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En los laberintos uno se choca, tropieza, busca, encuentra, se pierde, se vuelve a tropezar y hasta a veces uno puede permanecer inmóvil sin posibilidad de avance de ningún tipo. Están los que van con mucho cuidado controlando no chocarse con nada, los temerosos, los que dudan, los que viven perdidos antes que tener que elegir. También están, citando el viejo refrán, “los que dan un paso para adelante y dos para atrás”, los que van a paso de tortuga y los que viven reprochándose por cada paso mal dado pensando fervientemente que cualquier otro camino hubiera sido una mejor opción. Del otro lado están los aventureros que no meditan ni un instante la elección, los impulsivos, los todo-terreno, los que viven permanentemente chocándose contra alguno de los paredones del laberinto apostando con testarudez a que ese es el camino aún cuando el paredón continúa bloqueando el paso.
El problema que presenta el laberinto es cómo saber de antemano dónde está la salida.
De chica amaba los juegos de laberintos, esto era, intentar seguir el caminito con un lápiz dando vueltas y más vueltas siguiendo las peripecias que presentaba el camino hasta encontrar la salida. Me resultaba divertido conocer finalmente cuál era el camino entre todos los que había.
Si la propia vida fuese un laberinto dibujado ¡qué fácil sería! Imagino mi vida vista desde arriba, lo que permitiría ir trazando con un lápiz el camino correcto eludiendo equivocaciones, tristezas, dolores, decepciones, angustias y desesperanzas. Pero ¿cuál sería EL camino correcto? Claro está, el que conduce a la “Salida”. Pero ¿salida de qué? De los tropiezos, errores, equivocaciones, fallas. ¿Se podrá salir de eso? ¿O no será sin eso o con eso con lo que uno puede arribar?
En el juego del laberinto eran necesarias las incertidumbres, las equivocaciones, los tanteos y las fallas, era necesario ese tiempo, ese proceso para arribar a algún lugar, arribar a la “Salida”.
Pero ¿de qué se tratará la “Salida”? En realidad nunca nadie me mostró qué pasaba al llegar a la “Salida” qué se alcanzaba, qué había o cómo era. Solo sé que al llegar a la “Salida” terminaba el juego, la llegada era el Fin.
Lo interesante era el proceso, el trayecto que autorizaba a elegir, a descubrir, a aprender de los aciertos, de los errores, de los encuentros y desencuentros. Por lo cual, no había llegada alguna sin un proceso atravesado previamente. Ahora bien, “la Salida” tenía una función, era el objetivo del juego, sin Salida, no hay caminos que conquistar.
La Salida es lo que permite andar y es en el andar andando en donde está el placer del juego y de la vida misma.

Texto agregado el 12-01-2010, y leído por 117 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
02-06-2010 Muy buena metáfora. Faluu
04-03-2010 Me parece especial que escribas esto. creo que todos los que escriben aprenden siempre a escribir. para adelante Lore. jorgeL
12-01-2010 Nada interesante que contar. Sólo tengo sueño. NickName
 
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