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“Frente a un niño moribundo, La Náusea carece de peso”. Leí esta frase en un prestigioso diario de Buenos Aires (La Nación), en la sección cultural, allá por los comienzos de los 80, insertada en un artículo sobre Jean Paul Sartre, firmado por Pierre de Boisdeffre.

La tuve siempre presente, ya que cuando la leí, me sacudió con especial intensidad. E invariablemente, una sensación de irreprimible náusea me acomete al cavilar sobre ella. Nunca me sentí tan violentamente perturbado por una frase. En su momento, quise creer que la expresión había sido mal traducida, que el autor “en una oportunidad”, frente a un niño moribundo, “había descubierto” que su novela denominada La Náusea carecía de peso. Pero en los párrafos previos hablaba de que “ya no creía en su obra. Incluso había dejado de creer en la literatura”. Y luego, el ejemplo mencionado. Sí, la frase había sido construida con todo cuidado, con toda frialdad.

Frente a un niño moribundo, todo carece de peso, o mutatis mutandi, nada tiene importancia. Porque ante la agonía de un niño, lo único aceptable es intentar revertirla, hacerla mínimamente tolerable, o guardar un respetuoso silencio.

Se puede pretender justificar la frase arguyendo que era “una manera de decir las cosas”, que se quiso expresar una “alegoría”, que en definitiva no debía ser tomada al pie de la letra. Pero ni siquiera así resulta tolerable. Dicho de una vez: Un niño moribundo no admite ser utilizado. Es tan doloroso y frustrante, que sólo acepta frente a él una actitud de absoluto respeto. Es incomparable; su carga golpea con tal fuerza que anonada, y en ocasiones aniquila. Quien lo ha experimentado en carne propia, lo sabe muy bien. Y se rebela justificadamente ante la irrespetuosidad que implica esa afirmación atribuida nada menos que a un premio Nobel de literatura; aseveración que constituye un agravio para toda la clase menuda, primordialmente para quienes ya han muerto sin haber tenido la oportunidad de discurrir acerca del sentido de la vida, como lo ha hecho hasta la náusea el renombrado autor, y para aquellos que, conociendo su destino inmediato, deben afrontar inevitablemente esa experiencia que a la mayoría de los adultos llega a estremecer de angustia y temor.

Sin querer dramatizar los hechos, las cosas en su sitio: A los niños con enfermedad grave o trauma terminal: ¡En paz, por favor!

Y para finalizar con el tema, alguien podría refutar la sentencia indicando que no se precisa de un niño moribundo para quitarle importancia o peso a esa novela. Bastaría con suprimir de la frase la palabreja moribundo, para poner las cosas en su justo punto.


Alberto Campos Carlés -médico pediatra (1980)
















Texto agregado el 11-06-2004, y leído por 1788 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
11-06-2004 Excelente. Es mejor filosofar de uno mismo, ¿verdad?. maravillas
11-06-2004 Ante todo, mi respeto por este artículo suyo escrito con gran calidad literaria. Aunque la frase haya sido dicha a principios de los 80, aún hoy, a tanto tiempo transcurrido, asusta y espanta comprobar con qué ligereza se habla y se dice de temas tan graves como los que afectan, en este caso, a muchos niños. Un abrazo shou
 
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