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Era una tarde de lluvia, estaba sentado junto a la ventana mirando hacia la calle, de fondo e escuchaba un disco con melodías que me llevaban a pasar un rato conmigo mismo. Escuchaba las gotas golpear en la vereda, a las hojas bailar al ritmo del viento, en fin, una tarde de suma tranquilidad.
Recién había llegado de viaje, hacia mucho que no andaba por mi vieja ciudad, por las calles que me vieron nacer, asique me decidí a ir a dar una vuelta bajo la lluvia por mi antiguo barrio. Mientras caminaba recordaba cuando era chico, cuando un día había hecho con esas pequeñas manos un barrilete, me había costado mucho, pero me había decidido a terminarlo. Una vez en mis manos, presencie ese momento de felicidad, en el que el viento, al pasar, me ayudo a levantar.

A la vuelta de ahí vivía un amigo, los dos compartíamos el día, la noche, las plazas, las vueltas en bicicleta, todo eso que era lo único que nos mantenía ocupados. Siempre pensaba que los adultos eran aburridos, nos retaban cuando correteábamos por los pasillos, nos retaban si nos ensuciábamos, si nos caíamos, si llorábamos, nos interrumpían situaciones de las que años más adelante disfrutaríamos de recordar, porque precisamente cuando uno es chico, todo lo que importa es divertirse, conocer el mundo de otra manera que los adultos no podían, son incapaces de ver el arcoíris, de sentarse a contar estrellas, o jugar a la escondida. En todo lo que piensan es el dinero, la falta de tiempo, etc. A nosotros no nos importaba si subía el dólar o el IVA, la inflación, la inseguridad, las epidemias o el calentamiento global, para nosotros no existían los daños colaterales.

Las rutinas se basaban en simples movimientos fáciles de recordar, al levantarme me lavaba la cara, me quejaba al tener que cepillarme los dientes obedeciendo las ordenes de mi madre, luego desayunaba la típica leche chocolatada mientras hamacaba los pies que quedaban suspendidos cuando me sentaba en la silla de la cocina. Tenía muy poco rato para jugar, ya que después del mediodía tenía que ir a la escuela. Me acuerdo que era una escuela de mucho privilegio social, vestía un uniforme que toda mi infancia me pareció incomodo y caluroso, no era un mal alumno pero tampoco de esos que viven para el colegio, asique lo que más me confortaba luego de haber tenido una jornada educativa, era jugar con mi barrilete.

Me sentaba un largo rato sobre el pasto del parque a unas cuadras de mi casa, admirando la belleza en las simples cosas, siempre fui muy realista asique sabia que en algún momento iba a crecer, lo cual siempre me dio un poco de miedo, pero a su vez siempre fui muy soñador y vivía en un mundo donde nada podía hacerme mal, el aire fresco acariciaba mi rostro mientras me imaginaba que rumbo tomaría mi vida al pasar el tiempo.

Doblando la esquina vivía Don Raúl, un viejo muy amargado que siempre nos retaba cuando correteábamos por su vereda, el tiempo había dejado su casa en el olvido, bajo la lluvia podía ver la tristeza que gobernaba sobre esa propiedad, pues hacía años que Don Raúl había fallecido, y su vieja casa desde entonces permanecía en venta. ¿Cómo poder olvidar a una persona así? Un día me agarro cortando flores del frente de su casa para regalárselas a una chica de la cuadra que me gustaba, asique salió pero esa vez no me reto, me sentó en su falda y comenzó a hablarme del amor, yo era muy chico, pensaba que el amor era regalar una flor y recibir un beso en la mejilla, pero sin importar mi opinión, Don Raúl me miro y sonrió diciéndome que valla y que le regale a esa chica la flor. Es increíble como una persona como Don Raúl que siempre nos retaba y nos sacaba corriendo de su vereda, se había convertido ante mis ojos en una de las personas más dulces que jamás había conocido.


Al pasar los años no volví a saber de él, comencé a caminar por los caminos de la vida, aprendiendo a crecer en un mundo ya inventado, ya no existían las tardes volando mi barrilete, las noches en las que contaba las estrellas, ni siquiera las flores para regalar que sacaba del jardín de mi viejo amigo
La noche empezaba a caer, y mi corto viaje por el barrio me había dejado con un poco de melancolía. Fui al fondo de mi casa y tome mi viejo barrilete que había reposado ahí durante un largo tiempo, con él en mis manos volví a la casa de Don Raúl. Cruce la reja y mire a mi alrededor, recordando a esa admirable persona sentada en su silla escuchando un viejo tango, colgué el barrilete sobre aquel viejo rosal seco, con la esperanza de que algún día vuelva a volar.

Texto agregado el 08-10-2009, y leído por 73 visitantes. (3 votos)


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