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Me dejo caer sobre la cama, exhausto. Sólo alcancé a lavarme las manos para quitarme de ellas el hedor de la ciudad, luego tuve que tirarme allí, en medio de la oscuridad, sin más luz que la del salva pantallas en mi pc.
Antes pongo música, el soundtrack perfecto de una película aún no hecha. Me quito la polera, el cinturón y me quedo así tendido, con los ojos anclados al techo.
El día pasa por mi cabeza, como un montón de flashes, unidos entre sí, pero inconexos. Sonrío... El mundo es todo ella, es sus cantos, su luz. Desde las hojas benditas por la primera lluvia hasta el fondo marino bajo el cielo, en donde todos somos peces abisales y vemos pasar el vientre de las orcas, muy alto por sobre nuestras cabezas.
Decido que la amo y amarla es una odisea, una tragedia y un holocausto. Me he enamorado de su rostro de niña y del millón de mujeres tras sus ojos, mujeres medio lobas, medio aviones estrellados. Entonces doy gracias mil veces en silencio por ser yo y por haber estado en el lugar preciso, en el momento indicado. Pensando en ella me deslizo en el sueño, mientras en mis oídos se cuela la melodía astral teñida de sol de un bossa nova. Sueño con ella a medio camino entre el REM y la conciencia. Recuerdo el momento exacto de nuestra despedida, hace un rato. Ella en medio de la calle, como un destello de luna, pálida, enviándome besos de aire con sus manitos verdosas, y la micro partiendo, alejándome, convirtiéndola en un punto distante y pequeño, como una lejana estrella.
Un ruido entonces me saca de la somnolencia. Abro los ojos atontado, pestañeo varias veces...no distingo bien en la oscuridad. Siento un perfume familiar, una presencia. Me incorporo, abro la boca para gritar "quién anda ahí" cuando la veo, parada como una estatua de mármol, con la espalda pegada a la puerta. Sonrío enternecido de que me siguiera a casa, feliz, como si hubiesen derramado bálsamo en mi corazón, la llamo por su nombre, la llamo hacia mí y ella obedece y se acerca, ágil, con pasitos de algodón. Su rostro está mas blanco que nunca y su cabello brilla con el color del fuego, cobre al rojo vivo. Se sienta en mi cama sin peso, me sonríe con descoloridos labios de hielo.
Le pregunto que cómo ha venido, que quién la ha dejado entrar, le digo que está hermosa, que la amo.Las palabras se me atropellan en la boca, no puedo articularlas todas. Ella sigue sonriendo... "tenía que venir" susurra con suavidad, con los ojos, como si no moviera los labios. Su rostro de alabastro brilla, como un salar bajo la luna llena, con todas las luces del mundo.Trato de acariciarla y no puedo alcanzarla, se escurre de mis brazos como viento, como humo, como agua. Se arrima a mí, muy cerca, me mira dentro, en los ojos ...."oscar... creo que crucé mal la calle" es lo que dice con las mejillas llenas de sonrisas mientras una gota resbala por su frente y comienza a caer, tan lento, como si le tomara una eternidad. Eternidad que se termina, cuando se estrella, dejando una isla rojo brillante sobre mis manos.

Texto agregado el 04-12-2009, y leído por 236 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
19-12-2009 Un buen cuento. Muy bueno. firpo
04-12-2009 Buen relato!! mauro22
 
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