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¡Ah, la memoria, la buena y mala memoria! Tengo que comprar dos kilos de pan, azúcar, té, vaya, ¿Qué era lo que decía el tratado de Pedagogía en que? No me recuerdo del nombre de ese personaje odioso que siempre me retorcía los brazos, parece que se llamaba Chan y yo lo odiaba al chino de mierda porque siempre me estaba torturando igual que el guatón Clarke, un tremendo pescado que era por desgracia compañero de curso mío y que un día lo puse en vereda cuando lo amenacé con pegarle un sillazo. Que fabulosa es la memoria que me permite recordar que mañana no se me puede olvidar que…¿Qué no se me puede olvidar? Ah, que mala memoria la mía y que buena cuando se trata de recordar escándalos como aquel en el cual nos vimos involucrados un compañero y yo porque una fulana agarró del cogote a una de nuestras compañeras porque la odiaba a muerte, eso ocurrió un mes de Octubre de ¿Qué año? Me recuerdo que fuimos a declarar y que yo me sentía todo un criminal frente al actuario que me interrogaba con absoluta frialdad. Claro y como olvidar cuando la Cecilia Bolocco salió campeona mundial de belleza, una tracalada de premios para sus alforjas y hasta un casorio con un ex presidente. ¡Ah, la memoria! Recuerdo cuando Pinochet se dirigía a la Nación y decía con su voz aguardentosa: He dispuesto tal cosa… y me lo imaginaba vestido con una túnica de senador romano sentado en una especie de camastro mientras sus esbirros le lavaban sus pies. He dispuesto, decía y a los comunistas les ardía todo porque lo odiaban como ahora los irakies odian al masacrador indolente de Bush. Ah, la memoria decía Reagan que falleció con sus páginas en blanco, sin recordar si fue un emperador de la Roma antigua o El Señor de los Anillos, eso es cruel, como le va a suceder al Papa que quiera Dios no extravíe el camino y cuando abandone su palacio terrenal se vaya a golpear la puerta dorada de Alá y este le diga: Ala otra esquina. La memoria, tan frágil y tan fecunda, tan densa y a veces tan simplona. Como cuando uno recuerda sueños inauditos en los que se ve enfrentado a los mayores peligros pero siempre se sale indemne. A propósito de indemne, que significa eso de salir indemne de las situaciones más riesgosas. ¿Equivale eso a empatar a cero con la vida? Memoria asociativa es la que tengo, por ejemplo, eso de andar a los empates, situación en que no se pierde pero tampoco se gana, lo que da como resultado que siempre andemos en la medianía de la tabla de posiciones de nuestra pedestre existencia, sin espíritu goleador y defendiéndonos con dientes u uñas de los acreedores que siempre están atacando como si fuesen Ronaldo en persona y uno detrás de la puerta, oteando por el ojo mágico, esperando que el ariete se aburra, se lesione o el árbitro de por terminado el partido. ¡Ah, la memoria, la buena y la mala memoria! Memoria para los buenos y malos olores, esos sabrosos porotos con mazamorra y la basura acumulada en la calle luego que los recolectores hicieron una huelga de bolsas de basura y tarros caídos. Buenos y malos momentos, cuando en la noche de bodas, mi bella y flamante esposa se desnudó por completo dejándome con un shock nervioso que aún ahora me revuelve los sentidos, cuando se fue de la casa dejándome transformado en un perro meditabundo que sólo sabía moquear, lagrimear y aullar de infinita pena, cuando tomé entre mis brazos a ese par de seres semi amorfos que se decía que eran mis hijos y a los cuales miraba y remiraba tratando de asumir esa paternidad transformada de rompe y rasga en algo tan concreto. Un kilo de pan, una bolsa de te y un kilo de azúcar ¿O son dos kilos? Pi es igual a 3,14,16. Eso lo aprendí a dos milésimas de segundos que la varilla de mi profesora fuera a estrellarse en mis manitas desnudas. Desde entonces pienso que me hizo falta aquella profesora para estimularme a ser alguien en la vida. ¿Hay alguien que sea alguien o alguno que sea alguno? La perversa memoria, la que me devuelve esas imágenes oscuras que como cruel resaca se quedan flotando en la periferia de mis sentidos y como que me hago el leso para que no me asalten pero es en vano porque de la mano de esas vivencias viene una dama adusta de apellido Remordimiento que me toma de la camisa y me remece sin compasión para que yo asuma que no soy ni con mucho una blanca paloma. Pero como tengo mala memoria, pronto se me olvida todo y me escapo por un camino sembrado de hojas quebradizas que me dicen que ya está por finalizar el otoño y entonces recuerdo que son dos kilos de pan, un kilo de azúcar y una caja de té. Que haría uno sin la memoria ¿No?





Texto agregado el 07-06-2004, y leído por 331 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-06-2004 muy pero muy bueno, esa mezcla de personajes etá excelente, es realmente muy ingenioso y original, todas las* saludos india
08-06-2004 Hay que tener bien buena memoria pra escribir un exto como este, y también hay que invocar a la mala memoria para que de un suacate se llevé lo recuerdos que nos hacen daño y trizas. anemona
 
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