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Había una vez, un Cinco y un Diez. Cinco era una moneda pequeñita, poco más grande que su amiguita Uno. Hecha de una aleación de metales, Cinco lucía espléndida con su brillo natural. Desde algún tiempo vivía en un frasco transparente que era usado a modo de alcancía. Este frasco estaba puesto sobre un cajón, el cual servía para poner la lámpara al lado de la cama; para tapar la madera, había un zurcido paño blanco, con las orillas tejidas a crochet.
En esa casa vivía Felipe junto a su madre.
Un día, el niño llegó muy feliz porque se había encontrado un billete tirado en la calle, muy cerca de su hogar.
Felipe sólo podía pensar en qué podría comprarle a su madre con ese dinero.
Creo que será mejor que ahorre un poco más para así poder comprarle algo más lindo.-Pensó, alegre.-
Tomó el envase, se sentó sobre la cama y vació el contenido.
¡Qué poco tengo!- se dijo, triste.-
¡Ya sé!, le preguntaré al señor de la panadería si le ayudo en algo, así juntaré más dinero.
Ya estaba obscureciendo, por lo que el niño encendió una vela para iluminarse mejor. Buscó algo donde afirmar la lumbre pero no encontró, por lo que decidió ponerla en la tapa del frasco donde tenía sus ahorros.
Volvió a meter las monedas y el billete dentro del recipiente transparente y las puso nuevamente en el cajón, junto a la tapa, que esta vez servía para contener la cera derretida, que al calor de la llama caía lentamente cual lágrima, solidificada por el frío ambiente invernal.
En esa fría semipenumbra se conocieron el billete, su valor era de nada menos que Diez pesos, con Cinco. Él, arrogante, por saber su valer, despreciaba a todo aquel que considerara su inferior; no fue raro que al verse dentro del mismo lugar junto a un ser tan ínfimo como nuestro amigo Cinco, pusiera el grito en el cielo.
¡No lo permito! ¡Exijo que me saquen de aquí! ¿Cómo me pueden guardar contigo que vales tan poco?- Gritaba furioso.-
¡Yo merezco estar en la cartera de algún señor, el que guarda varios de mis hermanos y los lleva a las mejores tiendas y los deja allí a cambio de algún objeto valioso o alguna joya; eso es lo que yo merezco, no este lugar que comparto con esta miserable moneda.
Herida en sus más hondos sentimientos, Cinco ya no sentía que lucía tan espléndida con su brillo metálico. Se miraba y lo que antes la hacía sentir orgullosa, ahora la avergonzaba. Su forma octogonal, pensó, talvez era una falla; el señor estampado en uno de sus lados, pensó que posiblemente era algún asesino muy buscado y el número cinco que tenía al reverso, era para que todos supieran que valía muy poco. Cada vez más abrumada y angustiada, cinco se sentía menos que nada.
Hasta que se dio cuenta donde estaba; recordó que una señora entró a una panadería y pidió pan, leche y huevos, luego metió la mano a su bolsillo. Ahí la sacó a ella y la ocupó para pagar los alimentos. Luego, el señor de la tienda volvió a sacarla de la caja registradora y se la entregó a Felipe porque él le había ayudado con los mandados. Así había llegado a ese humilde hogar y estaba cómoda en el frasco, esperando que el niño decidiera en qué gastarlo para continuar con su trabajo; que era el de ser cambiado por artículos de primera necesidad, pasaje en autobús, comida y hasta limosnas.
¡Basta Diez! ¡Ya sé que vales más que yo, eso no lo puedo negar, pero también sé que siempre estaré al alcance de quién me necesite y tú no siempre. Estoy hecho de metal, por lo que me hace más resistente al agua, al fuego e incluso sé que soy legítimo.
Tú sólo eres de papel; es cierto que cada vez te hacen más resistente, al agua por lo menos, pero el fuego te destruye y si hay manos malvadas, incluso te hacen mil pedazos. Eres tan bello y valioso que algunos te copian y engañan a las personas, haciéndoles creer que te tienen.- Cinco hablaba con tristeza, pero también con orgullo.-
Diez, lo miraba con desprecio y una sonrisa un tanto burlona. No quería oír lo que este ser de lata le decía.
Golpearon la puerta y Felipe fue corriendo a abrir, sin darse cuenta que al pasar, había volcado la vela. Comenzó a encenderse el paño blanco, la pieza se iluminaba más y más con la llama bailoteando, siniestra en la penumbra.
Cinco y Diez miraron asustados el fuego que consumía lentamente el paño sobre el que estaba depositado el frasco.
En ese instante, el billete comenzó a meditar las palabras dichas por la moneda. Sabía que el vidrio era un material frágil y que si le llegaba el calor, el envase estallaría y él quedaría a merced de las llamas, que, en segundos se harían cargo de él, consumiéndolo.
El pánico se apoderó de Diez. Sin embargo, Cinco era una moneda noble, incapaz de sentir rencor; se encargó de tranquilizarlo.
¡No te preocupes amigo!, seguro que el niño verá que se está quemando el cuarto y te salvará, porque vales mucho. Si no me rescata no importa; soporto bastante el calor y sé que no me fundiré.
Felipe se asustó mucho cuando vio el cuarto en llamas. Si no actuaba rápidamente, podrían perderlo todo y quedar sin hogar.
Corrió a buscar agua, regresó con una cubeta y lanzó todo el contenido en dirección al fuego, mojando todo, incluso a Cinco y Diez.
¡Gracias Cinco!, decía, mojado, riendo y feliz, Diez. Me has demostrado, que aunque vales poco, eres mucho más valioso que yo.

Texto agregado el 10-10-2009, y leído por 133 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
13-10-2009 Manejas con soltura y ternura tu cuento. Me ha gustado. Saludos. Jazzista
11-10-2009 Un lindo cuento,que deja un mensaje de humildad. Me gustó :) fulana
10-10-2009 Hasta monedas y pesos se discriminan.Es entretenido. almalen2005
10-10-2009 es muy infantil... 1* Rumov
 
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