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Inicio / Cuenteros Locales / Sofiama / INOCENCIA Y RENZO EL PIRATA

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Todas las edificaciones importantes de nuestro barrio estaban situadas cerca del puerto, y nuestra universidad, que para ese entonces era muy pequeña, constituía una de esas obras importantes del sitio. Un día, estando en clases, vimos cuando un barco gigantesco de color blanco y azul arribó a nuestro lago; tenía un nombre pintado con letras verdes que se leía desde la distancia: “El Pirata”. Había bastante viento y desde nuestra Facultad observábamos cómo la nave garreaba, lo cual indicaba que había perdido su ancla por la acción del fuerte viento y de la corriente.

Era casi la hora de salida de clase y cuando ésta llegó a su fin, corrimos hasta el muelle atraídos por aquel inmenso buque que batallaba buscando el equilibrio. Finalmente, la embarcación se alejó un poco más de donde intentaba anclar y, afortunadamente, parece que el capitán del barco eligió el tendero apropiado para fondearlo ya que éste, aunque el viento y la corriente le eran adversos, comenzó a bornear.

Del inmenso barco comenzó a bajar la tripulación, y varias lanchas pequeñas que se encontraban en el lago, la trasportaba a la playa. Todos los presentes veíamos salir a unos hombres grandotes y preciosos. Aquello era un espectáculo muy recreativo para nosotras, muchachas todas jóvenes y soñadoras. La tripulación terminó de desembarcar, y nos marchamos.

Por las tardes, como era nuestra costumbre desde que crecimos, caminábamos por la orilla de nuestro lago y veíamos, de vez en cuando, a los hombres que habían venido en el buque. Supimos que éste provenía de Europa, pero que su tripulación la conformaba personas de diferentes nacionalidades. Hablábamos frecuentemente con algunos miembros de la tripulación, y se fue haciendo como una especie de relación un poco cercana entre ellos y nosotras. El barco permaneció en nuestro puerto dos meses. Durante ese tiempo, Inocencia se hizo muy amiga de uno de los jóvenes de la tripulación cuyo nombre era Renzo. Como Inocencia siempre manifestó su deseo de ser raptada por un pirata y Renzo había llegado en un barco que se llamaba “El Pirata”, terminamos bautizando al hombre como “Renzo el Pirata”; y así, lo llamábamos. Él, por su parte, sonreía ante nuestra ocurrencia y no le molestaba ser apodado de esa forma.

Cuando el buque zarpó, todas entristecimos, pero observamos melancolía en los ojos de Inocencia cuando se despidió de Renzo. Ella no comentó nada en ese momento, ni nosotras tampoco. Al día siguiente de haber partido el barco, nos sentamos a la orilla del lago a hablar de los hombres que se habían ido. Inocencia nos contó que Renzo le había dicho que volvería. En ese entonces, ya no éramos tan crédulos como cuando se es niño y adolescente, y cuando Inocencia nos informó que Renzo le había prometido que volvería, ni ella ni nosotras lo creíamos posible porque ya nuestras almas eran más selectivas y dudamos de la palabra de Renzo.

Afortunadamente, él no la defraudó. Al mes de haberse marchado, Inocencia recibió una carta de él; y así, cada mes. En ese tiempo, no había los avances tecnológicos de hoy día, y las cartas tardaban una eternidad en llegar. Sin embargo, estábamos acostumbrados a esa espera ya que habíamos vivido la experiencia de Inocencia con el Chileno en nuestra adolescencia. Transcurrieron dos años; al cabo de ese tiempo, Renzo vino a nuestro país, ya no en el barco, sino por avión. Explicó que su nave volvería a fondear nuestro lago tres meses después de su llegada, pero que él necesitaba ver a Inocencia.

Si bien ya no éramos ni niños ni adolescentes, revivimos aquella alegría experimentada cuando Inocencia se hizo novia del Chileno amado y esperábamos ansiosas por los relatos de Inocencia y su enamoramiento con Renzo el Pirata. Volvimos a ser adolescente por segunda vez, a pesar de que estudiábamos en la universidad y estábamos prestos a graduarnos, y a pesar de que nos preguntábamos sobre el futuro de nosotros, pero sobre todo por el de Inocencia porque veíamos que ella se había enamorado de su Pirata que vivía en otro país y no en nuestro barrio.

Un día, sin estar preparados para la noticia, Inocencia dijo que se iba con Renzo. Quedamos de una sola pieza. Una cosa era que compartiéramos el sentimiento de Inocencia hacía el Pirata, y otra que él se la llevara. Ante nuestro asombro, Inocencia nos explicó que se había enamorado de verdad y que partiría con él. No sabíamos bajo qué condiciones se iba, lo cierto era que se iba. Nos asustamos mucho con aquella información. Si algo no deseábamos era que alguno de nosotros se fuera. No obstante, Inocencia estaba decidida.

