Los cansados pies del hombre se hundieron en el arenal.La espesa niebla envolvía todo y el amanecer estaba lejos.Un grito vino rebotando por la barranca hasta los oídos del exhausto peregrino.De los cerros altos del sur mansamente apareció el sol, que en toda su grandeza ahuyentó la neblina. Allá abajo,sobre el arenal, tumbado, yace un hombre que llora amargamente. Trae recuerdos, recuerdos amargos que lo invaden, sobre su madre, quen tiempo atrás abandonó y en cuyos brazos tanta desdicha calmó. Al mismo tiempo recuerda a su madrina que seguramente lo recibirá perdonandolo y todo cobrará un nuevo sabor y color.
El caminante se levanta y apenas sique su camino.Después de un largo trecho sin encontrar un poco de sombra para cobijarse, por fin llega al final de su andar. Descubre que abajo, donde la tierra les pertenecía, se oye tan sólo el ladrido de los perros. Éstos son los únicos sobrevivientes de un desenlace cruel.
De los ojos del hombre brotan lágrimas, que luego se convierten en ríos para lavar todo ese horror, todo el agravio,y la desgracia, causa de un cruel e inutil conflicto humano, una irrazonable guerra, en la que él también pereció.