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Observa al Señor acercarse a la barca de los discípulos. Están resignados, trataron de pescar toda la noche. Y ahora lavan las redes en silencio. Solo molestas algas y basura de mar son el saldo de una noche de fracaso.
«Vamos a pescar», propone el Maestro.
Ahora detente por un momento en la expresión de los apóstoles. Observa a Pedro. Está literalmente desencajado, molesto.
«Tú dedícate a levantar muertos, y nosotros a pescar», piensa el hombre de Capernaúm.
Pero no mires a Pedro como a un mal educado. La propuesta es descabellada. Ya lo intentaron toda la noche. No unas horas, sino t0000000da la noche.
Una cosa es hacerle una propuesta así a quien aun no lo intentó, pero no a quienes ya hicieron todo lo que se suponía que se podía hacer.
¿Pasaste por eso alguna vez?, claro que sí.
Recuerdas la mañana en la que desconectaste la línea telefónica para que no te llamaran los acreedores. Esperabas el milagro temprano, después de una larga vigilia, pero como nada sucedió, decidiste que lo mejor era quedar incomunicado.
Vuelve a la febril y extensa noche en que te la pasaste colocando un pañuelo helado sobre la frente de tu niño. Toda la noche. Hora tras hora, hasta el amanecer. ¿Puedes recordar cómo te sentías cuando los primeros rayos de sol invadían tu ventana sin darte tregua a un merecido descanso?
¿O aquella vez que regresaste con las manos vacías luego de haber buscado empleo todo el día?, estabas descorazonado, profundamente angustiado. La noche anterior tenías esperanzas, pero después de haberlo intentado todo, solo quedó la desazón.
El gusto amargo, la red vacía de peces y repleta de basura de mar.
Diste lo mejor en el examen, pero te reprobaron.
Trabajaste duro, pero al cliente no le gustó y prefirió la competencia.
Preparaste tu mejor sermón y la gente no lo valoró.
Oraste toda la noche y, a la mañana siguiente, el enfermo empeoró.
Enviaste un currículum excelente, y lo colocaron debajo de un montón de papeles.

Y ahora aparece el Señor en la amarga playa de tu vida y te propone volver a intentarlo.
«Echa la red», dice.
«Parece que no estás enterado de la noche que acabo de pasar. Estoy agotado, me siento muy cansado. Necesito dormir un poco, una siesta reparadora tal vez, pero no pescar».
A ver si nos entendemos, no está hablando con un vago, todo, es todo.
Pero el Señor insiste. Él quiere que comiences cuando los demás abandonan. Quiere quitarte la mentalidad de montón.

Desea que burles a la guardia soviética; que neutralices al francotirador del rascacielos. Quiere que seas único.
Que mañana salgas a buscar ese empleo, otra vez.
Que te prepares para el examen como si nunca antes lo hubieses rendido.
Que pases otra noche de fiebre, sabiendo que podría ser la última.
Que enfrentes, de nuevo, a tus acreedores y les pidas otro plazo.
Que tires la red, por enésima vez.
Recuerda, otro round puede marcar la diferencia.
Pedro medita un momento y se da cuenta de la ventaja.

Esta vez, el Maestro estará en la barca. Es como jugar un mundial de fútbol con el árbitro a tu favor. Y entonces, pronuncia la frase. Son las palabras de los que hacen la segunda milla. Es la declaración de los condenados al éxito:

«Mas en tu palabra, echaré la red».
Los peces perciben quién está en la barca y deciden que es mejor morir en la red del Creador antes que vivir sin tener el honor de conocerlo. Y ahora, la red explota de peces.
Alguien lo intentó cuando los recursos estaban agotados.
Alguien más comenzó mientras otros lavaban redes.

Cada vez que debía salir a pescar; que debía dejar a los míos y dirigirme aguas adentro, sabia que no siempre mi regreso sería exitoso, que las menos veces el esfuerzo sería suficiente, pero aún así seguía la esperanza dentro de mi corazón.
Aquella mañana el cansancio acumulado de una larga noche se podía ver reflejado en mis ojos; en un rostro demacrado que se resignaba en silencio a lavar redes de la basura y algas marinas.
Me molesta esa sensación de resignación cuando veo que el fracaso no depende de mí, que no está en mis manos detenerlo; sencillamente no puedo ordenar a los peces que vengan o vayan a un determinado lugar.
Y ahora, sencillamente acabamos agachando el rostro y recibiendo las miradas piadosas de los demás como si esto fuese un show.

