un chico llega a una casa fundida en la oscuridad y el silencio, son altas horas de la noche y carga dos pesadas maletas que deja caer extenuado en el vestíbulo de la casa.
a ciegas busca el interruptor de la luz mientras en su mano tintinean las llaves; tarda unos segundos, los suficientes para escuchar unos pasos crujiendo en la escalera y al iluminar el vestíbulo no observar nada mas que a la soledad a los ojos y con miedo.

Joven Daimiel que llega de la gran ciudad cae rendido en el sofá y cierra los ojos.
Pobre Daimiel, que poco entiende, nadie advierte, nadie escucha a los que susurran: no se debe despertar a una casa que duerme solitaria, pues los sueños de una casa solitaria despiertan con el ruido que producen los latidos desprevenidos.
Pobre Daimiel que muerto de cansancio cierra los ojos y aquella noche, y todas las noches desde entonces se cansó de morir.

Aquella primera noche Daimiel tan solo sufrió el silencio pensativo de los sueños de la casa, cerró los ojos en el momento mismo en que se dejó caer en ese sofá.

Daimiel temía a la soledad, la temía hasta ese punto en que intentas aparentar que no existe, así que Daimiel ignoraba a esa soledad oscura y pensativa que desprendían los sueños de la casa.
Había muchos sueños rondando la noche en la que Daimiel tubo la desgracia de despertarlos.

No hay nada peor que un sueño a medio soñar y nada mas solitario que un espacio abarrotado de gente indiferente.
Esa primera noche los sueños planeaban.
Esa primera noche Daimiel no soñó.