Era un idilio de esos que merecen homenajearse, ya sea en un sutil poema o en una producción cinematográfica. Esa indivisibilidad tan sustantiva de esta pareja, no permitía imaginar otro final que uno que acabaría por unirlos de la manera más romántica, al son de campanas al viento, champan y luna de miel.

Pero, así como el cristal más fino puede trisarse y las nieves eternas pueden transformarse en un asunto temporal, un desengaño filoso rasgó sus almas y lo indivisible se trastrocó en dos seres destrozados.

Ellos, contemporáneos en el arte de la comunicación, se deshacían en halagos, el uno al otro, y melosas misivas y mensajes al ciberespacio, refrendaban esta pasión. Y del mismo modo que la gente común se desahoga escribiendo comentarios banales o decididamente estultos, los amantes, una vez deshecho el romance, comenzaron a arrojarse encendidas diatribas, palabrotas embozadas tras un lenguaje menos trivial, pero que hería tanto o más que un insulto.

Como cada uno estaba dispuesto a no desfallecer en esta contienda ciberespacial, fueron siendo cronistas apasionados del devenir de sus existencias. Primero fue ella la que encontró un nuevo amante, al cual ensalzaba día a día con un discurso encendidísimo, en el cual se adivinaba la saña hacia su ex. Y se sucedían los poemas y las frases más sublimes para aquel que ahora sucedía a su primer amor.

Esta palabrería cursilona y almibarada, hería en grado sumo al desplazado romeo, cada frase apasionada se incrustaba en su pecho como una daga y así, desangrándose de pena e ira a la vez, se derrumbaba en su lecho y comenzaba a tejer letanías melancólicas.

Mas, el néctar sanatorio apareció a su vez en la vida del despechado. Una grácil fémina ocupó el lugar de la otra y para ella fueron, desde entonces, todos los halagos y promesas. Los poemas y las frases laudatorias volaron por la carretera ciberespacial y llegaron a la Julieta de esta era. Ella, enfurecida, acaso porque jamás imaginó que otra se apropiaría de los latidos de su ex amante, humillada en su amor propio, redobló sus alabanzas hacia el amante actual.

Y así, mientras más encendidas y sublimes eran las palabras para el amante de turno, más mortíferas y dolorosas lo eran para sus respectivos corazones. Era evidente que ambos no se habían olvidado y que el amor aún permanecía vivo e hiriente en cada uno.

Y surgió la guerra más encarnizada, sin epítetos ni insultos, sino con la retórica acaramelada hacia sus respectivos nuevos amores. Cada “te amo con toda la pasión de mi corazón” era un dardo envenenado que buscaba el centro cardiaco del oponente. Y éste, embebido en su propia sangre, arrojaba un ramo de rosas rojas que se incrustaban en el pecho del rival.

Los amantes de turno, ajenos a esta furiosa contienda, recibían lo que era para ellos la presea de una pasión que crecía día a día. Y del mismo modo, correspondían, sin imaginar ni recónditamente que sólo eran las excusas de dos corazones desolados.

Por mucho tiempo prosiguió esta batalla de verbo florido, única acaso en el ámbito bélico, hasta que un buen día, cada uno dejó a su amante y cesó de inmediato, casi por arte de magia, el fuego cruzado.

Familiares y amigos, aguardan expectantes. Les agradaría verlos de nuevo reunidos. Pero fue demasiado el tiempo invertido en flagelarse, humillarse el uno al otro, destrozar con crueldad suma aquello que era sublime y que terminó separándolos. ¿Hasta hoy? ¿hasta mañana? ¿acaso para siempre?..