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UNA NOCHE DE ESTAS

Por Nadim Marmolejo Sevilla




Son más de las doce. Vencido por el insomnio, me levanto de la dura cama. A pocos pasos está la ventana, resguardada por una rejuela de hierro enmohecido, y me acerco a ella. La tremenda soledad que reina afuera es como la nada. O como si el mundo se hubiera deshecho. Toso, intempestivamente, y temo que el tipo con quien comparto la celda se despierte. Pero no ocurre así, por suerte. Supongo que está en el quinto sueño, ese placentero momento de la vida que se asemeja a la muerte.

En lo alto las nubes están por ocultar la luna, que ya está en su cuarto menguante, y aguardo a que ocurra. Todo se ensombrece, a tal punto que hasta la araña que teje su red en el dintel se inquieta. De los indistintos pensamientos que tengo agolpados en la cabeza, el de escapar es el más persistente. Es como un emisario del destino que insiste e insiste en activarme el mecanismo de la intrepidez. Igual que el pájaro azul de Rubén Darío, o el zurriago que apremia al equino. Pero trato de no darle cuerda, pues nada bueno sale de la ansiedad ni del delirio frenético que surge de la injusticia. La mesura es el camino hacia las mayores osadías, recuerdo haberle oído decir alguna vez a un amigo mío, sin embargo no descarto aquella posibilidad ya que siempre es bueno conservar una opción que sea capaz de forzar el curso de los acontecimientos. Nada hay más confortante que tener oculto un as bajo la manga.

No siento miedo, sólo espero que pronto amanezca para salir a la calle a gritarle a todo el mundo que no tengo nada que ver con el muerto que hallaron en la mañana junto a la puerta de mi casa. E iterar que detrás de todo aquello sólo está el infortunio, la inevitabilidad de las cosas que han de pasar, la rebelión del absurdo. Aquella fabulosa expectación fue la causa de que no me percatara del desastre en que se había convertido el sueño de mi compañero de prisión, quien daba vueltas en su lecho como si estuviera siendo víctima de la peor pesadilla y farfullaba cosas ininteligibles, hasta que ¡pum! se cayó al suelo. “No debería haber peligro cuando se expone la verdad”, era lo que me preocupaba entretanto.

- ¿Estás bien? - le pregunté desde donde estaba.

- Sí; no me jodas – fue su repostada y se acuesta de nuevo.

La muralla que encierra el patio, una mole de ladrillos coronada con una espiral de alambre ferozmente erizada, se me antoja más cerca e invulnerable cuando el firmamento se abre de nuevo y el disco lunar surte de luz a todo lo que había quedado en completa penumbra. Por tal razón, otra vez, me ataca la sensación de claustrofobia que había logrado alejar al ver el horizonte. Y se precipitan a espolear mis adentros las ganas tan berracas de retroceder el tiempo y aceptar la propuesta de mis amigos de amanecer libando en la plaza. Pero también la inermidad, esa convicción martirizante de lo que pudo ser y no fue.

La araña, que ya ha invadido la celosía de la pequeña ventana con su frágil trampa, no tarda en recordarme también con una leve picadura cuán escasos son los límites de un preso, al rozarla con las manos de manera involuntaria obligándola a huir raudamente, como si lo hiciera del peor de los monstruos. Un bostezo espontáneo, de esos que le hacen espernancar la boca a uno, me hace retornar a la cama y hago un supremo esfuerzo por conciliar el sueño pero no hallo manera de lograrlo.

Indefenso, como las raíces de un árbol caído, sucumbo de nuevo al acoso de mis abejorros interiores y empiezo a retorcerme en el camastro, con tal intranquilidad que nadie dudaría en creer que yacía sobre ascuas. Abruptamente, a poco de amanecer la guardia de la prisión entra a la mazmorra y en corto tiempo me lleva hasta el palacio de la justicia. Al ingresar, el hombre que luce la toga negra, de tez blanquecina, magro, con un mostacho de grueso tamaño para sus delgados labios, y unos ojos grandes que no dejan de mirarme a través de unos espejuelos redondos, da la instrucción que me siente. Igual hace mi abogado, que ya se había apoltronado sin percatarse de que no copié su acción. Lo pienso, antes de hacerlo, pues había previsto permanecer en pie hasta culminar el tiempo que imagino para la defensa propia. A su lado un joven se sienta frente a la computadora y en voz alta y clara, luego, empieza a leer los folios que saca de la carpeta que traía en las manos, cuyo contenido no es otro que los términos del proceso. Y no le quito los ojos de encima hasta que acaba la lectura.