Quizás en nuestro afán por detenerla, le recordamos que ella siempre había dicho que nunca se casaría y que no formaría un familia como todo el mundo ya que según lo planificado por ella, se dedicaría a servir a la gente que la necesitara. Cuando inquirimos sobre este punto, exclamó.
-¿Y… quién dijo que me casaría? ¡Manifesté que me iría con Renzo porque lo amo!
Ahí, nos dejó helados.
-Me hubiese encantando seguir aquí en mi tierra, pero parece que me necesitan en otros lugares – añadió.

Con el alma en el suelo, veíamos cómo nuestra Inocencia se preparaba para su nueva aventura. ¡Oh… eso fue demasiado fuerte para nosotros, sus amigos que habíamos crecido y compartido tantas cosas junto a ella! De todas formas, entendimos que el destino nos pone a tomar decisiones de vida, para bien o para mal, sin que nos de tiempo a reaccionar.

A los tres meses, como había sido anunciado por Renzo, llegó el buque “El Pirata”. Nuestro lago, quizás en comunión con nuestros sentimientos, estaba inquieto. Volvimos a sentir como niños y anhelábamos con todas las fuerzas de nuestro ser que sucediera un milagro, y que el lago se embraveciera como hacen los mares, y que ese barco nunca pudiera fondear, pero el navío ancló en su tendero, al tiempo que nosotros sentíamos como si los ganchos de esa ancla se clavaban en nuestros corazones.

Llegó el día que no queríamos que llegara. Abordamos, junto a Inocencia, una lancha que nos llevó hasta el barco donde aguardaba por ella Renzo el Pirata quien, finalmente, había “raptado” a Inocencia. Lloramos, solamente comparado como cuando lo hicimos la vez que quemamos las cartas y los cassetes del Chileno y volvimos a abrazarnos como lo hicimos ese día.

Abordamos nuevamente la lancha que nos llevó hasta el buque y regresamos a la playa. Desde allí, vimos que el barco donde iba Inocencia se empequeñecía ante nuestros ojos, y su mano -diciendo adiós- se desaparecía en el horizonte. Ese día, comprendimos cuán doloroso es el vacío que queda en la distancia que se plasma entre el que se va y el que se queda.

Mensualmente recibíamos correspondencia de Inocencia. Varias cartas venían en un sobre grande: ella escribía una carta larga para todos sus amigos donde nos explicaba cada cosa que hacía, y unas misivas más pequeñas dirigidas en forma particular a cada uno de nosotros.

En la carta colectiva nos hablaba casi que al detalle de su vida con Renzo el Pirata. Definitivamente, comprendimos que, en verdad, ellos se amaban como Inocencia se merecía, pero sobre todo, nos enterábamos de todas las actividades que nuestra amiga realizaba en tierras tan extrañas y de nombres tan raros que nosotros jamos imaginamos que ella visitaría, ni que nosotros conoceríamos alguna vez. Nos enteramos de que Renzo el Pirata era un hombre con una sensibilidad social tan profunda como la de Inocencia. Él era médico y se dedicaba a ayudar gente de diferentes partes del mundo, no sólo desde el punto de vista médico, sino que brindaba su apoyo, utilizando su buque para transportar personal médico y enfermos.

Después de la partida de Inocencia, transcurrieron diez años. Un día, recibimos una carta de Renzo donde informaba que regresaba a nuestra tierra con Inocencia, ya para quedarse con nosotros. La misiva no explicaba nada más, y nosotros enloquecimos de felicidad al saber a Inocencia de vuelta a su hogar. Inocencia y Renzo regresaron por avión, al cabo de una semana después de esa carta. Nosotros, sus eternos amigos del barrio, fuimos al aeropuerto a recibirlos. Cuando ella desembarcó del avión, supimos que venía enferma: lucía desmejorada físicamente, pero de su rostro no había desaparecido ni su sonrisa franca ni la luz que siempre irradiaron aquellos ojos azabaches.

Corrimos a su encuentro, la abrazamos; no preguntamos nada, pero estábamos a la expectativa. La llevamos a su hogar materno. Allí, Renzo nos explicó que Inocencia tenía una enfermedad incurable. Cuando oímos esa noticia, quedamos paralizados como si un rayo nos hubiese fulminado. No podíamos creer que nuestra amiga estuviese muriendo, pero así era.