Un rato atrás apareció Jesús en el lugar, al menos El acapara todas esas miradas que originalmente eran hacia nosotros, hacia la mirada lastimera de quienes volvieron de una pesca un tanto, digamos que “poco exitosa”.
Se subió a una de las barcas para hablarle a la gente. Es genial escucharlo hablar. Como si el mundo se detuviera y por un momento pudiésemos olvidar lo que se nos avecindaba ante un fracaso pesquero. Es un “no sé qué” que encanta a todos… Esa magia que atrae a aquel que se proponga escucharlo.
Quizás sea por eso que me pidió alejar un poco la barca de la orilla para hablarles, sino aquellos deseosos de escucharlo habrían saltado hacia nuestra barca…
¡Ese sí hubiese sido un problema; la guinda de la torta para coronar el día!
Sin pesca, sin barca e intentando rescatar a Jesús del lago!
Aunque pensándolo bien, El puede caminar sobre el agua… (meditando)

¿Cuánto tiempo habría pasado?
Jesús había terminado de enseñar, bajaba de la barca y se dirigía a nosotros, “dichosos” lavando nuestras redes aún; quizás en cierta forma evitábamos llegar a nuestros hogares con las manos vacías… Aún recuerdo exactas sus palabras:
“Lleva la barca a la parte honda del lago, y echen allí sus redes, para pescar”

Tantas cosas que quise decir en ese momento, no saben cuantas!!
No había vivido jamás un silencio más largo que aquel antes de responderle.
Miré sus ojos, quería que viera a través de ellos el cansancio, la desesperanza que había en mí.
El sueño se había llevado cualquier nuevo intento de un cochayuyo siquiera!
No había sido una sola vez que tiramos la red, ni siquiera fueron 2, fue toooooda la noche en un angustioso trabajo que no dio ni siquiera un pez payaso, estilo Nemo de recompensa.
No pueden decirme que no lo intentamos porque lo hicimos una y otra vez.

Después de mi cara de descontento, giré mi rostro, temía que notase lo que pensaba. Era el maestro y yo no era quien para pensarlo ingenuo.
Pero Él: predicador, profesor, docto de las escrituras ¿me venia a MI a enseñar a pescar?
No no no, eso es imposible, “tú dedícate a levantar muertos y nosotros continuamos con nuestro trabajo de lanzar la red… Y si sacamos o no sacamos nada, es asunto nuestro!”
Bueno, lo reconozco, no se lo dije…
En su lugar, y pese a mi carácter que ya deben haber denotado, pensé un poco mejor las palabras que podía decirle:
“Maestro, hemos estado trabajando duro toda la noche y no hemos pescado nada”

Si, lo sé.. Quizás es descabellado responderle eso. Pero qué mas podía decir!
Era la verdad. Comprendería sus palabras si no me hubiese esforzado lo suficiente, si quizás hubiese salido tarde a trabajar, pero no.. . Pasé toda la noche arriba de la barca y ahí estábamos: lavando redes sin haber pescado nada!!

No sé a cuantos de ustedes les ha pasado.
Aquella ves por ejemplo cuando tuviste que cerrar la ventana para evitar que lleguen las palomas mensajeras con todas las deudas que aún no podías pagar.
O quizás aquella ves que pasaste toda la noche al lado de la cama de tu pequeña hija intentando bajarle siquiera un poquito la fiebre, que no daba tregua. Y aún a la mañana siguiente, al despertar, ver que todo sigue igual.
Tal vez cuando regresaste con las manos vacías después de un día entero buscando trabajo.
O cuando pretendías que orando por un el enfermo sanara, pero en su lugar empeoró.

Fue TO-DA la noche…
Es como si no se hubiese enterado de la noticia que todos tenían en boga. Como muy pocas veces “Navieras Sn Pedro” volvía sin nada; con las manos vacías… Estoy agotado, me siento muy cansado. Necesito dormir un poco antes de siquiera pensar en volver. Una siestecita y quizás luego pueda responder de otra manera.

Lo que yo no sabía era que Jesús conocía lo que pensaba decirle. Así que en vista de las circunstancias, preferí callar.. Mejor meditar un poco antes de decir otra palabra más…
Mal que mal era Jesús quien me lo estaba diciendo, quien me estaba mandando a ese nefasto lago por segunda vez.
Ya fracasé una vez. ¿Qué podría hacer esta ocasión diferente, salvo que será de día o que será una segunda vez? Seguro, el Maestro vendría con nosotros, pero que dif…(se interrumpe con sorpresa).
El Maestro. El mismo que ya caminó en el agua.
Si, seguro que suena insólito. Es de esas cosas que te dicen nunca suceden. Pero yo estuve allí.
Es como si alguien te dijera que Jesús resucitó muertos.
No se supone que deba ocurrir. Pero ocurrió.
Ahora que lo pienso, el maestro tiene la rara costumbre de hacer cosas que nadie más hace.
Tal como ayudarnos a salir a pescar por segunda vez.
¿Quién sabe? Tanto ha hecho. ¿Qué impide que nos ayude ahora? De hecho, es muy probable que nos ayude. Si no, ¿Por qué nos estaría enviando? Es el, el que caminó sobre el agua, el que levanta muertos y hace milagros, el más sabio hombre que he visto, el único que ha prestado atención a pescadores, prostitutas y publicanos, el, que ha buscado a los pobres y abandonados…
Es Él quien nos manda por segunda vez.
Si el lo dice, ha de ser. Su palabra es un hecho, porque todo lo que el promete lo cumple.
Y creo que no me queda nada más que decir salvo
«Mas en tu palabra, echaré la red».

Texto agregado el 30-10-2009, y leído por 99 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
25-02-2010 No debemos darnos por vencido hay que intentarlo muchas veces, eso se llama pasiencia e insistencia, como lo hizo el Señor, hermosa tu metáfora, tiene tantos significados en tan maravilloso texto, y gracias por tu invitación eres magnifico, un beso y miles********** jhoa55
 
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