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Inicio / Cuenteros Locales / fabro1320 / Un gesto más una tragedia

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Era un día de verano ni tan común ni tan silvestre. Venía viajando desde el sur hacia mi ciudad después de unas vacaciones tormentosas que no vale la pena detallar aquí, por lo menos por ahora. Sentado en el asiento del pasillo del bus tomé un libro y un paquete de galletas. De reojo me percaté de la presencia de un joven, no más de treinta años, sentado al lado mío mirando por la ventana. No recuerdo su aspecto físico. En el bus comenzaban a dar una película que amortiguaría las pesadas horas de viaje que aún nos quedaban a la mayor parte de los pasajeros. El tipo de quien les hablé sacó un par de audífonos de alguna parte. Tomó uno y el otro me lo ofreció a mí. Hay veces en las cuales respondo no sin siquiera quererlo, tal vez es la vergüenza de entablar conversaciones con gente ajena, no lo sé, pero le dije: no, gracias. Recuerdo que apenas le respondí, me arrepentí de inmediato. Quería escuchar la película y nada justificaba mi negativa. En ese momento pensé que los audífonos que me había ofrecido eran de él (mucho después sabría que todos los buses ofrecen ese servicio), así que para intentar remendar mi error (pensé que se podría haber molestado por mi negativa) le ofrecí galletas sin emitir palabra alguna, sólo con gesticulaciones un tanto torpes y nerviosas. Él no las aceptó.
No pasaron más de cinco minutos y la conversación empezó a fluir. Quizás la debe haber empezado él. No es que me sienta incapaz de entablar conversaciones con extraños, pero de seguro éste si fue el caso. Lo más probable es que los primeros intercambios de palabras hayan girado en torno al destino al cual cada uno se dirigía. La pequeñez de mi ciudad siempre me ha llevado a nombrar algún punto de referencia a quien me pregunte por mi hogar. Esta no fue la excepción. Voy a Valparaíso le respondí. Él asintió con la cabeza, esperando que yo le preguntara sobre su paradero. No tardé en preguntarle. Me respondió que se dirigía a Rancagua. Desde aquí en adelante todo es confuso. Perdónenme si les cuento todo en completo desorden, pero la memoria no es mi mejor aliada, menos cuando se trata de recordar anécdotas de viaje cinco años después de ocurridas.
Si mal no recuerdo él me empezó a hablar de las razones por las cuales viajaba a Rancagua. Yo escuchaba atento. Detuvieron a mi novia en la frontera con Argentina me dijo. Mis ojos deben haber reflejado lo pasmado que quedé en un instante. Supongo que las primeras preguntas que me hice a mi mismo deben haber sido algo así como: ¿Por qué me cuenta esto? ¿Por qué viaja si su novia esta detenida trescientos kilómetros al sur? En fin, lo único que le pregunté directamente fue sobre las razones que tuvieron para detenerla (o algo así). La acusan de evadir impuestos en su empresa me respondió. Yo seguía sin entender nada, y no dejaba de preguntarme hacia dónde me conduciría esta conversación. Pero preferí seguir escuchando, además no tenía otra opción, por lo menos un tanto educada.