Unos días después de saber la noticia, unos sentimientos encontrados se apoderaron de nosotros: tristeza, desesperación, rabia contra Dios porque nos negamos a creer que Inocencia, precisamente ella, estuviese muriendo. En ese instante, renegábamos de Dios; pensábamos que era injusta la situación que vivía nuestra amiga. Estos comentarios lo hacíamos en voz alta porque era tanta la rabia que teníamos contra Dios que queríamos asegurarnos de que Él nos escuchara y que nos oyera muy bien para que no se confundiera y fuera a pensar que hablábamos mal de otra persona. Luego, nos dimos cuenta de que nuestras voces eran tan altas que hasta Inocencia oyó lo que decíamos. Ella nos llamó y nos dijo.
-¿Por qué se quejan? ¿Por qué reniegan de Dios? ¿Se les olvidó acaso aquel proverbio antiguo oriental que reza que nadie ha aprendido a vivir, sino ha aprendido a morir?

Inocencia siguió hablando sobre la muerte y señaló que, tal vez, ésta era la mayor bendición del ser humano porque ella había oído a gente de otras culturas decir que la muerte era la liberación del alma. Explicó que, según algunos principios filosóficos sobre los que ella tuvo la oportunidad de reflexionar, cuando la muerte llegaba, un caparazón que rodeaba al cuerpo físico se desprendía de éste y que el alma fluía como lo hacían las burbujas de jabón. Habló del apego que tenemos los humanos a las personas y a las cosas, y del dolor que nos producía, por ende, esas pérdidas. Señaló que si aprendiéramos a vivir el día a día, ganaríamos en sabiduría y en amor porque aprenderíamos a confiar en nosotros mismos. Reflexionó sobre la importancia de descubrir no qué éramos, sino quiénes éramos ya que, según esos principios filosóficos, cuando esto se aprende, se tiene consciencia de dónde venimos y hacía dónde vamos. Nos aconsejó que nos dedicáramos a la práctica espiritual según la creencia que cada uno profesaba y añadió que para ello no era necesario que acudiéramos a ningún templo físico, sino a nuestro templo interior; aseguró que el día que los actos de vida del humano fueran ejecutados con la libertad que el Ser nos otorgaba, ese día ya habríamos conseguido descansar en la armonía del corazón porque habríamos aprendido a conectarnos con la esencia más intima de nuestro ser. Luego, mirándonos con ternura infinita, agregó.
-Mi misión está cumplida, por lo tanto, parto en paz. La comprensión de mi muerte, por parte de ustedes, dependerá de los valores espirituales de cada uno. Su sonrisa iluminada parecía sellar sus palabras, nos miró uno a uno y agregó de forma enfática:
- Cuando me extrañen, apóyense en los buenos recuerdos.

Después de haberla escuchado, lloramos mucho, pero también sentimos un alivio infinito. Parecía mentira, pero ella estaba muriendo y, sin embargo, nos había reconfortado como siempre lo hizo en los momentos difíciles de nuestras vidas. Sus palabras lograron armonizar nuestros corazones para que volviera a conectarse con el Ser, como dijo Inocencia. Unas horas después, expiró. Comprendimos, después de reflexionar sobre sus palabras, que una persona como ella tenía que vivir en otras dimensiones donde quizás fuera más feliz.

A Inocencia la cremamos porque así lo quiso. A ella la desesperaba ver que la gente era metida bajo tierra cuando moría. Siempre le pareció un espectáculo grotesco ese ritual y, por eso, pidió ser cremada. Tuvimos que llevarla hasta la capital de nuestro país porque en nuestra ciudad no había crematorios. Ese día, la acompañamos sus familiares, sus amigos de siempre, inclusive su amigo Pablo a quien ella consideró como su hermano y que vino desde su país natal, sólo para estar con ella. Renzo el Pirata, por su parte, lloró como nadie; nosotros, en nuestro dolor, tratábamos de repetirle lo que Inocencia nos enseñó antes de morir.

Cuando llevábamos la caja que transportaba el cuerpo de Inocencia al crematorio, me aparté del grupo, me acerqué a Pablo y le pregunté.
- ¿Tú crees que nos ve?
- ¡Definitivamente! - Respondió él.
Lo volví a mirar y lo interrogué de nuevo.
- ¿Qué crees que estará pasando en la otra dimensión?
A esta pregunta, Pablo hizo lo que siempre Inocencia dijo que él hacía cuando se le hablaba de algo: se transportó mentalmente a otro lugar, yo imagino que a la cuarta dimensión. Me miró sonreído, y pude ver en sus ojos lo que Inocencia hubiera llamado un cuento mágico. Pablo me habló al oído y dijo.
- Están revoloteando alrededor de ella los espíritus de las mariposas que ustedes mataron y que ella quiso salvar. Ellas van cargando su alma. Están las almas de los niños de los barrios pobres que se han despedido de esta dimensión, y a quienes ella les contaba sus historias mágicas; y están, también, las almas de los viejitos que ella cuidaba en el asilo de ancianos. Los niños y los ancianitos marcan el paso por donde debe pasar el alma de Inocencia -decía Pablo susurrando. Está su padre físico y su padre espiritual iluminando el camino que ella debe recorrer.

