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No hay manera. No fue posible; ni lo será, es demasiado tarde. Y el sueño me está sumergiendo en aguas más bien turbias y suculentas.
No es que esté tranquilo -la calma es algo que no concibo; al menos no desde que un puñal en la espalda me despertó el dolor de la estacada- pero sencillamente no puedo, ya no soy capaz de devolverle –con un corte sutil, rapaz y fatal en el cuello- el puñal a su legítimo dueño.
Hace frío. El invierno infiltra toda su crueldad en esta casa vieja y destartalada; y sin calefacción no hay más remedio que recurrir a la frazada, no queda más que acostarse vestido e implorar por el temporal olvido que trae la almohada.
El frío me perturba, me encrespa la piel, me aísla en un mismo cascarón desolado. Ahora todo es tiempo y es pasado. Me entristece el invierno, me desarma. El recuerdo que es refugio, artificio paraíso, se torna pronto callejón sin salida, abismo, pozo sin fondo, aljibe lleno de barro que devuelve mi reflejo empantanado. Y es horrible. Verse así, miserable en medio de la noche, mendigo sin manos, en medio de un desierto lleno de langostas.
Las pesadillas recurrentes se me alargan a la vigilia, y ya la invasión de insectos, y ya el ahogo en remolino insoportable, y ya la deformación de la voz en grito estremecedor se hace carne, y entonces me veo en el espejo, como surgiendo de un espacio vacío, de una ausencia, de un infierno bajo cero. Y titilando me envuelvo en la frazada y me tiro nuevamente sobre la cama.
Si alguien me viera ahora pensaría con seguridad que he enloquecido, que no tengo solución, que estoy perdido. Puede que esté en lo cierto. La verdad es que desde hace días vivo en el mayor de los tormentos, la gran traición, el desconsuelo del pasado irrepetible. Así fue que una noche de estas, recorriendo –infatigablemente recorriendo- el sendero del recuerdo, llegué al encuentro de mí mismo en plena despedida –sólo que entonces no podía saberla- definitiva. El adiós póstumo, ese hermoso beso, te amo por siempre, amor. Y en seguida enterarse que se había ido con otro, al extranjero, y que la vida le sonreía de oreja a oreja.
Ahí el golpe, otra vez el golpe, la caída, el puñal a media espalda. Pero ya no –me decía- ahora es mi turno, saldré a vivir, el mundo afuera me espera lleno de aventuras, a cada paso una nueva historia se asoma para seguirla. Basta ya. Mi venganza será ésta: seguir viviendo como si nada ha pasado. Eterno resplandor de una mente sin recuerdos.
Ay, pero el frío, el crudo invierno, la casa destartalada, la piel en llaga congelada, la cama vacía. Soy mi propio mártir, y el verdugo. No hay manera.
La venganza prematura cuesta.
Bien que lo intenté, fracasadamente, es cierto; mas no será de cobarde que se me tache. No es fácil devolver el golpe a un fantasma.
Ahora el sueño me llama desde las tinieblas. Y yo lo sigo.

Texto agregado el 25-11-2009, y leído por 143 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
25-11-2009 Muy pero muy buen relato, bici, es casi el prólogo de algo. Beso. Jeve. Jeve_et_Ruma
 
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