Ríe payaso; el espectáculo debe continuar.

¡Vamos! ¡a escena! la gente necesita tus bufonadas para olvidar el horror del accidente.
No es momento para el llanto y la desazón; es el momento de la risa estrepitosa, bálsamo para la angustia de esos niños asustados y llorosos.

¡No! No sueltes esa lágrima que puede estropear tu maquillaje. No llores tonto payaso, cósete el alma herida y esconde la pena. Otros se están ocupando de ella, tú no puedes hacer nada más que encargarte de la función. Es tu turno, comienza la liturgia sacerdote de la risa, apóstol de la alegría.

Ya todos saben que la amas; él también advirtió la caricia y el beso furtivo cuando la levantaste. No lo maldigas, no fue su culpa sino la fatalidad, no quiso que resbalara de sus manos, no la dejó caer. ¿Acaso lo odias solamente porque crees que es el dueño de su cariño?

Vamos ¡a escena! que los niños esperan tus cabriolas para que su caras estallen en risas frenéticas.
¿No es esa tu misión? ¿No es tu recompensa su felicidad?
Entonces díselo a tus ojos para que dejen de estar tristes. Sólo tu nariz roja se mantiene inalterada; como ella arma cada gesto de tu cara, cada retazo de tu piel y sal al ruedo donde te esperan los leones para devorar tu dolor. No ves que no les importa tu congoja; ellos han pagado y merecen que los hagas divertir. Aplaudirán tus chistes que serán el arco iris para olvidar la tormenta. Sólo quieren carcajadas. Salta, suelta los globos, tira las serpentinas. No quieren lamentos dolorosos.

¡Vamos! que ya regresan los que la llevaron y … míralos... vienen sonriendo… ¡Está viva!
Entonces ¡rápido a escena! que hoy será el día del mejor espectáculo de tu vida. Ya todos saben de tu amor y a partir de ahora podrás gritárselo sin temores. Ese beso que le diste no fue el último, ha pasado a ser el primero.

¡Arriba, payaso! ¡A devorar al león!.