Después de la cremación, todos los amigos de Inocencia regresamos con sus cenizas a nuestra ciudad, pero no la esparcimos en el lago de inmediato, como ella pidió, porque esperábamos que llegaran los familiares de Renzo para la despedida de nuestra amiga. Renzo permaneció con nosotros como si él hubiese formado parte de la pandilla del barrio toda la vida. En las tardes se sentaba, junto a nosotros, en las bancas que estaban frente a nuestro lago. Su mirada perdida en el horizonte, como si no tuviera vida.

Cuando nos sentábamos frente al lago a contemplarlo, éste se quedaba en silencio. Las olas se aquietaban respetando nuestro dolor; y en el silencio reinante, sólo se escuchaba un rugido de dolor que salía del pecho de Renzo. Ese dolor se trasmutaba en lágrimas que bañaban su rostro. Nosotros sentíamos que esas lágrimas remontaban el azul del cielo que protegía a nuestro lago ya que ellas trataban de encontrar a Inocencia. A los días, antes de la llegada de su familia, Renzo murió, de una forma tan silenciosa que no nos percatamos de ello, sino cuando lo invitamos a regresar a nuestros hogares. Había muerto de un infarto, diagnosticaron los médicos, pero nosotros sabíamos que era de dolor.

Sus familiares, finalmente, llegaron. Volvimos a hacer el recorrido hasta la capital y cremamos su cuerpo. Regresamos. Ese mismo día, fondeó nuevamente el barco que había “raptado” a Inocencia. “El Pirata” arribó a nuestro lago porque la tripulación quería rendir honores a nuestros amigos. Abordamos el buque con las cenizas de Renzo y de Inocencia y las esparcimos sobre el lago. En ese momento, cuando las últimas cenizas de ambos se las llevaba el viento, aparecieron dos mariposas: una, como arreboles de nácar sonrosado y plata de la aurora; y otra, dorada. Nuestros rostros se iluminaron de alegría, sabíamos que ésas eran las almas de Inocencia y de Renzo que se unían y que nos acompañaban en ese momento tan doloroso. Los amigos del barrio lloramos mucho la pérdida física de Inocencia, pero estábamos seguros de que Inocencia volvería un día con el alma tan libre como el de nuestras mariposas o como un rayo de luz.

Después de esparcir las cenizas de nuestros amigos, regresamos al hogar de Inocencia a despedirnos de su familia. Cuando llegamos, nos preguntamos qué hubiéramos escrito sobre su lápida si Inocencia hubiese permitido que enterráramos sus cenizas. Todos sugerimos varias frases. Al final, nos gustó la que creímos que encerraba lo que Inocencia representó en nuestras vidas. Decidimos que cada quien escribiera la misma frase en un papelito e hicimos lo que ella nos había enseñado: los echamos en un recipiente y los incineramos. Nos tomamos de las manos, hicimos una suplica interna y visualizamos que el humo que salía de esos papelitos, que ya eran energías, iba formando la frase que a nosotros nos hubiera gustado para su lápida terrenal. Visualizamos, también, que se había formado en el universo una lápida celestial en la cual se leía: todos fuimos arropados por la magia de Inocencia.



Texto agregado el 08-10-2009, y leído por 1311 visitantes. (131 votos)


Lectores Opinan
05-10-2012 Me gustó de principio a fin la historia de Inocencia. Felicidades elpinero
26-09-2012 nada acaba, todo empieza, el dolor es un atajo, de la muerte que vendrá..más la muerte..no es por el Ser no la creo, mas creo vida y en abundancia.. Noc
17-08-2011 Es difícil escribir unas palabras cuando ya está todo dicho sobre el amor humano y divino, como lo ha hecho esta bella narración. EVERO
12-05-2010 Indudablemente, una historia por demás atrapante la de Inocencia. La que me da a pensar que desde algún lado estará viendo como y de que manera tan dulce y emotiva has narrado su paso por éste mundo. Siempre supe antes de finalizar, que Inocencia partiría. Y repito. Espero que esté viendo todo lo que de ella pensamos. Una historia para reflexionar y conmoverse. Estupendo trabajo literario. No alcanzan cinco para ésto. Un abrazo sincero. Catman
30-03-2010 Ay... por que no me invitaste a leer!! siendo que me encantaba Inocencia... hay por que tubieron que morir?? un cuento hermoso mis5* y besitos para tu magia... cuando tomas una lapicera NILDA yo_nilda
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