vendrán a buscar?, me gustaría poder hablar para preguntarle, pero no nos han enseñado a hacer eso… aún; el entrenador se va para el frente y se dispone a abrir el local… ¡oye, pará de morderme la oreja!
Tac…, tac…, tac…, tac, el sol me da en el rostro y la calle está desierta, lo sé, pienso en mi lazarillo mientras camino a la parada, tac…, tac…, tac…, toc, una columna de hormigón, llegué a la esquina…, sí, aquí está el cordón; no escucho ningún auto, comienzo a cruzar, tac…, tac…, tac…, toc, el otro cordón. Llegué a la parada, creo que no hay nadie, o al menos nadie habla ni camina, escucho un ómnibus que se acerca, le hago señas, chilla el freno y el ruido metálico de la puerta me guía: -¿Este es el tres veintinueve? –No, el tres veintinueve viene atrás –Gracias –Escucho cuando cierra la puerta y arranca –Yo le aviso cuando venga –Me dijo la voz de mujer mayor –Ha… creí que estaba solo… ¿usted se toma el mismo? –Sí, lo tomamos juntos… mirá… allí viene. –Subo al ómnibus, cierro mi bastón y ocupo el lugar de los discapacitados; no me cobran el boleto: -Disculpe, me avisa cuando lleguemos a Ocho de Octubre y Belloni -Sí claro –Durante el viaje voy pensando en mi perro lazarillo, ¿será mejor que mi bastón?, al menos me hará compañía, dicen que no da problemas, están muy bien entrenados y además -Llegamos joven –Gracias –Despliego mi bastón y echo a andar, tac…, tac…, tac…, tac, hay mucho ruido en esta calle: coches, camiones, tac…, tac…, ómnibus y mucha gente, puedo escuchar sus pasos cuando se apartan para dejarme pasar, tac…, tac…, tac…, (…), (…), ¿qué es esto?, parece algo muy blando… se entierra el bastón en el; intento rodearlo pero es enorme… para ambos lados… y también para arriba: -Pará que te ayudo –Siento la voz de un joven a mis espaldas, y está recién afeitado, su olor a colonia me marea; toma mi brazo y comenta mientras caminamos: -Están construyendo, y ocuparon toda la vereda con una montaña de arena, hay que bajar a la calle…; ahora sí, acá ya podemos subir, cuidado el cordón… -Gracias –De nada –Tac…, tac…, tac…, escucho una conversación a mi derecha: -Disculpen, ¿una casa donde entrenan perros? –Sí, en esta misma cuadra… unos metros más adelante –Gracias –Tac…, tac…, tac…, siento olor a perro, debe ser acá: -¿Aquí es donde venden lazarillos? –Sí… ¿qué se le ofrece? –Yo soy Carlos… -Ha… Carlos, pase, lo estaba esperando –No sólo el local huele a perro, también el hombre de voz cansada que continúa-: tome asiento aquí, ya le traigo a su lazarillo. -Está fresco acá. El hombre se aleja en un andar lento y el piso, seguramente de madera, va dejando de vibrar… hasta que cesa. Una puerta se cierra.
Acabo de escuchar una conversación… entre mi entrenador y alguien, ¿será mi futuro dueño?, ¿seré yo la afortunada?, ay, ahí viene…: ´´Sultán, ven aquí´´ dijo con vos cansada y le coloca la asidera… se van.
Una puerta se abre, jadeos, vibraciones, -Aquí lo tiene
–Toma mi mano mientras me levanto y la pone sobre una asidera, cálida, plástico corrugado- Se llama Sultán –Me arrodillo y comienzo a acariciarlo: pelo corto, cabeza grande, lengua afuera –Usted no se preocupe, Sultán esta muy bien entrenado, se entenderán enseguida –Eso espero… y salgo, con el perro en una mano y el bastón en la otra –Ya no precisa el bastón –Aclara el hombre mientras siento como me marca el camino y cruzo la puerta, sol. Estamos en la calle, lo guío por la sombra, el calor es intenso, no se adonde quiere ir, espero serle útil. Se frena, -¿Porqué te paraste Sultán?, me agacho y lo acaricio, está sentado, siento ruido de coches, ¿habremos llegado a la esquina?, hay tanto ruido en esta calle, guaf, ladra y comienza a andar: el cordón, guaf, el otro cordón, no sé para donde vamos, pero por ahora vamos yendo…; ahora es él, mi dueño, quien se frena… y yo me siento. –Disculpe… ¿la parada del tres veintinueve? –Sí, en esta cuadra, la próxima esquina –Gracias –Seguimos caminando…, guaf, llegamos a la esquina, -Disculpe, ¿acá es la parada? –Sí –Me avisaría cuando venga el tres veintinueve –Claro, pasa enseguida…; mire… ahí viene, el primero no, el segundo –Escucho pasar a uno y hago la seña, frena, abre sus puertas y me dispongo a subir –Perdone joven, pero no puede subir con animales –Pero… este es mi perro guía –Lo sé, pero son reglas de la empresa… hasta que no las cambien… –Lo miré con cara triste, lástima que él no pueda ver mi rostro, empezamos mal -Y bueno sultán, habrá que caminar, y caminamos…, mucho. Por fin en casa, abro la puerta, plic; cierro y Sultan me lleva hasta el living, plic; maldita canilla, plic; pongo rumbo al baño, creo que mi dueño quiere ir por acá, plic; aprieto bien la bendita canilla, me agacho, y por primera vez, me saco los lentes negros, apoya sus lentes en el suelo, me abraza, y entre mimos y caricias, una cosa descubrí, mi rostro está en sus ojos, yo lo vi.

Texto agregado el 16-01-2010, y leído por 66 visitantes. (1 voto)


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