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Ha dicho en algún lugar que ha comenzado el año de otra forma. Dice que quiere estar menos nervioso que antes. Porque en algunos momentos se ha visto a sí mismo con las manos vacías y llenas de espanto, justamente cuando se supone que sea feliz. Quiere estar más tranquilo y practicar una filosofía que ha pensado largamente: observar el lento avance de la sombra proyectada por una hebra de pasto por el avance del sol.

De a poco, encuentra, se tranquiliza. Se convierte en un caballo que acaba de terminar una larga carrera hacia un lugar que desconoce. Porque los animales no saben a dónde llegan cuando los azotan y avanzan por miedo. Acaba de detenerse y aún está sudando. Los orificios de su gran nariz aspiran grandes cantidades de aire mientras sus pulmones se contraen. El cuero, brilloso, refleja la aridez del sol y lo seca lentamente.

Su corazón está excitado. Aún late fervorosamente. Bufa y saluda el viento con los ojos. Todavía tiene arena entre los cascos por su agotadora carrera por el desierto. Comienza a calmar su sed en un estero de agua fría y limpia. Quizás ha llegado a un oasis. Quizás allí también hay árboles, viento, manzanas, sonidos de rocas blancas haciendo fuego por las noches que hacen frío.

Sus músculos comienzan a relajarse. Sus patas, fuertes, empiezan a ceder. Por un momento parece estar perdiendo el vigor de su sangre, y rozar el fin de su equilibrio y su brío. Bufa y relincha. Relincha el viento con los ojos, que son negros. Por la nariz aspira el polen del aire, que es muy dulce y lleno de esporas de flores y cenizas. Y en su cabeza de yegua se afina el cielo, totalmente azul.

El viento está lleno de incertezas. Arriba en el infinito no hay ninguna respuesta y ninguna pregunta. Solamente hay avena por la noche. Incertezas dulces, atemorizantes, embriagadoras. Porque de noche abrazará el vacío que de día lo llena. En la suavidad de la brisa lo llena; batiéndose con las hojas de los árboles, y las caminatas en camisas frescas de los ancianos. Te mira desde atrás sin necesidad de espiarte. Te observa y te sonríe, como si estuviera llorando de pena o levitando entre los haces del sol.

Parece un fantasma vivo y animal. Galopa con una furia intensa hacia el ocaso y se come todo el pasto que encuentra, y tú lo montas y recorres la llanura sin montura y sin estribos. Déjalo correr un rato, le han dicho a su dueño, porque cuando trota se nota que es feliz. Lo puedes mirar desde esta esquina para que no se lo robe nadie. ¿No ves lo dichoso que se pone cuando come maleza y cardos y ramas de árboles secas?

¿Lo ves? Porque deambula todo el día mirándote y sus cascos no se escuchan porque el suelo es muy blando y seco. La tierra se resquebraja a su paso. Y él huele a piedra y a distancia y a sal. Se te acerca y te lame las rodillas que te has herido al caerte de su lomo. Su lengua es muy caliente y tiene un vapor celeste y muy raro. No alcanzas a saber de qué se trata. Pero él tampoco sabe, porque un animal no piensa igual que un hombre. Tiene el cerebro muy pequeño, pero es noble y está lleno de furia. La puedes ver si te acercas mucho.

Está lleno de furia y eso lo va a llevar a galopar rabiosamente cuesta arriba, aunque se vaya resbalando todo el tiempo, pelándose la piel, evidenciando su sangre (muy roja, como frambuesas). Nada de eso lo entiende, pero no necesitamos hacerlo. Por ahora no necesitamos hacerlo y solamente tenemos que dejarnos llevar. Porque sabemos que hay algo detrás de todas esas cosas, detrás de todas esas imágenes, o de los días que ya han pasado y se quedan a fuego marcados en las sienes.

Hay algo allí, y eso era lo que quería decirte, aunque no sepa cómo hacerlo, porque mi mente es escasa y sólo me alcanza para burlarme de mí y de ti cuando nos resbalamos de las montañas y tropezamos en los mares y en los continentes, y golpeamos los planetas por el simple placer de hacerlo. Porque hay que avanzar, aunque el avance no tenga mucho sentido. Supongo que es sano. Aunque se mezclen todas las voces y de pronto yo estoy aquí, y otras veces allá, y luego ya no estoy en absoluto y apareces y desapareces, como una sombra o un recuerdo de otra vida contemporánea.

Hay que moverse. Hay que moverse ahora mismo. Aunque el pasto esté seco y te pinche los pies. Aunque empiece a hacer mucho frío en la noche y quieras dormir mejor. Avanza no más. No tengas miedo y tampoco tengas esperanza. Si no tienes fuerza en las manos y en las piernas, muerde el suelo y avanza con los dientes. Sopla hacia atrás haciendo de palanca. Escóndete de la gente y escápate no más. Porque así puedes ahorrar dinero y comprar un poco más de tiempo; quizás pagar un soborno y así huir del país cuando has asesinado el nerviosismo y te buscan todos los enfermos.

Quiero.

Texto agregado el 11-01-2010, y leído por 190 visitantes. (0 votos)


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