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En una era de avances tecnológicos, donde las potencias mundiales tienen un PIB muy superior al que podría tener cualquier país en vía de desarrollo, países en los cuales lo que invierten en un proyecto puede ser del mismo monto presupuestal anual que maneja un país africano, donde la crisis económica está prácticamente superada, y por supuesto nuestro país salió muy bien librado de ésta, según dicen las estadísticas. En esa era hay una clase muy particular que me atrevería a decir que es la que más estragos sufre, no por la cantidad de desgracias que pueda enfrentar, sino por la cantidad de integrantes que contiene esa clase o clasificación, la clase media colombiana. Más de la mitad de la población nacional pertenece a esta clasificación que va desde el estrato social 2 hasta el estrato 4.

Nuestro protagonista de este primer relato pertenece a esta mayoría, la clase media, es verdad que la miseria y la pobreza en nuestro país y en nuestra ciudad Cali son innegables y no se puede decir igual, que no sufren, pero tan igual puede ser el sufrimiento de alguien que pierde un ser querido o alguien que pierde su mascota favorita. Volviendo a nuestro protagonista, es un hombre que, como se dice popularmente, le ha tocado luchar y vregar duro para conseguir lo que tiene, un hombre que desde pequeño tuvo que salir a la calle a rebuscarse el pan de cada día y velar para que nada le faltara ni a él, ni a sus hermanos. Haciendo un viaje al pasado debemos ubicarnos en Cali, Colombia, en el año de 1960, plena época Hippie en Estados Unidos y que se vió un poco en Colombia. A los extranjeros que puedan estar leyendo esto, les comento que Cali solo tuvo un desarrollo urbano a gran escala alrededor de la década de los 50’s, por lo cual la ciudad en 1960 no era muy densa.

El protagonista, un hombre ya de 60 años o más, humilde, trabajador y buen padre, lo único que pudo conseguir en la vida fue darle lo mejor a su hijo, porque sus sueños no los logró, bien haya sido por mediocridad o por situaciones difíciles que se hayan presentado, pero lo curioso es que su hijo, sin él desearlo, heredó ese sueño.

Se levanta temprano para alistar a su pequeño hijo para que vaya a colegio, su esposa debe ir a trabajar y en la mañana queda solo, deambulando en su mente, en ese laberinto tenebroso llamado servicios públicos, la cuota del mes es alta. Dos facturas que con solo mirarlas dan ganas de tirar la toalla, facturas que por cada ojeada recibida le responden sacándole una cana de la preocupación –Está a un paso de convertirse su cabello en un copo de nieve – y el estrés.

Al protagonista no le queda tiempo de pensar, por eso perdió sus ideales, en una sociedad donde lo que prima es el dinero, es prohibido pensar y no porque el presidente lo prohíba o las mafias lo hagan, sino porque en este país el tiempo es oro y un minuto desarrollando ideas o teorías filosóficas no te van a dar de comer, ni a ti ni a tus hijos.

Fabricante de traperos, labra las mechas del blanco pabilo o de la colorida hilaza, algo de arte de haber en su profesión, de eso no hay duda, el palo de madera debe ir bien ajustado para que los cabellos del pabilo no se suelten, un alambre los sujetará adecuadamente y ya está listo, una y otra vez se repite el proceso, haciendo que la mañana transcurra de una manera rápida mientras escucha en la radio las noticias matutinas. Luego debe pasar a las escobas, recogedores, destapa baños, cepilloes, estoy pensando que Discovery Channel o Natgeo deberían incluir a nuestro protagonista alguno de sus programas, ya saben a cuales me refiero, aquel donde muestran la ciencia de lo cotidiano y se ve el proceso de elaboración de las cosas más sencillas.

El almuerzo debe prepararlo él, amo de casa y fabricante de traperos que debió dejar de pensar, sería el calificativo que le doy a este personaje, el calor de la ciudad hace de la cocina lo más indeseable de las labores hogareñas, pero igual lo hace, para su hijo, para sí mismo.

La situación continuará así para este hombre, que no es pobre, no es rico, no es nadie, solo un número más en este mundo de estadísticas, porque hombres no somos, solo números. Un sentido homenaje al hombre que hizo posible este artículo, y así lo lean muchos o no, quería que su nombre apareciera en la Web, Gustavo Gutiérrez, el hombre que ha hecho posible que su hizo pueda tener lo necesario para su desarrollo personal, el hombre que deberá seguir luchando por el poco dinero que gana en ese negocio del aseo y en el negocio que deben vivir miles de hombre como él, de clase media en Colombia, para poder sobrevivir, digamos que más o menos dignamente. Gustavo Gutiérrez, ese es mi padre.

Texto agregado el 14-01-2010, y leído por 50 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-01-2010 Gracias Luis por compartir este texto,los Caleños lo sabemos apreciar,nos leemos caliche
 
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