Mis ojos seguían fijos en su cara, quizá esperando algún llanto que no tardaría en aparecer. Y no me equivoqué. No debieron pasar más de cinco minutos, en los cuales él detalló la situación actual de su pareja, para que sus ojos se humedecieran y las lágrimas se asomaran tímidamente. Yo seguía cada vez más atento la conversación, aunque por cierto, cada vez más sorprendido y con ganas de vez en cuando de detener la conversación o que el bus arribara rápidamente en Rancagua. Pero no fue así. Los minutos pasaban y la conversación (o el monólogo) fluía entre sollozos del joven y mis nervios internos que le pedían a gritos a mis oídos que se hicieran los sordos cuanto antes.
Las lágrimas se turnaban con pequeños momentos de nostálgica felicidad. Sus vacaciones, a pesar de haber terminado abruptamente y de la peor forma, habían sido maravillosas antes de lo ocurrido. Recuerdo que no tardó en sacar de su bolso la cámara fotográfica y comenzar a mostrarme las fotos que había podido sacar en conjunto con su novia. Felices momentos a juzgar por sus sonrisas pensé yo. Se deben amar bastante. Pero no tardaba en ponerse a llorar de nuevo producto de los recuerdos. Yo no sabía que hacer. No lo abrazaría, de eso estaba seguro completamente. Y las primeras preguntas me volvían a la cabeza… ¿por qué me lo cuenta a mí? Pero, a pesar de mis constantes cuestionamientos, él seguía contándome su historia, disculpándose de vez en cuando por su llanto, diciéndome que no sabía qué le pasaba. Y para mi asombro, también él se preguntaba por qué me lo contaba a mí. Sus cuestionamientos tampoco detuvieron el relato.
Mi novia nunca pudo asistir al juzgado cuando se lo pedían, ya que estuvo hospitalizada mucho tiempo debido a un hijo que perdimos, prosiguió él. Yo a esas alturas sólo me limitaba a escuchar y a sorprenderme cada vez más por lo ocurrido. Siempre hay alguien que está peor que uno decía mi padre, y ésta era la ocasión. Mi vida hasta ese momento, o para acotarlo aún más, mis vacaciones de ese año habían transcurrido de una manera casi normal. Ahora las peleas que había tenido con mi novia mientras estábamos de vacaciones en el sur, quedaban reducidas a nada en comparación a lo que mis oídos escuchaban camino a casa en aquel bus.
Él continuó contándome aquella triste historia, esforzándose por no llorar y tratando de justificar el actuar de su novia para que, quizás, yo no la considerara una delincuente o algo por el estilo. Para él su novia era inocente y había sido injustamente apresada, llevando consigo momentos gratos de vacaciones y alegrías que ahora se evaporaban camino a Rancagua. No puedo dejar de pensar en lo que debe haber sido su despedida. Llantos, sollozos, promesas, compromisos de no dejarla sola Si mal no recuerdo yo iba asintiendo con la cabeza y diciendo de vez en cuando que lo sentía enormemente (no con esas palabras, pero sí con la misma idea). Palabras que uno dice por una supuesta empatía, por cortesía, por apoyo, o que sé yo. De algo deben servir aquellas frases, aunque sea para acompañar a la persona en su dolor. Mientras él me hablaba yo intentaba imaginar a esa mujer detenida en un ingrato lugar… con rejas quizá. Se me hacía imposible a ratos poder empatizar con el dolor ajeno. Sentía impotencia por ser tan tímido y verme impedido de extender los brazos o dejar que aquel joven llorara en mi regazo. Nunca he sido una persona “muy de piel” como dice la gente y en esos momentos así lo sentía. Como dije, la historia continuó. Aquel joven viajaba a Rancagua a comunicarle a la madre de su pareja que había sido detenida en la frontera y de paso conseguir algún abogado para solucionar aquel problema. Él se veía bastante preocupado y la pena lo consumía poco a poco, y me lo hacía saber. No sé cómo le diré a mi suegra lo ocurrido me decía él. Ya ni sé que le contestaba yo.
Seguían pasando los minutos, las horas y la conversación parecía, a ratos, querer cambiar de tema, pero no demoraba en volver todo a su sufrimiento. Yo ya no aguantaba la situación, sin poder dar un consejo que le sirviera a aquel hombre a sobrellevar su dolor, me sentía inútil. Pero después pensé que él tan sólo quería conversar con alguien, sin escuchar consejos, sin ser juzgado, sin pretender solucionar su grave problema, tan sólo quería ser escuchado, tal como tantos hombres que deambulan por la ciudad, atragantados de dolor, sobrellevando una vida injusta e invadidos por el miedo al ridículo, al desamparo y a la incomprensión, y por qué no… a la mala interpretación.
A eso de las cuatro de la mañana el bus llegó a Rancagua. El tipo, cuyo nombre por más que intento recordar no puedo, se levantó de su asiento, me miró, me tendió la mano, yo se la estreché con fuerza, y deseándonos suerte mutuamente se bajó con su bolso que ya no sólo llevaba ropa. Sabía perfectamente que nunca más lo volvería a ver en mi vida, pero lo único que pedí en ese momento, no me pregunten a quién, fue que todo se solucionara de la mejor manera posible y que aquel hombre se volviera a encontrar con su amada… en Argentina, en Rancagua o en una gélida cárcel de algún lugar



Texto agregado el 04-01-2010, y leído por 197 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
04-01-2010 Ay veces que tan solo escuchar decimos demasiado yaichy
 
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