- ¿Tiene usted algo que agregar al respecto? – inquiere el togado después.

- Sí, señor juez – respondo, volviendo a mirarlo de frente. Yo estaba dormido; sentí la disputa en efecto, pero como al instante hubo silencio creí que no era nada o quizá sólo había sido el revoloteo de alguno de los pájaros de las jaulas que tengo colgadas en la sala. Por tanto, no supe lo que realmente había acaecido hasta luego del alba.

- ¿Y acerca del rastro de sangre hallado en el cercado de adentro de la casa tiene algo que decir? – indaga el prefecto.

- Es de pato – aclaro. El que sacrificamos para el sancocho con que celebramos el día del santo patrono. ¿Puede eso incriminarme?

Pero a cambio de la respuesta que aguardo, en forma sorpresiva, escucho el martillo del juez. Y enseguida veo que se levanta de su silla; desarruga la túnica con un movimiento indeterminado de los dedos de ambas manos, y sale de aquel recinto sumido en el más profundo mutismo.
- ¿No entiendo qué pasa? – le pregunto al agente de la seguridad mientras me conduce al furgón oficial en el cual me trajeron a la audiencia.

- Lo que le diga es mentira – me responde, seco.

Al subir a la camioneta hube de recordar que nada hay más lento que los pasos de la justicia y se lo menciono luego a Marcela, mi mujer, para tranquilizarla, pues no pudo aguantar el desasosiego al verme regresar a la reclusión y no a la casa, como era su más profundo anhelo. No se cuánto tiempo después, el hombre de leyes que me representa por lástima llega a la celda.

- ¿Ya puedo salir de aquí? – me apresuro a preguntarle.

- Hubo condena - responde de una vez.

- ¿No puede ser? – le reclamo ahí mismo.

- De todas formas voy a apelar – me promete, y se va.

Un frío congelante, como si me hubieran introducido de facto en un bloque de hielo puro, recorre al instante todo mi ser. Casi ad portas del síncope advierto que el jurisconsulto no puede correr el pestillo de la puerta de la celda, pero la honda crisis de la que hablo no permite que vaya en su auxilio y por el contrario tomo rumbo hacia el sombrío interior del lugar, como si huyera de la boca de un lobo indómito.
- Trate de no pensar en nada – sugiere el abogado, cuando logra superar el imprevisto problema. Es bueno para la salud.

- El dolor no se resuelve con el olvido ni con la compasión, sino con la justicia – le increpo, pero ya ha alcanzado el pasillo y no se si haya podido escucharme.

Marcela, llega al otro día. Ha traído a Samuelito, mi único hijo, que ya está grande y dentro de poco empieza la primaria. Y la entristecida vida que sobrellevo cambia sobremanera al estrecharlos entre mis brazos. Durante el lapso en que permanecen conmigo, memoro que hace mucho tiempo no veo los atardeceres de Coveñas, las luciérnagas vivaces que encienden las noches de agosto, y revivo la ilusión de volver a contemplar todo aquello tan pronto como salga de acá. La desventura no es más que un peldaño de la escalinata hacia la felicidad, le digo a Marcela para que no pierda la ilusión de volver a estar juntos.

Pero cuando se va, caigo en la cuenta de que ya han transcurrido más de once meses o quizá once años, no se, de estar apresado y nada que se hace debida justicia.

- ¡Que carajo! – prorrumpo, y decido tajantemente no alargar más mi estada allí. Pero cuando ya estoy por alcanzar la cúspide feroz de la empinada tapia que me separa de la calle, oigo el escopetazo.
- Maldita sea – grito, y enseguida me fui de bruces. Entonces comprendí que la osadía es igual de inútil que resistir.


Bogotá, D.C.


Texto agregado el 04-01-2010, y leído por 141 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
12-10-2010 5, excelente. patv2
15-01-2010 Qué tremendo, cautivador relato...!!!***** monet
 
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